Parte 1. Aladino
No se puede contrarrestar lo inevitable. Por ejemplo, no puedes evitar dar exámenes cuando no estudias para las pruebas, o sentir prisiones almísticas cuano no has hecho nada por liberarte. Tampoco evitar que se te crispen los nervios ante la sola mención de Rasputín. Del hombre cara de flauta. De la reencarnación de Savoranola. Del laconismo del rostro de tu hermano. Inevitablidad, de eso se trata. De que se moje la habitación cuando no cierras las ventanas; de que se acaben los lápices pintando colores (cuando odias los colores con toda tu alma, pero por un segundo los quieres, y te dejas caer en la tentación de usarlos). Porque de todas formas esto no tiene sentido fuera de sí mismo o de mi descarga explícita de asuntos que no llevan a partes lógicas interesantes para el resto de la terre. Yo siempre lo repito, y me guardo la idea de que esto pueda llegar a conectarnos a nosotros en una complicidad létrica codiciadamente perfecta.
Esas cosas no se dan.
Lo que se da es la incomprensión vez tras vez. Uno no comprende al mundo. EL mundo no lo comprende a uno. Y a todos les sucede, no es que uno sea un "uno" elegido y especial, que como Neo esté destinado a la salvación al menos de su psique. ¿Y cuales son los mejores momentos a todo esto?
Los resucitados, hermano, los resucitados. O sea, los que te sacuden la piel desde adentro hacia adentro, y te erizan las pestañas ante su sola mención. ¿Y cómo se expresan los deseos?
Soñando, hermano, durmiendo. Cerrando la ventana, evitando que se moje la habitación; pensando, quizás, o sometiéndose a un designio extraño. Igual es poco claro de decir. Casi no debería ser dicho, más bien, no debería ser dicho, sólo ser actuado, ser hecho, accíon, Habermas y esos pibes. ¿Se notará mucho? No, no narraré el sueño de anoche. Y tú, ¿quien eres?.
Vuelve, K. L.
¿Y si no vuelvo, K. L.?
Yo soy el que soy; y no sé quemar zarzas en el desierto. Tú no eres ese, tampoco. Llover (decir "llover" es como decir "joder"). En el sueño estaba yo, y estos otros dos. Yo sólo atinaba a escribir en Dagga, pero no me agradaba, porque todavía no estoy enamorado de Dagga, el recuerdo de la otra me nubla la razón. El muy maldito la besó, yo lo vi, lo vi con mis propios ojos, y ella lo recibía. Llover, hombre, llover. Pero ella intentó besarme, en realidad, hace días. Pero no. Sólo que pasó su rostro muy cerca del mío, es todo, quizás sin intencionalidad. La voluntad no tiene fronteras. Somos los hijos de una motivación coja. Eso hubieras querido tú. Pero no, tampoco, porque tú no sabes lo que quieres; esperas a que pasen las cosas, es todo. Invocas desenlaces rápidos y cruentos en los que partes tuyas queden cercenadas e irrecuperables; un gusto épico por el soldado herido. Mucho pensar en la nada. Si al final el destino no existe. Y ni siquiera alguna vez pensaste que existiera.
Convicciones. De convicciones está hecha la muerte.
No son deseos que se cumplan con lámparas mágicas. Aladino, vete de mi vista.
Vuelve, K. L.
¿Y si K. L. ya no existe más?
Si K. L. ya no existe más nada de esto tiene razón de ser. Si K. L. ya no existe, no tiene ninguna lógica seguir pidiendo su regreso. Por ende, pedir su regreso, sin tener la convicción siquiera de que K. L. siga existiendo, es un hecho insustancial. Una entidad intrascendente; como la melodía más bella del mundo tocada en el espacio.
Parte 2. La Monololo
Ahora que ha pasado el tiempo me arrepiento. Fueron muchas cosas supongo. O fue que me sentí proxeneta en su momento. No sé. Siempre estoy equivocado cuando no sé lo que digo. No sé. No sé lo que digo. Quizás debiera irme a sacar fotos al centro por el puro afán de hacerlo, y hacerlo bien. O sea, llegar y capturar momentos, como si eso fuera la vida o las palabras cupieran adentro de la tecnología invasiva.
