De cuando en vez me dedico a escribir y cuando lo hago es por que algo extraño esta merodeando por mi cabeza. Esos ojos negros de los cuales he hecho alusión en otros de mis inertes escritos, siguen perturbándome, no perdón. Ya ni eso hacen se han dedicado a perturbar a otros ajenos. No se que ocurre pero me esta doliendo de alguna manera. No se si resulte gracioso pero me da risa.
Aquella noche de principios de diciembre se paseaba por las calles un viento fresco y delicado, con aroma a cerveza fría. Entre al bar de la avenida principal a cancelar algunas deudas de hacían algunos meses atrás. Le pague al barman y me sonrió con sarcasmo. Ordene dos cervezas y le invite una a un conocido-amigo. Hablamos de música, de conciertos, en fin de cosas casi con sentido. Pedí algunas canciones y seguí hablando con el y con mi cerveza. No bastaron 5 minutos cuando hizo su aparición una señora de unos 40 o 50 años según ella, muy elegante, labios delineados, cuerpo de quinceañera descuidada, ojos claros como mi decisión de contemplarla, entro al baño y solo nos quedo observarnos las caras mi conocido-amigo, el barman y yo. Salió del baño y dijo algunas palabras de critica al grupo que estábamos escuchando, cancelo su deuda y salió. Dios santo hermosa ella, figura incansablemente malpensada, boca seductora, en fin todo un conjunto de deseos aberrantes.
Seguí tomándome unas cervezas mas, pidiendo canciones, pensando en la cuarentona-cincuentona, y olvidándome de aquellos ojos negros de otros escritos. Llegaron otros amigos que habían estado conmigo hacia un par de horas y se sentaron en una mesa.
Hay una cosa que detesto de mí y es cuando estoy ebrio, canto, saludo, me quejo, abrazo, hago cosas que no debería hacer, a veces vomito. Un completo fiasco. Pero que puedo hacer contra un ente delicioso y subliminal como lo es la cerveza.
- colócame una canción de cher. – dijo la cuarentona.
- Lo que usted mande. - dijo el barman
Luego salió meneando el trasero como haciendo un llamado a nuestros ojos.
Pasadas 2 horas las cervezas habían concretado su objetivo, estaba mareado, feliz, cantando, etc. Me puse de pie y me senté con los amigos de la mesa, observe un rato hacia la calle y estaba la señora sentada en las piernas de un viejo con ojos rojos y pinta de indigente elegante, se besaban como si sus labios fueran de caramelo.
Para desgracia mía aparecieron los ojos negros, no, no puede ser, ya los estaba olvidando por un instante. Sentí algo frío y una puñalada en el corazón, de cierta forma se me daño la noche y se me arreglo. Que no daría por no verla jamás, por ver a esos ojos cerrarse para mí y no abrirse nunca. Me dio un beso y me pregunto como estaba, trate de ser indiferente y de hecho fui indiferente el resto de la noche. Odio esto que siento, quisiera arrancarme el corazón y quemarlo vivo, echarlo a la hoguera de la soledad y el desprecio, atravesarlo y partirlo en mil pedazos por esto que me esta haciendo.
3:30 am, ebrio, ebrio hasta los pies, estoy en la barra tratando de lanzar una idea coherente, giro mi cabeza algunos grados y observo a la señora cuarentona-cincuentona posando sus ojos claros sobre los míos un poco desorbitados, me pregunte si seria a mi y si, era a mi, todos a mi alrededor dejaron de existir, y para ella creo que también, se fue acercando lentamente y me dijo con voz entrecortada y deliciosa:
- te pareces a mi hijo.
Sentí algo extraño, pensé que esa mirada quiso decir algo más y le respondí.
- entonces yo soy Edipo rey.
Hizo un gesto de incógnita sarcástica y me reto a que se lo demostrara, temblé por un instante pero me llene de valor y dije:
- solo es que usted me diga cuando.- sonrió y me metió en el bolsillo del pantalón un papel sin que el indigente se diera cuenta.
Jamás me imagine que tendría un romance con una señora que podría ser mi madre.
Al día siguiente la llame y quedamos en encontrarnos en un motel que queda a las afueras de la ciudad. En el camino pensaba como seria una relación nocturna y a escondidas con una mujer casada, que tuviera un hijo que se pareciera a mí y que estuviera comprometida con un indigente elegante. Que pensarían mis padres, mis amigos, mi gato. Llegue a la conclusión que seria un reto más en mi vida de errante cervecero. Llegue al motel y estaba ella en la entrada fumándose un cigarro, me detuve un rato al otro lado de la calle observándola embelesado, esta vez era distinto, no estábamos ebrios, podríamos ser madre e hijo en un centro comercial, comprando ropa, pagando recibos, no se. Me localizo y me hizo una seña con la mano. Cruce la calle y me saludo con un beso. Entramos al motel, elegimos la suite más grande y caminamos por los pasillos agarrados de las manos como 2 novios adolescentes, le abrí la puerta y entramos a la habitación. Estaba temblando, las rodillas se me querían doblar solas, parecía un joven de 22 años con mal de parkinson, ella se dio cuenta de mi situación y sonrió.
- Tranquilo, no te va a pasar nada. – me dio rabia lo que dijo, me sentí como un idiota.
Me fui amoldando al ambiente hasta que me calme. Nos tomamos un par de cervezas y luego dijo algo que me gusto, estaba decidida, estaba dispuesta a todo.
- ahora si, a lo que vinimos.- rostro de malvada.
Comenzó a bailar y se fue desnudando, hasta que quedo sin ningún tipo de prenda.
Luego se abalanzó sobre mi e hicimos lo que teníamos que hacer. Nos dormimos. Al rato me desperté y como para ser consecuente con ese tipo de películas en donde amanece y la vieja no esta, la vieja no estaba. Se había ido, su ausencia sudaba en la cama, su olor impregnado en las paredes de mi cuerpo y del espacio. Dejo unos cuantos billetes en la mesa de noche para la cuenta, eso si ella pago todo, que bien. Desde ese día no la he vuelto a ver, la he llamado y el teléfono no lo contesta nadie. Hoy iré al bar en la noche, a esperar si de cuando en vez vuelvo a escribir algo.
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