El Médico
Juan vuelve a estar sentado frente a mí como todos los martes y jueves de los últimos veinte años. Muchos años ya para una psicosis depresiva endógena que se instaló en su maltrecha realidad, procurándole la maldita certeza de haber cometido unos hechos deleznables que solo han ocurrido en su mente. Lo que una vez fue una especie de extraña melancolía dio paso a una espiral creciente de lamentos, culpabilidades y sollozos continuos.
En gran parte él fue el motivo de que yo estudiara psiquiatría, no concebía que su caso no tuviera más paliativo que la compasión y la medicación continua. También él fue el motivo de elegir este hospital como destino profesional, para estar a su vera y poder tratarlo cada martes y jueves, como lo estaba haciendo desde que llegué.
Últimamente Juan se cree médico psiquiatra y me habla con términos muy extraños y rebuscados, supuestamente médicos, para explicarme como está y que siente. Me quiere ayudar porque dice que ve la angustia en mi rostro y que daría lo que fuera para que acertara con la cura. Según él somos colegas profesionales, casi como hermanos después de toda una vida juntos.
Hoy solo me mira. Al entrar a mi consulta se ha sentado y ha fijado su mirada en alguno de sus múltiples paisajes interiores, sus ojos me miran pero su mente apenas me percibe. Su impotencia se ceba con su reloj al que fulmina periódicamente con su mirada. Hoy parece que tampoco aprovecharemos la sesión. Se levanta contrariado, abre la puerta y se dirige a un bata blanca diciéndole algo que no llego a escuchar bien. Luego se va cerrando la puerta y farfullando un ininteligible ¡Hasta el martes y cuídate!.
Segundos mas tarde entra el bata blanca y me dice:
- Doctor, su hermano me ha dicho que hoy no estaba con nosotros, ¿por donde andaba?
- Donde siempre, aquí, observándole. – le contesto con pesar al intuir el comentario de Juan a su oído.
- Bueno, no se preocupe Doctor, acuéstese, tómese esto que le sentará bien y ya verá que el martes su hermano el Doctor viene a verle y todo irá mejor.
- Gracias por tus ánimos, Manuel, pero aún no he podido comprender como ha conseguido perdonarme después de lo que le hice hace 20 años.
|