Parte 1. Sin Novedad
Confía, no puede ser tan terrible. Los últimos soldados partieron ayer a mediodía. La noche no es infinita. Pese a todo el sargento Hernández nos reconvino bien; las provisiones durarán hasta, al menos, el ataque final; o la muerte de nosotros, que sería más o menos lo mismo.
La desventaja es evidente. Además, tenemos hambre y frío; somos conscriptos, yo nunca me hubiese metido a este lío por voluntad. Aún así, aquí estamos, hay que soportar o reposar en la trinchera. Esperar que el barro suba y deje de llover, o que se seque el aire y nos quedemos sin agua en el momento necesitado.
Me arde la mano. Si se me infecta, finito, el médico murió hoy en la mañana junto a seis soldados que hurgaban un botiquín con sorpresas. Ya no sé qué hacer, por eso estoy tranquilo. Ya pasé la barrera en que las cosas dependían de mi voluntad o mi entrega, o de mi heroísmo con el fusil. Ahora soy yo y la nada, o lo que se viene sin que nadie sepa.
No creo que la vida sea determinista, pero evidentemente ahora yo no puedo hacer nada. La libertad no existe para el condenado a muerte; para el que sabe que sus minutos se están fugando como en reloj de arena. Y hay tanto sol que no calienta; se me nubla la vista.
Las horas pasan lento, ahorcándose, estamos siempre atentos al ataque final. Malditos serbios. Maldita guerra.
Parte 2. Parte cúlmine
Mírame que estoy tan lejos. Oh, se te voló algo y ni cuenta te diste. Oh, mira, mira como se te va. El puro viento que te cuela algo debajo de los ojos (porque siempre es debajo de los ojos) (¿cierto que es debajo de los ojos?) (dime, es debajo de los ojos) (siempre, debajo de los ojos). Parte de una calle, una vereda, una canción extrañísima de las viejas, o la bicicleta, o la bicicleta o la parte extrañísima de las viejas.
No te olvides de mi nombre; no pienses que voy a desaparecer entre la nada o chupándome en la niebla. Yo soy uno, no miles, uno uno uno que no entiende donde estarl. No me mates; tengo tiempo; aunque no exista, lo tengo, no sé cómo.
Mira que llueve. Llueve y yo aquí, mojándome. Se me cuela agua por los ojos, es como llorar al revés (¿no lo habías pensado?).
Obviamente que todo es igual que siempre; la guerrilla, los muchachos, el tabaco mojado y barato. Los días pasan lentos, lentos, lentos, pero si pasaran rápido no podría escribirte esto, o recordar lo que fue de mí en los tiempos en que aún mi vida pendía de mi voluntad, o al menos, cuando creía depender.
Ahora, en la hora final, tú me ves y yo me asombro. Pienso en la bicicleta o el día en que te robé una pieza de rompecabezas que pillaste en la calle. Son esas cosas; no sé qué hacer. |