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Parte 1. Gabardina de Mujer

Entonces en ese día se verían las cosas distinto. O sea, no digo distinto en la forma en que el aire fuera agua y los pasos volar; algo más...
Como la mujer, llendo de pisada en pisada, sobre hojas rutilantes del otoño y nubes grisáceas y árboles fractales y Chopin de fondo (pero en violines) o cánones.
O recitación quimérica.
Y en su cabeza no pasan miles de pensamientos o proyectos o sueños o memorias. Porque en su cabeza lo que entra es el momento colado por la retina, como si todo fuese doblar el cuello para mirar espía lo que pasa al otro lado de la calle. Y hasta un leve rayo de sol parece colarse arriba de los edificios más lejanos que se ven. Pero un rayo, es nostálgico. Dos rayos, no.
Se debe apoyar en su bufanda, lana en este caso. Se debe apoyar en su bufanda y en su abrigo largo que tiene hace muchos años. Y no tiene que hablar mucho; porque si hablara mucho pensaría que lo que hace es una obra de teatro, o esos esbozos de los que hablan algunos. Y no se trata de eso, más bien se aleja de eso. Porque eso, y Boniface, son sólo pedazos de historia.
Ahora. Yo no sé si logre llegar a tiempo en cuanto acordamos vernos desde los vidriales y el polvo. No sé si logre llegar a destiempo tampoco, o intentando desarticularme o citando nombres que provocan ese extraño humor en tus ojos. Y menos marcharé. No iría tan lejos, pero si te esperaría desde el Katmandú quizás...
Y aunque el frío te cuele, no te enfría.
Entonces tose. No por resfrío, enfermedad o cortesía. Tose para que el aire respire sea ajeno a ella misma. Renovado, ideas de ese estilo. Y se pregunta, ¿por qué tiene que salir un rayo de sol cuando lo que necesito es nube grisácea y caminar escuchando el rebote del abrigo? Y sabe que es tan inútil seguirse preguntando que se deja de pensar. Se sienta en una banca, quiere esperar la noche. Está fría. Le agrada. Recuerda que en los crepúsculos todo parece más intrascendente y los líos se difuminan como en áura de una tristeza grande.

Parte 2. Camellos en el Katmandú


Las palabras que se van diciendo unas tras otras. Unas tras otras se van diciendo, como canción. Y no llega la concentración querida porque alguna cosa titilea molestosa en la parte de abajo de los teclados. Pero no importa, lo que yo quiero decir es tan inexistente y nuboso que puede destruirse el mundo y no se afecta el caos de mi linealidad exponencial que parece física ascendiendo al parnaso y más lejos aún.
Sueños cortados, imprecisos, dependientes de una realidad sensible aristotélicamente; o de las invervaciones de lo que vivo con lo que hago. O de sus ojos brillando cuando desea algo y sabes, pero haces como que no sabes, para prolongar la sensación lo más posible.
Stop, para cortar una grabación. Yo en todo caso, nunca supe la verdad de las cosas. Pero ahora no quiero divagar con extraños rezos que hurguen en lo más profundo por mientras mi cerebro hace reconexión nuevamente.
Tres, dos, uno...
Así no funciona la cosa. Mi cerebro me falla a ratos y se va, se va, se va, como agua entre los brazos. Mi cerebro se va, como agua entre los brazos. Como si esto fuera poesía, algo así, o deletreos de una máquina de escribir en los años 30, y yo soldado de algún país pordiosero que busca héroes antes de ser comido por la maquinaria. Yo, teniente, platón y búsqueda del paraíso.
En fin. Lo que yo quiero decir es claro. Tan claro que en estos momentos se hacen dificil la traspapelación (maldita ventana titilando). En eso estoy yo. Yo quiero elegir mi vida. Quiero tener la decisión clara; quiero ser dueño de lo que me pase y no tener que estar pendiente de la gravitación universal y de quizás cuanta desgracia. Pero no se puede. No se puede porque los cables de las calles son eternos y eternos. Y no se meten bajo tierra cuando uno lo está deseando, si no se hacen los locos y te miran y se burlan de ti, y te alumbran cuando quieres ver el cielo, o las estrellas desapareciéndose en pos de los veranos, los que siempre vienen con el mismo entusiasmo y las mismas posiciones, que cambian en el universo, pero no en tu cabeza.
Uno está acá, desangrándose. Esperándose. Esperándose y desangrándose. Buscándose solitario en medio de lo lleno. O un hueco de alivio en la propia cabeza. De respuestas y más respuestas, con preguntas hijas del deseo de un bacanal, guitarra de plástico, piano, canciones.
Es tarde, se me hizo tarde. Se me olvida como hablar cuando se hace tarde. A uno no le queda más remedio que empezar a pensar en Nieve apoyándose en una ventana que no gira del todo y unas goteritas de lluvia que se caen; y el sol de espaldas a ella tirándole rayos detrás de la cabeza igual que áura de cuadro del renacimiento.
O Nieve mirando.
Es que Nieve mirando es...
O Nieve sentada en un tronco, pidiéndote autorización para un abrazo que deseas hace mil años. Y se lo niegas; para desearlo más, y más, y más. Y lo deseas más y más y más. Loco.
Y Nieve te hace cerrar los ojos y te besa con preámbulo. Será loca. Y pone cara de nieve. Y no mueves un centímetro los labios; dejas que ella te bese; ella, ella te besa.
Y quieres decirle mil cosas a Nieve. Pero no le dices nada (pero le piensas todo). Miras lejos, donde pasa el tren. ¿Por qué no pasa justo ahora? Piensas.
Hombre loco, sin atributos. Todo.

