UNA PISTOLA EN MI FRENTE
La primera vez que viví un asalto en un bus urbano habré tenido ocho años, recuerdo ese tumulto que se arma,los gritos que algunas mujeres no pueden contener y los asaltantes gritando violentas órdenes.
Todo se mueve rápido y el miedo es colectivo, asi como la impotencia. Finalmente huyen los asaltantes dejando sus fantasmas entre la gente atracada ,que consternada, comenta lo que les acaba de ocurrir. Imágenes no escojidas y en secuencia , quedan en la memoria.
La cara del asaltante gritando, una mujer que se niega a dar su cartera y luego su rostro que sangra y la cartera en la mano del asaltante. En su otra mano lleva una pistola plateada. El otro que lo acompaña tiene un cuchillo de cocina oxidado y sólo tres dientes en su boca.
A mi los asaltantes ni me miraron, se concentraron en los mayores, pero el miedo que sentí al ver esas armas en acción , intimidando, amenazando me paralizó y me dejó con aquellas imágenes repitiéndose cada vez que tomaba un nuevo bus.
Pero con el tiempo uno se olvida, vuelve a agarrar tantas otras veces el bus sin que éste sea atracado, que ya no se lleva el miedo impregnado o por lo menos no está latente. Eso sí, siempre que se sube alguien sospechoso uno está como alerta, de nada sirve estarlo, pero es como estar por lo menos preparado y ahorrárse el susto de la sorpresa.
Dos años después viajaba nuevamente en el bus, estaba casi vacio. La salsa sonaba, seguro que alguien con su anillo entonaba los tambores en el tubo de los asientos, y yo no recuerdo en que habría estado pensando.
Lo que recuerdo es que el tipo que estaba adelante mío de repente se puso de pie, saco una pistola negra de su pantalón y apuntándome de frente gritó:
“¡Dame el billete hujoeputa o te mato!”
Yo tenía diez años y en mis bolsillos no habré tenido más que para comprarme un helado o para pagar el bus de regreso. No pude moverme. El arma me apuntaba tan sólo a unos centímetros de mi cabeza. El miedo que sentí podría haber curado el hipo del mundo entero, ese miedo en que todo el cuerpo se paraliza y el pecho duele, la garganta no deja pasar el aire y los hombros parecen derretirse.
Yo no podía entender lo que pasaba, cómo se le ocurría a ese ladrón pensar que yo tendría dinero. Sólo escuchaba sus gritos como desde el fondo de un túnel, daba igual lo que decía, yo ya estaba muerto, mi cabeza partida en dos y mi alma en mil pedazos.
El revolver seguía apuntándome de frente, aquello no terminaba,no para mi, esta vez todo se detuvo, hasta que por fin el señor que estaba a mi lado, temiendo por su vida, le entregó su maletín al asaltante, que con una sonrisa la recibió.
“Pendejo hijoeputa” dijo éste , y enseguida desapareció. |