Ni siquiera está lloviendo
y siento como el agua corre por mi rostro.
Facciones desarticuladas, dolor inevitable,
la fugacidad de ese sabor dulce
me conduce nuevamente a la soledad.
Ambiguedad de todo lo que vive en mi,
quisiera ver en tus ojos un matiz
que me enternezca, que me invite a volar.
Pero todo esta deshecho,
el curso de los vientos se ha vuelto a retomar,
soy un puñado de hojas secas
dispersas en el mar.
Ese mar coral, triste, desolado,
donde no existe nadie más que yo,
donde mi poesía es mi única compañía
mientras caen mis lagrimas
y van borrando esas letras
que escribo al unísono.
Necesito un parchecurita que
me envuelva el corazón,
para cegarme de que algún día sanará
el amargo veneno que hoy me destruye
y me quita el violeta del rubor.