Los segundos y los días y los años y las vidas y los teatros y las guerras y los acuerdos y las bebidas tomadas y las bufandas cambiadas.
Cod Cereco. El tiempo. El tiempo, capitán, no existe.

Y es como si te movieras en la niebla. No es necesario de explicar. Y es como si te movieras en la niebla. Paso a paso, no sabes si hay piedras o precipicios. La niebla es tan blanca. Y a lo lejos ves el sol, que no calienta, pero está, desaparecido, como pelota incandescente. Rayos, te dices, este lugar lo conozco. Tan blanca que no necesitas moverte. Eres tú y el paso adelante, tu revolución, tu avance, raro, rozado, lluvioso antiguo arcaico recuerdo como lazo hacia el futuro pescando salmones de oro. Como en el cuento de Julio, ese de los pescaditos de la felicidad (algo que sólo Julio podía escribir). Pescaditos de niebla. Máximos recursos. Máximos ojos, volando drogados.

No puedes pensar eso cruzando calles. Arriesgas tu vida. Cuida tu vida. No revientes tus pulmones, déjalos respirar, déjalos moverse solitarios, en el frío, en el vidrio de una micro nocturna rallada (la conoces, esta micro te toca siempre, y ese asiento tiene tu nombre en el respaldo). Vidrio de niebla. Un viento se cuela por la puerta. Micro vieja. Rostros. Aires. Rostros. Entes. Zorros. Aires. R. A. R. E. Z. A. Silencionante en un teatro vacío, o en las páginas del libro. Nieve te besa, no mueves un centímetro. O en el paso de los dedos cuando la vista se te está cansando y cerrando se te van los ojos por las palabras. Porque son tantas y nunca se acaban. Es cansador, y es lo máximo, porque creces, como máquina que sirve para todas las cosas. Eres tú. La niebla que un día... Pero yo no estaba hablando de eso. En realidad. Estaba hablando de un vidrio de papel. No, menos. Vidrio de papel, qué es eso. Vidrio de papel, no abras la puerta. Pucha. Abre la puerta. No leas lo que escribo. Pucha, lee lo que escribo. Pucha, palabra de carne. Borrador en una montaña. Alpinistas conquistando el desierto. Camellos en el katmandú.

Cosas cortadas. Palabras con ganas de decirse, de repetirse y saborearse adentro de la cabeza, justo antes de dormirse, y hacerlo al mismo tiempo, con un afán telepático. Con gusto, esencia, material y acero de telepatía. La única y grande. Como las palabras que no se dicen, o las emociones precognitivas. O las ellas avanzando en la planicie. Tiempo de tundra. Tiempo de tundra. Tiempo de tundra y de enanos y gigantes y escalinatas de maleza que llevan a una nube con historia propia (¿leiste ese cuento?).
Ideas máximas. Todo máximo. Chocar en moto. Y morir.

Altiplano. Respiración de diez minutos. Ganas infinitas de inflar globo. Nieve tiene dos ojos. Ecos de lo que caminas, lo que vas pensando, y el sol te entra por la pupila. El cristalino se derrite. Iris, contrae. Nervio oculomotor = vía láctea. Como si fuera melodía sin letra, o "la vie..." cantándose con voz de catarata.

