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La niña contempla todos los días esa bella pulsera que refulge en el escaparate de la joyería. Tiene diez años pero ya a esa temprana edad sufre esos delirios que son privativos de mujeres adultas. Su padre, un escritor de poca monta, ajeno a esos devaneos, sólo sabe llenar hojas y más hojas de una obra que espera que algún día será leída por algún importante editor. Padre e hija, pobres como ratas, transitan a menudo por las calles buscando algo que comer. La chica pide monedas en la esquina a escondidas de su padre y este, absorto en su afán literario, sobrevuela fantásticas regiones en la búsqueda de una idea que encienda la llama de la inspiración. Ya son varias carillas las que se acumulan sobre la destartalada mesa y él, concentrado en su objetivo, continúa porfiadamente escribiendo y borroneando, mientras la vela se va consumiendo velozmente.

-Mi niña, alguno de estos días nos sonreirá la fortuna y entonces nos mudaremos a una verdadera casa y comeremos exquisiteces cada vez y tú tendrás todos los juguetes que desees.
La pequeña sonríe tristemente, acaso porque a su temprana edad ya ha adquirido la experiencia necesaria para saber que las cosas no son tan simples. Claro, su padre le ofrece los dones de una riqueza adquirida por algún arte de birlibirloque, pero el es un escritor, un artista, alguien con demasiada imaginación para crear mundos prodigiosos que sólo sobreviven en su mente.

Ambos contemplan esa pulsera y a su vez se ven reflejados en la vidriera, contrastando ante sus ojos su triste realidad con la opulencia de esos anaqueles. El padre mueve la cabeza sin entender esa adoración de la pequeña por un objeto que quedaría mejor en el brazo de una hermosa mujer.
-¿No preferirías acaso una muñeca?- le dice dulcemente, mirándola con sus ojos cansados.
-Quiero esa pulsera.

En la editorial no es recibido por el gerente pero le permiten dejar el legajo para su pronta lectura. El acepta a regañadientes y se despide de la secretaria que lo mira con una expresión de curiosidad.

Sueñan, sueñan ambos, la chica con esa joya de belleza superlativa y él con la aceptación de su obra y el pasaporte a la gloria, dinero a manos llenas, pero sobretodo reconocimiento, comodidad para escribir sin apremios y para su hija ¡ah! para ella todo lo que se le dé en gana, incluso esa pulsera que la transformará en una precoz princesita.

Pasan los meses hasta que un día, el escritor recibe una nota en donde se le notifica que es requerido por la editorial. Pletórico de dicha, el hombre corre hasta el lugar en donde supuestamente se encuentra el primer escalón de esa empinada escalera hacia la fama.

Pero todo acaba de golpe. Le entregan su fajo de ilusiones y él tiene la sospecha que no se dieron ni siquiera la tarea de hojear su obra, a juzgar por el nudo que permanece intacto.
Se marcha cabizbajo y sin deseos de encarar la mirada de su hija que aguarda expectante en la humilde covacha.

La chica lo ha comprendido todo, aún antes que el le dirija la palabra. Entonces, con su voz cristalina, le dice a su padre:
-Papito, la pulsera es sólo un objeto, nada que se compare con este amor de padre e hija que nos une. Y lo tuyo también es algo vano, ya que anhelas la gloria y eso te impide darle real vuelo a tu imaginación. No padre, no te doblegues y sigue escribiendo, ya no con la carnada de la gloria delante de tus ojos sino con el goce que debes sentir al poder hacer uso de tu maravilloso don.
El padre la mira con ojos brillosos y ambos se funden en un abrazo que rubrica el sencillo pero profundo sentido de esas palabras.

El padre escribe, sólo escribe pero en sus ojos se vislumbra una pasión devoradora. Su hija lo contempla sonriente mientras en su bolsillo parece brillar un pequeño sol…










Texto agregado el 05-12-2005, y leído por 276 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
07-12-2005 Una historia triste y hermosa. Me encantó ese amor incondicional. Seguramente el padre y la hija recibirán lo que desean. Besos y estrellas. Magda gmmagdalena
05-12-2005 "mesa destartalada" ¡qué bien suena allí ese adjetivo! "humilde covacha" ¡qué bien suena ese sustantivo! Siempre me maravilla la fluidez de tu lenguaje. Felicitaciones, mis 5* saraeliana
 
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