A las seis de la madrugada como de la nada, abrí los ojos. Busque con la mirada por la habitación, algo que me indicara donde estaba, y es que los sueños habían logrado desorientarme como en otras tantas ocasiones. Asustado miré al rededor, estaba en casa, en mi cama. A mi derecha solo sabanas, unos cuantos centímetros antes de caer hasta el suelo, mientras a mí izquierda, la imagen de una mujer se dejaba ver por entre las sombras, que a esa hora eran provocadas por unos cuantos rayos de sol que mezclados con las luces de la calle se colaban por entre nuestras cortinas.
Un gran bulto sobresalía desde su vientre, y se elevaba desde su delgado cuerpo cual Peñón de Gibraltar, y formaba un arco tan perfecto como el resto de ella. Temeroso de despertarla me acerque con cuidado, y con más aun quite algo de la sabana que hasta esa hora su cuerpo aun podía soportar. Posé con cariño mi mano sobre el vientre, sentí su suavidad y la sensación de que alguien dentro sentía el calor de mi mano por sobre la piel, me detuve unos momentos, pose mi oído en el vientre, y poniendo mucha atención sentí el latir de un corazón, cuyo paso rimbombante se mezclaba con uno más rápido, como el de una pequeña ave. Comprendí lo importante que estaba dentro, musite una canción de esas que te cantan para dormir. Bese su piel y una mano pequeña se poso en mis labios como queriendo atravesarla de un golpe. Fue la primera conversación de mi hija y yo. Sentí como respondía a mis saludos, y se que sabia que era yo, su padre, se que sintió mi amor a través de la piel, a través de mis labios y sintió el calor, que traspasaba por ella, supo que del otro lado estaba yo, su padre.
En la complicidad del silencio, hable con ella, le conté cosas del mundo, del amor, de cómo con su madre creamos juntos su maravilla de vivir, lo que le esperaba afuera, no cosas ni buenas ni malas, sino un mundo lleno de oportunidades, decisiones y aventuras, de lo bello que es amar, a todo y a todos. Le conté del mar, de lo bello que es escucharlo, de la maravilla del sol y de cómo pega en la cara cuando, tirados en la hierba descansamos, del agua que nos refresca, y del viento, cómo sopla fuerte un día y al otro es capaz de salir tímidamente de un suspiro. Le conté de cientos de animales maravillosos que teníamos e íbamos a conocer, de los árboles y las flores, del chocolate y de la miel, de la maravilla de un beso, del abrazo de un amigo. Por último de la fantasía, de crear, de libros y cientos de historias que de la mente de cuenteros locos un día ella me leería.
Ella me contó del calor, del estar allí dentro, de sentir a su madre y en cada uno de sus latidos sentir el arrullo que emana de su amor, y sentir a su padre una mano enorme que se posa en su hogar y suavemente golpea como diciendo “sal de allí, pronto pequeña”, del beso que sentía desde su interior, de sus sueños y esperanzas, y de las ganas de verme, de vernos a nosotros sus padres. Habló de lo delicioso que es dormir, en eso a su madre salio pensé, pues en ello podía soñar, y vernos a los tres, ver los labios de su madre y por fin las manos de su padre, de todo aquello esa noche ella me hablo.
Esa fue nuestra primera conversación. La primera de tantas que espero tengamos, con ella con mi niña hermosa que tendré en mis brazos espero pronto, muy pronto.
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