Le costaba mucho respirar en ese lugar. Un aire enrarecido, apenas ingresaba por las hendiduras. Todo estaba a oscuras y esa posición le resultaba muy incómoda, era muy difícil moverse. Sabía que no podía hacer ningún ruido, hasta su respiración le parecía un peligroso sonido en ese extraño escondite. Anhelaba desesperadamente salir de ahí.
El tiempo se hacía eterno ¿Ya se habría puesto el sol? Quizás.
Un pensamiento feroz lo invadió. Decenas de niños llorando y una sádica sonrisa expectante desde el umbral. Los rostros del horror volvían como una postal Aún sentía las astillas en su piel y el recuerdo de la corrida que lo llevó hasta ese lugar.
Trataba de serenarse para no enloquecer. En su mente aquella melodía invertida lo hacía regresar una y otra vez al galpón donde ocurrió la masacre. Cientos de personas asesinadas. Vidas hermanadas por un sueño y ahora sólo quedaba él. El último hombre en unirse. Curiosa paradoja ... ahora todo dependía de él. No podía fallar.
“Ojo sin párpados”, esa era la clave, sólo eso debía decir y ellos comprenderían todo. Debían huir hasta las montañas y ponerse a salvo.
Tal vez tendría que recorrer varios kilómetros con el corazón en la mano y con el alma en los pies. Debía cruzar el puente y llevar la novedad al resto. De lo contrario sería el fin de la resistencia.
El olor a muerte se hacía cada vez más penetrante y los gritos habían cesado. Sentía la garganta seca. Mataría por un trago de agua ... mejor no pensar lo que haría por un trago de whisky.
¿Cuánto tiempo más podría resistir? Las palpitaciones de su corazón se hacían cada vez más frecuentes. La desesperación le cortaba el pecho.
¿Habría alguien esperándolo ahí afuera? Aunque las botas habían cesado su marcha, quizás hubiera un centinela a la espera de una presa.
Sentía como el sudor le surcaba el rostro y mezclado con la tierra, salaba sus heridas.
Ya no soportaba más el encierro y con desesperación abrió la tapa ...
Una suave brisa bañó su rostro. El aire ingresó delicadamente por su nariz, acariciando sus pulmones. Sintió el sol, como una bendición, sobre su ajada piel. Una hermosa sensación de placer lo invadió.
Lentamente sacó sus pies del cofre y estiró sus brazos. Podía sentir nuevamente su cuerpo pleno. Por un instante olvidó todas sus penas, todos sus dolores, se había liberado de esa sombría tumba prefabricada.
Sus ojos tardaron unos instantes en acostumbrarse a la luz. Cuando pudo abrirlos por completo pudo ver con mayor claridad: un muchacho, que no tendría más de quince años, sostenía con sus dos manos un fúsil ...
En su frente el impacto fue descomunal, ni siquiera hubo tiempo para pedir piedad, mucho menos, para sentirlo.
La resistencia tal vez no lograría escapar de su destino, sin embargo él fue liberado. Para él, todo había terminado. |