El destino, si se quiere pensar de ese modo, me hizo una mala pasada, apostamos una mano los dos, todo o nada, pero me jugó con una baraja marcada. Soy un jugador empedernido. La vida es una apuesta, y las apuestas crecen mientras el juego avanza.
“Hay una carta marcada con tu nombre –dijo el hombre mientras aspiraba una gran bocanada de su cigarrillo- me pasó y a los otros antes que a mi”, estaba a mi lado en la mesa de black jack, lo miré con desprecio, seguí en lo mío, aumenté sin mirar las cartas. “Yo también lo creía”, continuo diciendo, miré de nuevo interrogándolo, “me refiero, a que podía ganar”. No quise oírlo más, continué mi juego, recuerdo haber pensado, “si vuelve a hablar llamo a seguridad”.
La esclavitud tiene muchas formas y métodos. Era bueno con los números, por eso me gustó la ingeniería. “Tienes un futuro prominente”, fueron las palabras del decano el día del grado, era el mejor de esa promoción, recuerdo la alegría de mi madre. Pero ahora hay una carta marcada con mi nombre, mi rostro y mi figura. Soy un hombre, un perro, menos que eso, un esclavo del destino.
Este es el juego al que entré. Recuerdo haber tenido una familia, no se en que mano la perdí, en este juego no hay salida. “Ya no te conozco, donde estuviste ayer –era mi esposa- vinieron... se lo llevaron todo”, no volví a verla, ni a los niños.
“Hay una carta marcada con tu nombre”, ahora sé que hablaba en serio, también que todo pudo ser diferente. Yo marqué esa carta, la dibujé día a día con mis actos. Vi el abismo aquella noche, fue una última mano, todo o nada. Quizá me recuperaría. El tallador dio las cartas, una estaba marcada. Me deje caer al vacío. A veces sueño con el hombre, y en el sueño soy un perro. |