FRUTA PROHIBIDA
En el principio fue la manzana.
Las Hespérides, hijas de la Noche y del Erebo, la custodiaron en su jardín.
LAS custodiaron, debería decir, porque al parecer eran varias, ¡y de oro!
Así se comenta, aunque en el fondo de mi alma supongo que serían naranjas de Andalucía.
O de Valencia, hipótesis esta última acerca de la cual declaro descreer, e incluyo con el exclusivo propósito de homenajear a los señores Blasco Ibáñez y Pablo Aimar.
En todo caso habría que preguntarle a Heracles, quien las robó, cumpliendo –es cierto- con aquellos dichosos trabajos que le fueran encargados, aunque sin por ello dejar de sentar precedente acerca de la tentación singular de lo prohibido.
¿Qué decir –que no esté dicho- de esa otra manzana, culpable de los males de la especie?
Así estamos, por culpa de aquellos dos calentones: ellos comieron y nosotros cagamos.
Me refiero a Adán y Eva, por supuesto, aunque párrafo aparte merece lo de Dios.
Con todo respeto, Señor Todopoderoso, fuiste poco previsor dejando un fruto tentador al alcance de aquellas criaturas, y eso de prohibirles cogerla… ¡sin palabras!, ya se sabe lo que sucede cuando se intenta levantar diques para frenar torrentes de pasiones tumultuosas (¡Prohibido coger!)
En Tu descargo sólo se me ocurre alegar que aún no estaba inventada la Psicología, y que eras Padre Primerizo.
En el principio fue la manzana, decía, pero el mundo ha cambiado: ahora, cuando la nutricionista te dice que puedes comer tantas frutas al día, excluyendo las prohibidas, no se refiere a míticas manzanas.
Habla de simples y ordinarias uvas y bananas.
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