Lo voy a hacer de todas formas. Lo voy a hacer porque así me entrenaron, o yo mismo me hice. Porque si no lo hago es probable que muera, o que me desespere y nunca jamás logre encontrar dentro de nosotros ese algo que nos haría decirnos lo necesario.
¿Lo entenderás? ¿Será la realidad? No sé. No sé. Pero también debe ser sincero. O no. Salirse, y mirar mientras me miras. Algo así. Probablemente, y dejarse, dejarse llevar por las palabras. Pero que no son palabras, obviamente. Sino grafemas, o sea, pensamientos, no tampoco, menos, algún día. Yo. Podré. Decirte.
De aburrido me tendré que mover de aquí a lo más lejano que me pase que me vaya diciendo y que no pueda detenerse aun cuando el momento parlante ya haya pasado, de una u otra calle de cemento y polvo y tierra cuando no debería existir más que el sol alumbrándonos desde su infinita posición privilegia en donde nos observan y morimos. Y ya basta, que no lo resistiré, y el otro temor en que se van creando las palabras, que se van desvariando, como las palabras que se van desvariando, como las palabras que se van desvariando, como las palabras que se van desvariando, como las palabras que se van desvariando, como las palabras que se van desvariando, como las palabras que no desaparecen porque quieren. Es un recuerdo de cuando estaba viendo Indiana Jones por enésima vez. Siempre me ha agradado citar las películas, lo encuentro, insano, cachai. Pero no yo el insano, si no las personas que se comen los choclos en el verano o no dicen que lo que están escribiendo sea la concentración de mirar en blanco y nada determinado, o las paredes tibias que se cruzan en mi cabeza, mudas entre lo que estoy escribiendo y los saltos del antílope.
No diré que me agrada toda esta situación. Pero de que habla, habla. Eso de que dice que los aviones puedan. ¿Recuerdas a ese personaje? Pero claro. Pero como no voy a recordar a ese personaje tan entrañable que tenía los ojos de maní y la silueta como barco a vapor andando en los erros de la tierra del agua mojada que se esfuma y se suma y desaparece con un espuma del desierto. No sé.
Pero debe ser interesante. Debe serlo, o no estaría diciéndolo justo ahora. No pensaría en la muerte detenida, o en la intención de que mañana sea...
Alguna cosa diferente de lo ya dicho; mirándote fijamente a los ojos y transmitiendo este pensamiento desde mi iris a tu iris. No sabes lo que se siente decirte estas cosas que son mi pensamiento inmediato, o yo, que soy pincel mirándote como reloj de arena que sube y sube y sube: palabras difíciles que se esperan a sí mismas. Tú, la chica de agua que no está aquí. Yo, que te miro y te escribo, punto lejano en la pared. Punto lejano en la pared. Punto lejano en la pared.
Claro, porque así todas las cosas son más simples. Y hasta yo soy el que puede estar aquí sin tocar nada. Museo vida. Museo vida. Y pescados fritos comidos en un manantial (qué bella y difícil palabra, “manantial”).
Parte 3. Olvidar las manos heladas.
10 para las 10.
Tomaré hora de cuando termine de escribir esto que viene a ser una especie de texto porque sí.
Porque tengo ganas de escribir aquí y ser libertario y estepario y tararear canciones.
Sí. Tararear canciones y dejar de pensar o ensimismarse y enajenarse. Sí. Sí. Sí. Quiero ser. No. No quiero ser. Quiero. Quiero dar.
Darte. Dar. Daros. Tararear canciones y dejar de pensar o ensimismarse y... Sí. Sí. Sí. Que la vie.
Y no es que quiera el absurdo a propósito. Es que, rayos, no había pensado en lo dificil que se me pone la desconcentración a veces. Que la vie... La la la la.
Lucecita roja. Lucecita verde. Lucecita roja. Lucecita verde. Película roja. Película verde. Árbol rojo. Árbol verde. No puedo negarlo. No puedo. Pero qué... ¿qué cosa? No, por favor, cállate infame. La la la. La canción de la película (centellas, no lo puedo olvidar).
