Viejito Pascuero:

Mis primeros años fueron irradiados por esa felicidad irresponsable que nimba los actos de los niños. Hablo de niños promedio, que han tenido la fortuna de nacer en un hogar medianamente establecido, con padre y madre a quienes apelar y con un par de hermanitos menores a los cuales martirizar. Lo cierto es que desde pequeño me caractericé por el enfermizo afán de coleccionarlo todo y por ello, cuando mi madre entreabrió mis apretadas manitas, encontró en ella hebras de todos los géneros que estuvieron al alcance de mis pequeños brazos. Ella los atesoró juntó a un mechón de mis cabellos que rescató del salvaje rapado al que fui sometido y a un asqueroso pedazo de cordón umbilical que inspiró un sentido poema escrito por mi abuelita. Todos esos íntimos recuerdos se consumieron en un feroz incendio originado por mi pequeño hermanito cuando quiso imitar a Nerón.
A los cinco años te solicité un camioncito y este no llegó, por lo que mi colección quedó incompleta. Lo mismo sucedió en los años siguientes, en los cuales te pedí bicicletas, aviones, autos y novias y sistemáticamente defraudaste mis deseos. Esto me fue creando un enorme resentimiento hacia ti, aún más cuando descubrí a mis padres llorando por tu culpa. Pero, no por ello, abandoné mi hobby coleccionista. Ahora, te lo confieso sin rodeos: soy un asesino serial y mi objetivo no son ni camiones, ni bicicletas ni mujeres sino que gozo cortándole la yugular a cuanto tipo barrigón se cruza en mi camino. Esa es mi verdad y por lo mismo, te advierto, no te aparezcas delante de mí y menos te rías con ese estúpido sonsonete socarrón que parece burlarse de tantos millares de niños frustrados que esperan sin ilusión otra oscura navidad. Eso sería todo, “Querido Viejito Pascual”…