Amanece en el aullido del mundo,
mi recuerdo despierta conmigo,
si no me hablan, me hundo,
si me hablan, no corro peligro.
Pasajero como el trabajo,
mi recuerdo,
insolente e ingrato, solitario,
muero.
El murmullo de la ciudad se agolpa
sobre mis minutos escasos de soledad,
cuando cae la noche, galopas
sobre mi cabeza crispando mi gratuidad.
Bien decía sabina.
Tardé en aprender a olvidarla
diecinueve días,
pocos días.
Decinueve corto al lado de quinientos,
como corta se hace la mañana acompañado,
no pensamos,
sólo actuamos.
Y quinientas noches,
noches solitarias donde reapareces,
incapaz de poner un broche,
pensandote sobre sus preces.
Yo no, Sabina,
ni diecinueve,
ni quinientas,
quizá no escriba.
¿Eres feliz?
sigue,
¿Fuiste infeliz?
¿Entonces?
Más bien aprendí,
que lo que nunca quise
fue perderte,
y lo hice.
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