Juan había perdido el autobús, estaba en la parada correcta, pero en el otro lado de la calle, ahora tendría que esperar el siguiente. El olor a cerdo era insoportable, y sus pensamientos se mezclaron con el hedor y se perdieron en el:
"Que dilema, dirección o sentido. No tiene ningún sentido hablar de dilema si uno se encuentra anclado y perdido, como el conductor del camión de ganado, en crisis de fiebre aftosa, sin trabajo. Con dolor de cabeza, tomando pastillas para la fiebre, que su mujer le repara cada mañana después del desayuno, viéndolo perdido por culpa del ganado. Mientras sus vidas viajan en la misma dirección pero sentido contrario. Ella, en cambio, afronta l vida sin sentido ni dirección. Que coño de dilemas tienen las mujeres perdidas de los conductores extraviados que conducen camiones de ganado."
Juan tenia un comportamiento bastante usual en su situación, aunque vosotros penséis lo contrario, aun no lo conocéis, solo se os difumina una vaga imagen de él. De hecho, nunca podréis llegar a conocerlo a fondo, si a entender un poco más su triste mirada.
Sabiendo ya de la cercana llegada a la salida del bus, se repetía:
- Me voy a buscarla, le haré perder el sentido con mis besos, nuestra trayectoria (otro concepto harto intangible) será exponencial y la dirección no importa, seguiremos la trayectoria de la luna, hasta que caigamos extasiados sin sentido y los primeros rayos de sol nos indiquen el camino. Nos miraremos a los ojos y sabremos que juntos nunca estaremos perdidos.
Juan hacia tiempo que fantaseaba con su relación con Juana, en determinados momentos la definía: - "como una mantis religiosa sin agallas y sin credo, usaba y abusaba de mi ciego amor, inoculando dosis, imperceptibles en la autopsia de mis sentimientos, de anestesia afectiva hacia los otros elementos de mi misma raza, monopolizando, de una manera feudal, a sus victimas". Había perdido la noción del tiempo, de la realidad. En otros momentos, la amaba perdidamente, como cuando surge el primer amor, ese amor puro, sin edulcorantes ni conservantes que mas tarde contaminan la relaciones.
Pero aceptar una derrota es mejor que un ridículo eterno, el ridículo de Juan ya se extendía por la llanura que era su vida de una manera demasiado preocupante. En el autocar, bajo sus pies, a unos escasos centímetros el bonito gris, caliente y humeante, asfalto se perpetuaba denotando el síntoma de enfermedad del planeta y por extensión de sus habitantes. Golondrinas muertas en la carretera, que contra el parabrisas habían estallado, perdidas y exhaustas, era quizá el inicio del cambio climático. Juan se identificaba con la amargura del conductor que esta en la cuneta, cruzado de brazos o leyendo un prospecto de un supermercado de marca blanca, mientras su coche con el capo levantado hace señales de humo a la grúa de asistencia del seguro.
El olor del ganado, debido a las altas temperaturas, era perceptible en toda la comarca, ganado sin retorno, que quemarían, que desecharían. Hacia ya algún tiempo que el éxodo comenzó, escaseaban los víveres, el trabajo. El amor era lo único que mantenía vivo a Juan, el amor unilateral, ficticio. Pero que hubieseis hecho vosotros en esa situación, marcharos como todo el mundo, no creer en la utopía. Bien supongo que si las estadísticas mandan. Él se lo había planteado muchas veces, pero lo olvidaba y seguía aquí, en el desierto en el que su mundo se estaba convirtiendo.
En el autocar intento dormir, cosa que el calor sofocante impedía continuamente, su mente se mezclaba con el polvo y el humo. Sus recuerdos, borrosos se mezclaban con las advertencias de la radio y entre sueño y vigilia imaginaba que otra vez había perdido el bus, en la misma situación que anteriormente.
Supongo que os habréis hecho una idea lo suficientemente clara del desierto sensorial al que Juan se enfrentaba, cada mañana o tarde, cuando se despertaba, después de sueños atormentantes que le estallaban en su inconsciente, perdiendo su razón, quizá para siempre. Si no lo tenéis claro es que la situación de Juan se repite en estos momentos en vuestra mente, síntoma de otra perdida.
Juan sinceramente creía que estaba viajando hacia su encuentro, el definitivo encuentro con Anna, pero en realidad aun no había salido de su casa. (Anna, Juana, Lidia ... en ningún momento tiene importancia su nombre, en serio no importa lo más mínimo, el lo ha olvidado por completo).
