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CUENTO CORTO
AUTOR: SATURNINO RAMOS VAZQUEZ



“PROCOPIO EL SOÑADOR”


Poblado polvoriento, con calles de piedras menudas, perros callejeros; niños desnutridos unos, otros no tanto. Casas pobres y casas ricas, de colores distintos, tan distintos como los sueños e ilusiones de quienes la pobreza ha sido su eterna compañera.
La escuela, despintada, con bancos desvencijados, casi rotos; y en ella, rompiendo la soledad del pensamiento, el bullicio de las tiernas risas y voces de quienes no han despertado de la realidad de su miseria.
La región rica en producción de caña de azúcar en manos de unos cuántos. La caña es cortada por jornaleros, algunos niños todavía, recibiendo al final de cada semana, un mísero salario de hambre, llamado salario mínimo.
Televisión sólo una, en la lujosa casa del “Señor Patón” el hombre rico del pueblo. Los niños harapientos, se asomaban por las tardes, casi de noche, pegadas sus narices a mirar tras la puerta con tela mosquitero, el clásico programa televisivo de “Daniel Boon y su fiel amigo Mingo”, cuando los dueños lo permitían, ya que con frecuencia le cambiaban de programación, pues eran los señores de la casa.
En la casa del “Señor Patón”, los no invitados al esparcimiento, los adolescentes casi niños, por su delgadez, permanecían acurrucados junto a la puerta, viendo su programa favorito, que les producía una neblina a su cruda realidad, donde se hartaban de los aromas deliciosos de los ricos y suculentos platillos que con esmero preparaba para la cena familiar, la “Doña”, dueña y señora del “Señor Patón”, “Doña María”.
Queda vívido el recuerdo del rico aroma de los plátanos de castilla, quienes brincaban en el sartén entre el aceite y el calor del fuego, olor que producía resequedad en los labios y un aislamiento en el estómago vacío. Fresco queda aún el aroma del queso fundido reposando en las ricas y deliciosas enchiladas, acompañadas de frijoles refritos, la fragancia de una carne asada, y la fresca agua de limón real no podía faltar en aquella mesa, que de hecho nunca faltaba nada, al contrario, algunas veces la comida sobraba y ésta era echada a los perros y los niños espectadores, boquiabiertos, con la lengua reseca, llena de envidia hacia aquellos animales, que de hambre nunca gozaban.
La noche tenebrosa, caía lentamente sobre los tejados de las viviendas pobres y ricas, ya que ésta no tiene clases sociales. Tenebrosa, para los pobres, para quienes el amanecer de sus sueños, pareciera que nunca llegaría. Ante esta obscuridad, de entre los espectadores no invitados, ni a la cena, ni al esparcimiento, había uno, que le llamaban despectivamente Procopio, por parecerse, (supuestamente al anciano más feo del pueblo), se retiraba meditando, no en los dramas de Daniel Boon, o el manjar que los "señores" de la casa consumían ante la presencia hambrienta de estos seres desvalidos, huérfanos de padres vivos, no, sus pensamientos cual alas de águila, anhelantes en la búsqueda de horizontes nunca vividos, solamente soñados y acariciados durante muchas veladas, como la de aquella noche y presenciando el gran festín que día a día la familia se prodigaba.
Este joven, con apariencia de niño, por lo desnutrido que estaba, a sus sueños y esperanzas renovadas, ponía alas y volaba su pensamiento, volaba tan alto con la ilusión anhelada de algún día con esfuerzo decidido, alcanzar la meta acariciada, de que la pobreza nunca más sería el ropaje de su vestimenta de sus padres heredada.
Procopio, que así llamaremos a nuestro amigo, en su andar a casa, la cual estaba enclavada entre las sombras de los árboles de una tierra prestada, a orillas de una laguna, que con la lluvia se llenaba, donde el ruido de las aves el ambiente arrullaban, este soñador, los sueños diariamente cultivaba.
En esta casa donde el analfabetismo abundaba y la miseria aparecía en todo lo que ahí se encontraba, la mesa, las camas de varas, el bracero y candiles de petróleo entre las penumbras siluetas dibujaban, notándose la ausencia de energía eléctrica, que ya en el poblado había sido desde años atrás instalada. En esta vivienda la luz eléctrica no existía, por la falta de dinero, el cual escaseaba.
