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Madre sentada en mecedora
levitando sobre perfume de magnolias.
Ni su densa presencia ni el rumor de
las vagas estelas del alba
deslizándose sobre rayos de urgencia
en las cálidas noches
donde sueñan las densas aguas
del deseo y algo más hondo que el abismo
u oscuro que la pasión de un muerto,
danza en la noche la danza
extática del mito.
Allí el perfume de la memoria
encendida en las brasas que
alguien dejó a la vera de un sendero
sencillo cuando aún las
soledades desplegando raíces
en el exilio del verbo buscaban
decirse a sí mismo una historia,
bastarse poseyéndote al poseerse
en la misa de la pasión total,
del absoluto, no, ni madre
en mecedora sostenida por la blancura
de jazmines en lo más entrañable
del aura ensimismado,
no, ni madre en mecedora lograron
hacer de ti algo más que el
destello de una vaga esperanza,
una pasión de rayos y tormentas
demoradas que caen para impetrar
la suerte y sólo en sueños
halla su vida y forma o
una paz anterior a los duelos
que ya entonces, en mitad
de la noche del trópico,
derramaban su luto
sobre la soledad que se extasiaba
en sombras y días de encantos
o presagios sin memorias ni Ecos.
No, ni madre en mecedora, allá
solemnemente enlutándose en aromas que
no penetraban en mí ni en los
espejos de las aguas más dulces
donde la voluntad se dicta
un mundo y un mensaje de sueños,
aquí, abandonado a la intemperie
de lo que no puede decirse,
el signo abriéndose como una
herida, desamparándome de mí,
extraviándome una y otra vez
en mí, condenándome a esta vasta
aventura de los nombres
y de la soledad que ni madre
espectral sobre memorias,
solísima sobre hondos perfumes,
exorcizar podría y ahora podéis
verme deshabitándome de mí,
de nombres y de amparos,
de historias que el viento olvida,
aquí, desexhumándome, en mitad
de jardines soñados, endemoniándome
ya sin nombre o guarida,
enloqueciendo y sólo atento
a los olores del sexo del
viento extraviado en mis manos
o de un cuerpo pequeño, piel
ignorada, purísima, como de madre
en la noche de los designios,
desposeyéndome
de todo, aniquilándome convulso
O enloquecido de pavor y
exequias, sin comprender, salvo a
mi madre en mecedora, aún
envenenada por los dulces olores
que no expulsaron la soledad
de mí, hundido en noche errática
y sin penas, caminando hacia
el fatal olvido, el pliegue
incompasible donde nacen los
límites ambiguos, y el no saber,
que entramados proyectan
los haces de la suerte y de la muerte.

Texto agregado el 06-12-2005, y leído por 91 visitantes. (1 voto)


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