La noche como de costumbre era silenciosa, inmensa en lo que no se ve, acompañada de una hermosa luna radiante y de un inmenso cielo extendido que cobijaba un desparramo de estrellas. Es la noche de invierno de un diminuto pueblo que fijaba su mirada al mar como si fuese la última vez que lo viera. Minauco, cuenta en su precaria cama su escasa cantidad de monedas ganadas gracias a su extraña cualidad de realizar mentalmente operaciones matemáticas con una inverosímil rapidez a pesar de sus doce años. Muy solicitado por sus vecinos, Minauco era el remedio para romper la monotonía diaria del pueblo y a un precio que consistía en la caridad de las personas.
Minauco vivía solo con su madre y quizás por este motivo de soledad, presentaba una mínima intención en relacionarse con la gente. Su voz se escuchaba solamente cuando daba a conocer el resultado de la operación matemática. –El tiempo que pierdo en hablar una vez, lo gano pensando dos veces- decía a su madre que reprochaba su actitud. A nada entregó tanto amor como a su mente, con la cual tenía una hermosa relación diaria a través del pensamiento. –Nunca dejaré de pensar- le decía pensando, como una declaración amorosa. Luego de contar las monedas, Minauco salió de su humilde casa a caminar por el borde de la inmensa playa desierta. Gustaba de observar el reflejo de la luna y de los faroles de la caleta sobre la ondulante superficie del mar.
Muy avanzada la noche, Minauco encuentra a lo lejos una dulce niña sentada a orillas del mar. A pesar de su timidez, Minauco se acercó sorprendido por la hermosa sonrisa de la niña, logrando sentarse a su lado. –Hola- dijo le dijo ella sin dejar de sonreír. Minauco no respondió, asombrado quizás por no procesar en su sabio intelecto aquella sencilla palabra que provenía de un ser fuera del alcance de su prodigiosa mente. Aquel saludo no pasó a su mente, sino que llegó directamente al corazón. Minauco sin pensarlo le preguntó quien era, –acabo de caer del cielo- ella le respondió. Así comenzaron un diálogo inolvidable en donde la mente de Minauco reventaba en llantos desesperados y su corazón reía con lágrimas, emocionado por haber revivido. Poco antes del amanecer, la niña le comunica que debe regresar a lo alto. Minauco, nuevamente sin pensarlo, le pide que se lo lleve. Ella responde que no tiene la facultad de llevarse la vida al cielo, solo se lleva aquello que tiene sentimiento y que ya esté muerto. Con una lágrima que salió de su corazón y se derramó por sus ojos, Minauco aceptó. Luego de desaparecer la niña, Minauco no sintió su cabeza. Minauco se quedó sin ella. PERDIÓ LO MÁS VALIOSO, SU CABEZA, POR UNA MUJER.
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