El taladrante sonido lo hizo revolverse en la cama. A fuerza de costumbre, como acto reflejo repetido día tras día su mano buscó el despertador, y lo apagó, casi simultáneamente prendió el velador. Peleó por mantener los ojos abiertos. A veces, cuando podía pensar, le parecía increíble lo difícil que le resultaba levantarse. Aún después de muchos años, nunca lograría acostumbrarse, su fisiología era distinta. Estiró brazos y piernas en un intento de reaccionar. Finalmente, se arrastró fuera de la cama, hasta el baño, en el medio de un rosario de maldiciones pronunciadas entre dientes, para ahorrar energías. En 10 minutos, completamente vestido, y con la mochila al hombro,(hacía tiempo había prescindido del desayuno), estaba en la parada del colectivo. Pse, un día más, el único pensamiento que lo acompañaba, junto con la mañana de fines de otoño que francamente se insinuaba invernal. No era que no le gustara el invierno, pero en esos momentos, en fin, mientras cruzaba la capital, en bondis atestados, camino a su” trabajo’, bueno, en esos días...
Porque era residente de segundo año, en un hospital general.(...), el que quedaba exactamente en la otra punta de la ciudad. Bostezó largamente, prefería no perderse en la maraña de pensamientos que lo asaltaban(si él lo permitía). No ahora, dijo para sí mismo con firmeza.
De 1,78 m, contextura media, tenía el pelo castaño claro, que usaba corto desde hacía un par de años, cuando comenzaron a hacerse evidentes las ”entradas’. Hubo un tiempo en que su cabello, largo, lacio, con reflejos dorados fue la envidia de más de una chica.
Objetivamente no se podía decir que fuese lindo, pero tenía cierto atractivo innegable. Sus ojos grises muchas veces parecían mirar de costado, lo que no era más que un gesto aprendido en algún momento, y, vuelto una costumbre.
Teóricamente, no se “podía quejar”. Recibido de médico un par de años antes, a los 24,(sin penas ni glorias), había logrado una de las codiciadas vacantes en la residencia de un hospital municipal. Sueldo seguro,(todo lo seguro que podía ser cualquier cosa en este país precario, emparchado tantas veces, globalizado, y ficticio como un cuento), uno podía esperar. Tenía un par de amigos “de fierro”. Era libre, aunque no le entusiasmaba demasiado el uso de esa ”libertad”. Su última pareja había terminado hacía un par de meses, de un modo suave, sin peleas ni escándalos, ni nada por el estilo. No se sentía particularmente interesado en buscar alguna nueva relación, ni siquiera ocasional.
Mientras, pasaba los días, cumplía sus obligaciones, porque había que hacerlo, como toda su vida, como “un mono amaestrado’. Y, ese mismo ritual lo compensaba a fin de mes con dinero suficiente para algunos gustos, y, por supuesto, la posibilidad de mantener la máquina funcionando, el status quo, por decir. El sistema, como ya lo había comprobado, se alimenta a sí mismo.
|