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INTENSO.

ESCRITO POR: ADRIANA RODRIGUEZ.


Aquella mañana de Octubre, tocaron la puerta. Sofía abrió sonriente, allí estaba él, parado frente a ella, tan alto, atractivo y varonil como siempre. Con mirar profundo e inquisidor, ofreciéndole aquella sonrisa pícara que delineaba su rostro y dejaba entrever, la posibilidad de un atrevido pensamiento.

Caminaron hasta la cocina, tomaron un tibio y dulce café negro, conversaron sobre sus viejas anécdotas durante los últimos cuatro años, volviendo a intercambiar opiniones sobre su gusto por la música clásica, la lectura de libros de ficción, los viajes a otras ciudades, las consecuencias de sus actos (producto de sus decisiones impulsivas), en fin, volvieron a reñir y reír, de sus desaciertos y enredos.

Parecía una reunión como cualquier otra, excepto que aquella mañana de Octubre, había algo diferente en los planes de Rodrigo, quien después de haberse conformado con una amistad durante los últimos años, hoy armándose de valor, había tomado la decisión de declararle que la necesitaba en su vida. Sin la opinión de ella le parecía que sus proyectos estaban cuarteados e incompletos, aunque tenia una confusión en su mente pues a veces tenia la sensación de que la odiaba, particularmente cuando la veía llorando a causa de algún ingrato, y porque siendo una mujer tan inteligente y bella incurría en el frecuente error de no valorarse a sí misma, y terminaba enfrascándose en relaciones sin oportunidades, sin ilusiones, sin sorpresas ni emoción, pero en realidad, no la odiaba tanto. La verdad es que Rodrigo la amaba intensamente, y hoy le confesaría cuánto la deseaba en las noches, que ella era la mujer con quien siempre deseo formar una pareja estable y hasta familia, que se había cansado de esconderse en la figura del amigo que la aconsejaba, que aunque admitía que arriesgarse no estaba entre su vocabulario de acciones, estaba seguro de que su cobardía tendría fin esa mañana. Necesitaba contarle acerca de todas las veces que se llenó de alegría y esperanza cada vez que ella sufría por una nueva decepción. Que sin desearle dolor, solo aspiraba la dicha de que ella notara su amor incondicional, sin límites, ni prejuicios.

Pero una vez más no tuvo fuerzas ni valor para hablar, aunque sentía como las palabras se atropellaban en su mente, pero sin embargo, no encontraban el camino de su garganta para salir, y expresar coherentemente lo que deseaba decir. Así que respiró profundamente, lo intentó una vez más dejando que sus emociones lo dominarán, recordando el verdadero motivo de su visita aquella mañana, así que intento relajarse, dejando que la pasión se expresara y,… la beso. Sintiendo el placer de rozar unos labios tibios y tiernos que le correspondían, y que acogieron ese beso con el mismo deseo que él lo entregaba, siendo esos mismos labios insinuantes quienes le ofrecían caricias desenfrenadas, la pasión de un cuerpo ardiente, y más besos para sus labios.

Caminaron hasta el cuarto de ella y una vez allí, él tomo las riendas. Con sus dedos finos y delicados, desabrocho cada botón que lo separaba de aquella piel suave, blanca y tersa con la que tantas veces había soñado. Ella no podía dejar de mirarlo absorta en su sorpresa, llena de emoción. Solo alcanzó a quedarse inmóvil frente a él, mientras Rodrigo hábilmente la fue despojando del vestido casero y poco insinuante que antes la cubría, dejándola solo con dos escasísimas prendas interiores. Sofía torpemente intento desvestirlo, pero el temblor de sus manos no le permitían soltar la correa, siendo él quien con toda pericia procediera a retirarla, ayudándola a desvestirlo y poco a poco, prenda por prenda, se descubrió frente a ella, quedando esta vez, sin ropa, sin vergüenza, sin habla, pero con las palabras convertidas en caricia para narrarle con sus manos todo lo que necesitaba decirle.

Rodrigo empezó a besarla tiernamente con besos cortos y repetidos que iban cubriéndole los ojos, la frente, los labios, e inspirando el aliento tibio y agitado de ella, quien estremecida ante sus caricias empezaba a desvanecerse en sus brazos, luego él apretó sus hombros e iba besándola firmemente en el cuello una y otra vez recorriendo la nuca, lamiendo sus orejas, sus mejillas, deseaba besarla hasta que se le secara la boca o se le arrugaran los labios. Pronto empezó a deslizar sus manos lentamente por su espalda, buscando liberarla de su sostén, permitiéndose sentir y observar cómo el pecho de Sofía se hinchaba de emoción, alentándolo a seguir adelante. Sentía que la presión y los latidos de su corazón eran cada vez mas fuertes y acelerados, notando cómo su respiración se agitaba y entrecortaba, así como sus manos se tornaban tan calientes como sus intenciones.

La sujetó ligeramente por las caderas y la atrajo hasta sí, para que pudiera sentir cómo sus sentidos se despertaban, y Sofía se dispuso acariciarlo lentamente, lamiendo su piel, bajando hasta su vientre, preparándose para humedecer con su boca aquella piel sensible que frente a ella se exponía lleno de vida, de ardor, de sangre y pasión. Iniciando así una erótica danza rítmica con gemidos ahogados, sonidos entrecortados y el inminente regocijo del placer. El se retiró lentamente, guiándola hasta la cama, donde la despojó de su última prenda. Y allí horizontalmente, excitados, sudorosos y jadeantes disfrutaron de sus rostros, sus cuerpos, sus deseos. El logró separar suavemente sus piernas, las de ella, y se dispuso a penetrarla suave y delicadamente, manteniendo la magia propia de aquel encuentro, pero lo hizo sin besarla, para no perder ni un instante de aquel rostro lleno de placer. Rodrigo deseaba prorrogar infinitamente aquel instante para disfrutar de mirar su cuerpo desvanecido, entregada a sus designios, dominada ante sus impulsos. Deseaba grabar en su mente esa imagen para luego recrearla en sus recuerdos una y otra vez. Escuchaba como sus gemidos variaban de intensidad según sus movimientos, percibiendo claramente que ella le pertenecía, y esto exacerbaba sus emociones. Teniendo la certeza de que ambos estaban compenetrados en cuerpo y alma entregándose al prodigio del orgasmo. Siendo los gemidos de ella quienes confirmaran sus sospechas. Pero al escuchar de Sofía un último grito de placer, de deseo satisfecho, y sin poder retardarse más, se apartó rápidamente, expulsando su semen tibio sobre su pecho. Rodrigo se acostó plácidamente y ella complacida se recostó sobre su pecho, abrazados, mirándose con la confianza de haber hecho el amor con la persona amada, aquella mañana de Octubre estaban seguros de que podrían morir en ese mismo momento, ya sin remordimientos, agradecidos con la vida, pues ya no se arrepentirían de no haberse dicho mutuamente cuánto se amaban, y utilizaron para ello el idioma mas idóneo, el lenguaje de las caricias. Ella giró en la cama, abriendo los ojos lentamente, solo para notar que había estado soñando. Sonrió.
-Hoy yo, tocaré a su puerta.

Texto agregado el 07-12-2005, y leído por 132 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
07-12-2005 Hola le verdad me gusto muchoo tu historia.. esta linda y de algun modo.. es algo q pasa a mucha gente eso de.. no entender que tienes a la persona q amas a tu lado Fachita
 
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