Fuera en el jardín, su mujer; Lola, cortaba el césped, ayudada por el pequeño hijo de ambos, cuando no se distraía intentando cazar mariposas de colores vivos, y Lola, su madre le regañaba amablemente, temiendo que se lastimara y le repetía una y otra vez que no soportaría perderle a él , después de lo de su padre. Mientras Juan viajaba en autobús, Lola esperaba, con ninguna esperanza, la llegada del Doctor. Los medicamentos lo único que habían conseguido era aletargar a su marido, si habían cesado los malos tratos, pero el seguía allí omnipresente, amenazante, sin gritar, pero amenazante. Llevaba varias semanas sin tener un ataque, y eso había tranquilizado a Lola, pero cuando duraría, necesitaba los permisos para la eutanasia de Juan, para su salvación y lo mas duro de todo es que el pequeño no lo podía entender. La enfermera le había pasado el teléfono para que Lola hablara con el doctor, no se fiaba mucho de aquella enfermera que parecía que se ponía de parte de Juan y continuamente recelaba de ella. Lola no tenía ninguna duda, la quería volver loca con sus artimañas, le escondía las cosas, las cucharas o la leche y urdía planes para envenenarla con las comidas, pero ella era mucho más inteligente.
La había intentado cambiar, pero el Doctor se oponía, diciendo que era la única capacitada para aquel trabajo tan delicado. Lola aguantaba demasiada presión, y había estado a punto de estallar un par de veces, pero el doctor le recetó unas pastillas que la ayudaban mucho, hacia un tiempo que su vida era más llevadera, pero la enfermera, esa si la sacaba de quicio. A veces la trataba como si la enferma fuera ella, como si no pudiera encargarse sola de la casa y de su hijo.
Lola miraba continuamente a la ventana, mientras su hijo, la paseaba ayudándola en cada paso. – La bruja esa esta todo el rato espiándome, no me aparta el ojo de encima, como si fuera yo la que necesita ayuda, tu aun eres muy joven para entenderlo, pero la echaremos a la calle. Si tu padre estuviera bien.
El coche del doctor se oyó acercarse por la calle, aparcó, sin que se viera el coche y acercándose a los dos paseantes le hizo un ademán a Joaquín, para que se acercara a él. Este llevo a su madre a sentarse al balancín que había en el porche, y llamo a la enfermera para que se encargara de vigilarla.
- Hola Joaquín, que tal va todo.
- No se ya ves mis padres cada día están peor, hoy decía que estábamos cortando el césped de la casa, y yo tenia tres años. Joder es muy duro ver a los tuyos en este estado. Mi padre no dice ni hace nada, dormita, a veces ríe otras esta triste, con un reflejo gris en su mirada... Parece tranquilo escuchando las noticias, o sus discos franceses, eso lo tranquiliza, pero que pasa por su mente, se da cuenta, su cuerpo esta pero su mente parece que no.... no se no aguanto esto
- Ya te dije que el alzheimer es muy duro para los familiares, de ellos no sabemos casi nada, parece que no sufran, parece que no estén, pero están y lo mejor es que no noten sobresaltos a su alrededor, que no noten que discrepamos de sus acciones o pensamientos.
- Ya pero, mi madre no puede ni ver a Sandra, y los gastos son muy elevados para contratar dos enfermeras...
- Te lo he comentado alguna otra vez, lo mejor para ambos es internarlos en una residencia, estarán bien cuidados y no les faltara nada. Es una enfermedad sin retorno y no queda esperanza cuando se llega a su punto. Ya has vistos que a veces parece que estén lúcidos y luego te salen con cualquier cosa que te das cuenta que no son ellos, no son los de antes. Has de tomar una decisión, hay dos plazas en la residencia Tercer Sol y tienen un personal muy atento.
- Quizá tengas razón, hoy lo hablaré con mi hermana, pero empieza a preparar los papeles, no puedo seguir viéndoles de esta manera, no puedo aguantar estos días, llevamos un tiempo sin vivir y lo único que hemos conseguido es insomnio y desesperación.
- Bien, voy a visitar a tus padres y a hablar con Sandra. Mañana te llamo y os pasáis por mi despacho. Lo siento, pero llegados a este punto es lo mejor. |