Yo no conozco eso de lo que estás habando. No lo conozco, a secas, y cerrándolo.
Es, no sé, ¿sensitivo? No. Tampoco lo otro, pero como bálsamo o alucinaciones (así la gente se vuelve loca, dicen). Y eso qué más da. No se puede citar los paréntesis fuera de los paréntesis, es como haber espíado los pensamientos de las personas. Pero igual. Volverse o no. No es trascendente ni aspirable. Lo de mañana quizás sí lo sea. Lo de mañana, porque es prometedor. Siempre, decir mañana, es prometedor, cuando en realidad sabe que las cosas pasan en una vía que se llama "ahora" que lo clarifica todo más que la terapia familiar sistémica por Salvador Minuchin.
Es que Minuchin era un encanto.
Nadie puede decir que no, y menos mi memoria; que es, en este caso, tan dulce. Específicamente dulce, irresoluta y bizarra. Esperanzada, ¿conocías la palabra? Como en las películas, o en las sesiones más viejas de lo que pasó dentro del uno mismo.
Aún así. No quisiera yo caer en demagogia y citar vez por vez todas las ocasiones en las que sentí que era el mejor momento de la vida. Porque, claro, siempre hay ocasiones como esas. Si alguien no las tiene, no es alguien. Es un gremlin. Como los objetos del sueño de anoche (gran sueño por lo demás). Aventuresco, huyamos a México, somos bandidos. ¿Importará? Yo creo, en una de esas, o al final termina confesando que lo único que le resultaba admirable era el polvo de la carretera y la canción esa que se asocia a John Travolta con camisa de grungie boy.
Quizás no escape del sueño, o de la influencia inconsciente del "On the road".
Quizás es mi culpa. Dormir demasiado, desaparecer los minutos y crearse pequeños traumas psíquicos.
Tan dijes los traumas psíquicos.
"No o o o, si tan dije que eres tú". Risa. "Pero por favo o o or, no me digas que no o o o o". Risas. "Como tu halcón ese, ¿Abelardo?". Risa. "No es mío, es un tipo simpático, conversador". Risas. "Nunca lo he visto cuando he pasado por tu casa". Risa. "Difícil que lo veas, es más rogado". Risas.
El sol es más grande en esta época del año, porque está más cerca de la tierra. Por eso en mi sueño era como un radiador naranjo, mutante, engreido, que iluminaba por detrás a John Travolta con el tema aquel, medio folk, arriba de la camioneta sesentera que de seguro me nació de las imágenes de la película que vi el domingo.
Después habían aviones de la segunda guerra mundial, padrinos, fraternidades, comíamos manzanas asadas con los cuatreros en el sitio donde estaba la manzana top de las crónicas de narnia.
Despúes imaginaba que no estaba solo en la habitación. Tocaba, a la entidad física, y los dedos podían recorrer con escándalo para comprobar que no era sólo alucinación.
Después volvía a dormir, si es que antes no lo estaba.
Después volvía a despertar, si es que antes no lo estaba.
Después intentaba a escribir, porque eso era nuevo, y sobre la memoria que ibas a tener después de encontrarte a ti mismo en el futuro que no se cerraba por tratarse de algo tan hermoso y tristemente pobre en medio de las capitales que se mostraban putamente civilizadas, o sea, en afanes buhardillescos de los que escapar era pecado capital y vivir como Raskolnikof una esperanza gigante de poder descubrir un atajo a los vericuetos de la existencia. Muy dije.
Después viene el silencio. Pero el silencio con ruido, el que tiene sensaciones atmosféricas y que se desviste indecorosamente para mostrarte el lado B de la mañana. Martilleos, sierras, cortapastos, niños cimarreros. Una especie de vida fluyente en donde los motores sociales están ausentes (y que lo digan), y los universitarios que están reprobando un ramo por dejación escriben en fotolog reseñas de una muerte anunciada con cornetas de maní.
Lo importante después de todo, y ya lo dije, es que no es importante nada. Con esa premisa fluir es tan simple. Es esperar simplemente a que te lleguen las cosas. Y si no te llegan, mueres de hambre. Enfermas, por lo que dice Maturana, o te escribes mensajes apocalípticos en los brazos; de los que asustan a las ancianas. Pero, hombre, cuentas, mejor ser John Travolta, ¿no? en la camioneta antigua, huyendo de los mafiosos, huyendo a México, porque también eres mafioso, comiendo manzanas asadas como en las Crónicas de Narnia, junto a tres más, maleantes, que echaron a perder el avión de la segunda guerra mundial que nos llevaba, nos llevaba, a alguna parte, que debería ser la mejor de las partes, o la parte en que las personas ladean la cabeza y tienen una extraña emoción apretada en la mandíbula (un poco más atrás), y se llega volando en aviones humeantes, destartalados, con los camaradas, con el humo negro que se corroe de la hélice que ya no da abasto, porque la rompiste, tú o uno de tus yos, o tus compañeros, porque no sabes lo que piensan cuando están riendo, porque al final, no sabes mucho, vives el momento, te enturbias con el humo, que te tapa los ojos, pero te ilusiona, de que aterrizarás, en el paraíso. |