Era un caluroso día de semana, diciembre, hasta el momento como cualquier otro, inservible día de vacaciones. Odio el centro de Santiago más que cualquier otra cosa durante el verano, el smog, las calles atiborradas de gente comprando los regalos de navidad, el ambiente a stress que se vive es algo que nunca he podido soportar, pero ese día en específico necesitaba un cambio drástico, ¡que mejor para la “depre” que ir a la peluquería! y la mía, aunque yo lo odie, queda en el centro. Me armé de valor y decidí ir acompañada de mi madre.
Todo iba tranquilo, hasta que recibí una llamada que al principio ya me parecía extraña y que después se transformó en desesperada. Era Daniel, el mejor amigo de mi ex novio. Debería existir un paréntesis grande para poder explicar mi desconcierto: este “ente”, llamado Nicolás fue mi novio durante un año y tres meses. Luego de dos semanas del término definitivo de nuestra relación, ocurrido en noviembre, me enteré que mi amado Nicolás, me había abandonado por mi mejor amiga. ¡Gran decepción!
Volvamos a la llamada, que recibí mientras iba en el taxi, a unas cuadras de mi destino. Daniel con voz notoriamente desesperada me dice que Nicolás esta a punto de suicidarse y que recurrió a mi porque según él, era a la única que podía escuchar en un intento de persuasión. Rápidamente pregunté en que lugar estaba, sin pensar si quiera que aquella pregunta cambiaría mi vida: estaba a una cuadra de donde yo me encontraba. Nicolás en su supuesta última llamada le explicó que yo era la única que sabría en que edificio pretendía saltar para acabar con su vida, y sólo le dio dos pistas: era un edificio al frente del banco donde trabajaba su papá, y estaba pintado de color morado.
Bajé del taxi en estado de shock, le expliqué a mi mamá intentando balbucear unas palabras, y corrí como héroe de guerra hacia mi destino. Pero ¿Cuál era mi destino? La verdad es que ni yo lo sabía. Mientras llamaba a mi ex sin tener respuestas, llegué casi instintivamente a un edificio de gobierno, que restaba mucho de ser morado, y empecé a describir a mi “amado suicida” mientras que ordenaba, con voz desesperada, que buscaran en el último piso. Por supuesto que me tomaron por loca y me dijeron que este edificio no era morado, que nadie podía subir si no tenía permiso, y que buscara en los edificios cercanos. En eso me encontraba cuando dos carabineros me toman del brazo, y me dicen: ¡Lo encontramos! Hasta ese momento, dentro de todo, yo había mantenido mi entereza, la cual se rompió al escuchar esas palabras. Rompí en llanto, y creo haber tenido un principio de desmayo, porque los carabineros me tomaron cada uno de un brazo y me llevaron a una oficina en el primer piso de ese bendito edificio gubernamental.
Entré a la oficina pálida, tiritando de pies a cabeza, y me encontré con Nicolás sentado, también pálido, y a una señora del otro lado de un escritorio, sonriéndome con tanta calma, que en ese minuto tuve ganas de golpearla con violencia, ¡Cómo podía tener calma en un momento así! Me senté al lado de mi “amado suicida” y su mano, helada y tiritona rozó con la mía en un gesto que nunca olvidaré. No existen palabras aún en mi cabeza que describan aquel momento, en aquella oficina desconocida. Creo haber escuchado su voz preguntándome la razón de mi presencia, y creo haber sonreído entre tímida y molesta, cuando la señora de la sonrisa nos preguntó si éramos novios.
Me sirvieron un café que pareció transformarse en roca dura cuando pretendí tragarlo, después de haber derramado la mitad en el intento de llevar la taza a mi boca. Cuando llegó su familia a buscarlo (Daniel había avisado a sus padres y a mí. -deducción lógica de mis pensamientos posteriores: si yo no aviso para que los guardias lo retuvieran a tiempo, la historia sería trágica y no aliviante, demostrándome que el destino existe -) me ofrecieron, luego de los agradecimientos con lágrimas en los ojos, llevarme a mi destino original, la famosa peluquería.
Caminamos por las calles, que alguna vez en el pasado camináramos felices, en dirección al estacionamiento, la familia adelante y nosotros atrás, sin mirarnos a la cara, quizás por vergüenza, quizás por evitar el descubrimiento de un amor que no se ha olvidado. Le tomé la mano, caminamos asustados y agradecidos, y antes de llegar al estacionamiento, lo escondí en un lugar donde no nos vieran, lo besé febril, con los ojos empapados en lágrimas, olvidando quizás por el momento el daño que me había causado antes, y agradeciendo que el amor de mi vida estuviera vivo. Fue el beso más hermoso y mas sincero que he dado, eso lo podría asegurar.
Me llevaron en el auto, me despedí de él sintiendo un amor más grande que el que alguna vez le tuve mientras estuvimos juntos, le dije que me llamara cuando llegara a su casa para saber si había llegado bien. Luego de eso subí al edificio donde estaba mi mamá, intentando, sin resultado, soltar todos los sentimientos y las emociones sentidas durante las pasadas dos horas, y con cambio de look todavía en el tintero me devolví a mi casa.
|