Otro día, abrir los ojos, cerrarlos nuevamente en una lucha infinita por lograr despegar los parpados y mantener los ojos abiertos por un lapso superior a un segundo. No hay caso. Me duermo nuevamente. El despertador me devuelve a mi habitación cuando ya es demasiado tarde, ya solo tengo quince minutos, y ni siquiera pude disfrutar del sueño robado. Cuento hasta tres. 1, 2 y…, y bueno, no queda otra, 3. ¡Vamos! No podes ser tan vaga, tenés que levantarte de una vez por todas, todos los días la misma historia. ¿Pero por que tengo tanto sueño, si dormí las ocho horas que se suponen suficientes para que mi cuerpo se recupere? ¿Por qué? Mientras medito profundamente sobre el tema, decido desnudar mi pierna derecha y apoyar mi pie en el suelo. El frío mármol de mi habitación, tan amable como siempre, se encarga de despertarme. Necesito hacer buen uso de toda mi energía para convencer a mi cuerpo, cómodamente apoyado en la tibia y tentadora cama, de la necesidad de trasladar su peso sobre mis piernas, ya en contacto con el mundo exterior. 1, 2 y…. 3. Por fin logre despegar, pero sigo sintiéndome demasiado cansada, camino cual zombie con rumbo conocido, hacia el lugar que esconde el arma para rematar el sueño, la ducha. |