A Jesús Juvenal Clavijo Posada (In memorian)


Se ha ido el abuelo.
Allá en una esquina del campo
duermen ahora sus inseparables amigos, testigos silenciosos
de su trasegar por la vida: el viejo arado, el desgastado azadón
y su machete romo. Aún no saben que jamás él volverá.
Hasta se alegrarán que haya un poco de descanso también para ellos,
pues el rudo amo no les daba tregua ni respiro.
Día a día, desde bien temprano y cargado de esperanzas,
Chucho salía a trabajar: araba, sembraba
y de este a oeste recorría con cariño su parcela,
después, muy en la tarde, fatigado mas no cansado
daba gracias a Dios por la jornada, orando por la siembra, por el invierno,
el verano o la cosecha siempre escasa pero al tiempo bondadosa.

Se ha ido el abuelo.
¿Cuántas historias con sabor a tierra fresca, a lluvia plomiza,
a vientos del norte y atardeceres rojizos
se fueron marcadas en sus sienes llenas de profundos surcos
y plagadas de inagotables sueños y amargas derrotas?

Se nos ha ido el abuelo.
Se marchó sin contarnos cuentos, sin enseñarnos el valor del trabajo honesto y esforzado, sin probar los frutos de su siembra y sin entender
por qué la tierra que tanto amaba lo llamó a sus entrañas, sin aviso.

Dios lo tenga en su gloria, abuelito Chucho,
y que allá en el cielo le provea una pequeña parcela y un moderno arado, que le conserve su callosas, fuertes y poderosas manos,
que no le quite nunca su mirada triste pero sabia
ni sus espaldas anchas ni poderosas
pero que le dé –eso sí, se lo rogamos- un nuevo corazón
para vivir feliz y sin apuros por toda la eternidad...



Bogotá-Colombia, noviembre 29 de 2001