Parte 3. Pensar montando micros

Otra naturaleza. Más, qué se yo, volátil. Sol atardeciente y caminar seguro; cruce de calle, seguro, autos rozando. Conversaciones raelianas. Y aquí, y allá. El comentario perfecto, sacarse años de encima. Escribir, con, guantes, dicolores.
Por el hecho de necesitar escribir de vez en cuando. Evitar la muerte, una idea de ese estilo.
Natural Born Killers. Los soñadores. Bertolucci. Pensar. Pensar, pensar, pensar. La noyée. La Maga.
Leer.
Leer.
La noyée. Mejor escribir correos. Inutilidad esto ser. Mirar encima de los hombros: yo, y tú, y yo, y tú, y yo. "Después pensé mejor las palabras... ya era tarde". Caminar pasivo, cumpliendo promesas. Encontrar, saludar, pero qué flaca que está Pilar, pensé. ¿Qué será? Tiene el rostro de otra forma, pensé. Pilar, Fabiola, Miriam y dos desconocidas. Uno, su bufanda, su bolso y su carpeta con textos; al frente el sol, arriba el cielo, atrás el edificio de la facultad esa. Entablar tres conversaciones múltiples.
Miriam: ¿Y mi cuaderno azul? Si, yo también me noto distinto, ¿pero en qué? El próximo viernes entonces (asiente con la cabeza, percepción visual irreconocible, misterio).
Pilar: ¿Y te corriste de clases ayer? ¿Y sigues de noviazgo? ¿Y estás enamorada? (se sonroja).
Fabiola: ¿Te serviría si te presto Una Mente Brillante? ¿No era tuyo el pinche rojo? Revisaré (sonrisa ecuménica, imparcialidad).
Y me despido, igual como saludé. Entrar. Ascensor. Quinto piso. Caminar pasillo. Entrar sala. Romper silencio: "Buenas tardes, ¿o se dice buenos días? ¿No da lo mismo? (risa social) Hola, hola, hola (giros con cabeza hacia Kafka y otros dos conocidos) Pucha, qué cosas, hasta ando con mi carpeta como para leer algo pero la verdad no voy a poder (pregunta de alguien, razones sociales) Y es que iré a ver 2001 kubrickiana. El asunto es que tengo que prestar este libro, ¿podrías...? Gracias. Intermission. Ascensor. "El sol está pegado en el mismo punto" ¡Diego! agita mano Fabiola llama. Pedir favor correo dirigirse. Miriam, no te olvides, sacarse cole, agitarse pelo, despedirse de las cinco, tres conocidas y dos kinesiólogas posesas. "¿Y donde has escrito todo este tiempo?" Sacar, mostrar, prostituir croquera. Coger, guardar, acariciar croquera. Mensaje cognitivo, susurro a la libretita, protegerla en el bolso, codiciado, viejo, liviano bolso. Y el regreso. Cruzando calle ver Claudia y su amiga, pensar en que lleva el rostro triste, pensar en que no me reconoció, pensar en que en realidad no tenía por qué, dado que la única vez que la había visto fue la última vez que ella se abrazó con Ignacio (justamente el viernes pasado, camino al literario, cuando, al salir del olímpico ella corriendo se le tiró encima, y él le dijo que se iba, a un taller, con sus amigos). Momentos históricos, les vi el último beso (intuición wundtiana, ¿por qué tenía la sospecha de que era el último? Dos días después yo y Penélope seríamos testigos de un ritual de dejación). Recordar todo ello caminando 15 metros; correr 5 metros y ascender 4b. Medina en el fondo de la micro. Medina agita mano boleto chofer pasarela sentarse saludo Medina tanto tiempo y qué es de ti. Dejarlo hablar, escuchar en silencio sincero. Dejarlo hablar de que estudia todos los días hasta las cinco de la mañana y mañana, justamente, tiene otra prueba. Y su madre tenía fiesta en la casa y tendría que vagar en busca de algo de silencio donde amanecerse. Conversación usual. Pero lo veía cansado. Tenía la cara automática, se le notaba el peso de la existencia. Lo compadecí. No dije nada. Le regalé escucharle mientras llegábamos a la Ufro (tenía la boca seca, se le pegaban los labios y mantenía la vista fija en la ventana, como relatando peripecias de campo de concentración). Pensé: nunca estudiaré todos los días hasta las cinco, nunca dejaré que se me peguen los labios y los ojos por un examen de cabeza, yo, prefiero la cárcel. Despedirse, palmoteo hombro calle cruzar sol pegado en el mismo punto taca taca ver buscando, nadie allí. Rantelizar, Ignacio, Viviana, sentados en la banca verde. Pedir espacio y ocuparlo. Narrar algún detalle de la vida: chicos tristes, les dije. "El mundo está hoy lacónico", y después se nublaría.

Texto agregado el 01-12-2005, y leído por 505 visitantes. (0 votos)


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