¡Centellas! No lo puedo olvidar. No puedo, no puedo, no puedo, no puedo. Ando todo el día pensando en "que la vie..." y de a poco me psicotizo con el asunto. Además, nadie que yo sepa ama psicotizarse por una canción que escucha tres veces y ya, tu vida no puede ser lo mismo y se queman las ampolletas al contacto de tu mano maldita. ¡No! no me digas eso, que me la creo, replico.
De todas formas, llover caminando es de las mejores cosas que pueden suceder en la inmortalidad. Y quedarse parado en la calle, mejor aún. Mejor, todavía mejor aún todavía, mejor. Y situarse en la canaleta donde el agua baja eternamente haciendo pequeños espirales que refractan la luz de los faroles naranjos... (el hombre se detiene y deja de mirar, sus lentes se llenan de un algo que parecen goteras pegadas, chicas, pianolas). La misma pianola de siempre, pero ahora mía propia, y sólo yo puedo darle, dar, daros, eso que quiero darle, dar, daros.
Porque en todas las invisibilidades. Que yo no dije las mismas palabras. Y sacar el tono que hace que. Pero no. Definitivamente todo es correcto aun cuando la lluvia...
Aguaceros. Gentes. Vidrios. Mis lugares comunes. Qué más da, tengo 19. Tengo 19. Tengo 19 y toda la vida entera toda entera toda entera para dar, daros, darte...
Pero. Pero. Pero. Dejad. Dejad. Dejad. Dejad al objeto inmanente y no espantéis, que la vie...
Cuando cumplí los 24 me sentí viejo. Igual no era tanta edad, me decía, pero me sentía viejo igual. Además mi plazo para irme estaba en la quemá; tenía que ser allí y ahora, si se posponía toda mi consecuencia moriría.
Dos años después sigo pensando lo mismo.
Yo, me decía, la quiero querer más. Infinitamente más, por qué no. Pero no me deja. No le deja. Después de eso tomamos desayuno en una cafetería cercana. Tenía los ojos tan tiernos, imposible no amarla. "La mujer más desolada del mundo" escribió en alguna página web que yo, por casualidad, leí. Aún así, yo no creo en las casualidades. Porque creer en las casualidades es lo mismo que creer en el horóscopo o en los martes 13 o en los fenómenos enérgicos raros que en realidad lo que hacen es aturdir la conciencia del humano de sí mismo, creo yo.
A mí también me gustaría tener hijos y toda la parafernalia. Y criarlos maleados desde infantes, rebeldes ante el mundo, críticos de su entorno, mentes dóciles a la sensibilidad de un mundo artístico y la belleza intrínseca de los vericuetos de la nieve. Dar. Daros. Darte.
Dar, daros, darte. Darte, todo. Todo, daros. Dar.
Esa mañana. Esa tarde. Esa micro. Y luego llover.
Esa mañana. Esa tarde. Esa promesa. Y luego llover. Y luego avanzar hasta el fin y luego volver y volver a partir, y volver a llegar hasta el fin. Y así, hasta que se gaste la vida; hasta que el tiempo cree la prueba de su existencia con la toreada final. Y ser enterrado en un cementerio polvoriento y conocer la divinidad contigo.
Cuando cumplí los 21 me pasó lo mismo que cuando cumplí los 16. No me acostumbraba a la idea de tener una edad que fuese una multiplicación recurrente a mi memoria (cuatro por cuatro, tres por siete, siete menos tres, cuatro). En realidad la primera vez que se me reventaron los pulmones fue hace 10 años. Estaba yo festejando el famoso cuatro al cuadrado cuando de improviso... Tan luminiscente. ¡Rayos! hube de decir. Esta es la mujer más hermosa de todo el mundo. Y la más desolada, por lo demás. Era como un cuadro de Hopper andante; la misma mirada traslúcida, el rostro pálido, las pupilas hacia adentro como pensando; como si siempre caminara y la lluvia le sembrara la cabeza. |