Un día, en el mes de junio del año 1967, Ubaldo, el hermano de Procopio en su yegua baya, corriendo a galope desmedido rumbo a la escuela primaria se enfilaba y ya sin aliento por las lágrimas que su rostro inundaba, gritaba: hermano, _¡mi padre ha muerto¡, _¡mi padre ha muerto¡. Procopio se quedó atónito, como un cadáver, frío y si aliento al oír los gritos de su hermano, que por la eternidad han resonado en los oídos de quien en sus sueños suspiraba, ahora despertaba a una realidad cruel y despiadada, su padre, que buscando un mendrugo de pan en el mísero salario que los patrones pagan, al cruzar el río Pánuco a nado, su vida, ahí truncaba y después de varias horas de permanecer en lecho frío de una muerte anunciada, las aguas turbulentas, a las pocas horas con furia lo vomitaban, para ulteriormente en una fría velada, bajo el dolor y el llanto, la madre tierra, en su seno albergaba, ante el sufrimiento desesperado de una esposa desangelada y Procopio con sus cinco hermanos, huérfanos quedaban.
Fresca queda en la memoria de este joven soñador al llegar a casa, una muchedumbre se arremolinaba frente a un viejo camión que transportaba el frío cuerpo, desnudo, muerto había quedado. ¿Cuáles habían sido los ideales de este hombre muerto, hacia sus vástagos amados que ahora la tumba sepultaba? Al siguiente día de este lacónico relato, un cadáver sin historia era sepultado en el grisáceo ataúd, que lentamente decía adiós a los destellos solares, a la vida a la nada. A la muerte de su padre, el niño soñador, (Procopio) sólo tenía siete años y en un joven maduro, de un plumazo se convertía y con aquel dolor en su alma arraigado, la semilla de sus sueños parecía que se truncaban, sin embargo, cobraban vida con mayor fuerza, ya que con esta amarga tragedia, la miseria arreciaba, dando un tinte más dramático de urgencia no esperada. La madre de Procopio una nueva vida realizaba a lado de un iletrado que nada nuevo auguraba.
Procopio, después en adulto se convertía, muchos libros devoró, a la escuela superior asistió y en un hombre culto basándose en esfuerzo se transformó y muy joven sus sueños consumó, en la realización de lo que hoy es su gran vocación, en maestro se convirtió. Posteriormente a una hermosa joven conquistó y sus vidas e ilusiones por la eternidad sellaron, siendo el cielo y la tierra testigos de honor.
De estos bellos sueños, tres hermosos hijos, la vida les dio y las experiencias de infancia vividas, nunca más la historia repitió, y ahora sólo el carácter fuerte y humilde de la familia formada, la felicidad continua han buscado y en principios firmes y sólidos, su vida se ha fundado.
El poblado de antaño en nada ha cambiado, el señor “Patón y doña María”, de esta vida han partido, sus restos en el cementerio han quedado olvidados, nada de lo que tuvieron se han llevado, sin embargo, en la historia circunstancial de Procopio, las comodidades, olores y manjares, de estos señores, una inspiración ha sido, alcanzar los sueños anhelados, sólo en sueños tenidos.
Esta es la historia de Procopio que en aquel poblado, de nombre “Las Badeas”en el próspero estado de Veracruz ,en el recuerdo ha quedado, venció los miedos y miserias por generaciones heredadas. Ahora su vocación, en maestro se ha convertido y siempre esta historia, con diferentes matices a sus alumnos ha contado, generaciones han pasado y el mismo relato han escuchado, con el anhelo de que siempre un alumno un maestro tenga a su lado que sea fuente de inspiración para que los ideales y sueños nunca sean truncados y la miseria heredada, no sea excusa para explotar el potencial infinito que en cada niño y adolescente, los Dioses, han depositado y así la autoestima de cada día afirme el deseo de alcanzar con disciplina y esfuerzo denodado, los horizontes y sueños acariciados.

FIN








Texto agregado el 03-12-2005, y leído por 668 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
07-08-2006 hola ta genial tu cueto te invito aleer mis cuetos felicidades elder
01-04-2006 ***** laquesoy
 
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