Suenan lejanos vencejos, al caer la tarde, mientras dibujan en el cielo planos imposibles.
Un punto final. Juan Lucas mira la página que ha escrito. La lee de nuevo. La arranca.
Esto es una mierda, piensa, es imposible. La arruga y la tira a la esquina. Se siente extra-
Ño. Será porque aun no he cenado. ¿Qué horas es?. ¿las cuatro menos cuarto?, ah, claro
Olvidaba que el reloj no funciona. Tienen que ser alrededor de las nueve. Me siento raro.
Será hambre. Voy a ver que tenemos hoy de cena.
Maldiciendo, Juan Lucas salió afuera. El sol casi se había puesto, y teñía el mundo de rojo. Hacía calor aún. Atravesó el corral, y entró en el otro patio. Una vieja, sentada en una silla de palo, pelaba un pollo gris. Un barreño de hierro a sus pies. Plumas y sangre en el barreño. Juan Lucas miró el barreño. Plumas inertes y sangre. Plumas y sangre, como en los ritos vudú, pensó Juan Lucas. Plumas y sangre, como en la antigua magia.
Entró en la casa. “Aquí no enciende nadie las luces”, pensó. El pasillo estaba a oscuras. La cocina parecía ser la única parte de la casa en la que había alguien. Se acercó. Abrió la puerta. La cocina era grande, y acogedora. La mayor parte estaba ocupada por una mesa cuadrada, de madera, donde podrían comer tranquilamente 10 personas. A un lado, un aparador de maderas verdes y puertas blancas, enseñaba platos rojos de porcelana, vasos de cristal y tazones mellados de loza. Al otro, la campana de la chimenea se adentraba en la sala. En la campana, una repisa donde se alineaban en perfecto orden descendente, cada cual con su tapadera, abolladas, o con pequeños remiendos de latón, granates cacerolas de hierro, gordas, tranquilas y bonachonas como campesinas cincuentonas volviendo de la vendimia. Por la pared colgaban inmensas bandejas, y en el techo, en un gancho, descansaban pimientos, chorizos secos como dedos viejos, media morcilla y un espartano hueso de jamón limpio de carne. Era acogedora. La cocina era muy agradable. Juan Lucas oyó una voz a su espalda:
-¿Quien es usted?
Juan Lucas se giró. Tenia ante sí a una mujer. Parecía joven, y bella. No mas de 22 años, pero sus ojos eran turbios. No es que fuesen turbios, pensó Juan Lucas. Esta mujer tiene la mirada de color marrón borroso. Vestía un vestido de verano, de color claro. Parecía haber surgido de un sueño. “Esta mujer tiene los ojos turbios, como un sueño”, pensó Juan Lucas, pero es muy atractiva. Es atractiva
- Me llamo Juan Lucas.
- ¿Y que hace aquí?
- Buscaba algo para cenar...verá, llevo aquí algunos días, he alquilado la habitación del corral...
- Pero... ¿pero que dice?... ¿quién es usted?
- Verá... llegue hace algunos días. Vengo de Madrid, y he alquilado la habitación del corral a doña Aurora durante una temporada... y usted ¿quien es?
- ¿Mi madre le ha alquilado el chamizo de las herramientas?
- ¿Es usted la hija de doña Aurora?. Vaya, pues encantado. Se llama usted Aurora también, ¿verdad?
- Nadie me dijo que fuera a venir nadie
- Vaya, pues debe de ser usted la única que no sabia que yo vendría, porque en este pueblo todo el mundo parecía esperarme...
- ¿Cómo dijo que se llamaba?
- Juan Lucas
- ¿Y cuando ha venido?
- Pueeees... déjeme pensar... hace unos días, pero no consigo recordar cuantos. Tres o cuatro... o no, hace... ¿cinco días?... ¡que curioso!, no consigo acordarme... pero vamos, hace pocos días
- No le he visto en todo ese tiempo.
- Yo a usted tampoco. ¿Vive aquí con su madre?
La muchacha no contestó. Se acercó despacio, mirando a los ojos del hombre, y le pasó la mano por la cara. Desde su pelo, por su mejilla, hasta acabar en sus labios. Juan Lucas notó que sus dedos eran suaves, como de niña. Después vino un silencio incómodo.
- ¿Por qué ha hecho eso?
- Quería saber si eres un sueño.
La muchacha se sentó. Miraba fijamente a Juan Lucas, y Juan Lucas pensó que veía a través de él, que podía atravesarlo con la mirada, y ver la pared de su espalda. Juan Lucas también se sentó, frente a la muchacha. La muchacha encendió un cigarrillo.
- ¿Por qué ha venido a San Gervasio?
- Por casualidad. Buscaba un sitio tranquilo y alejado de la ciudad.
- ¿Para que?
- Necesito ideas. Tengo que escribir un libro, pero el condenado se resiste a salir. Está ahí, en la hoja, pero no se deja atrapar.
- ¿Escribe libros?
- En realidad, solo he escrito uno
- ¿Un buen libro?
- Se vendió como churros. Tiene cifras de venta históricas.
- No me ha respondido
- ¿Si es un buen libro?... no lo se. Es un libro de historias. Cada capitulo es una historia diferente. O eso cree la gente. En realidad, todos cuentan la misma historia. La mía. Se llama “Violines para una tarde lluviosa”. No empezó siendo un libro. Empezó siendo un paisaje Un lamento. No escribí un libro. Tan solo puse dolor en una hoja
- ¿Dolor por una mujer?
- Entre otras cosas
- ¿Y ahora?
- Ahora no puedo escribir.
- ¿Por qué se ha acabado el dolor?
- Puede ser... la verdad es que he escrito bastante desde que estoy aquí. Ha escrito lo que podrían ser nueve capítulos. Lo que pasa es que no me gustan. No acaban de convencerme. Les falta algo. Son como hijos imperfectos. Escribo niños tullidos.
- ¿Y sobre qué ha escrito?
- Este pueblo tiene curiosos efectos sobre las personas y los objetos. Las historias podrían estar sucediendo en un pueblo como este. Es como un collage. Fragmentos de vidas que se cruzan en el tiempo y en el espacio. Podrían no tener nada que ver, o estar inmersos unos dentro de otros. Personas dentro de historias que cuentan personas, que están en una historia contada por otra persona. Como un juego de espejos. Como en los sueños. No se si me explico.
- Yo lo entiendo perfectamente. Así es como vivo. Cuando era pequeña sucedió algo... algo que nunca acabo de recordar. Desde que recuerdo, siempre fui una niña perezosa. Me gustaba dormir. Pero un dia pasó algo, algo que no recuerdo. Ahora intento dormir siempre lo mínimo. Porque cuando duermo, vienen los sueños. No siempre son malos, pero nunca se cuando he despertado . Creo que he despertado, y sigo soñando. Entonces sueño que me despierto de nuevo, pero aun continuo dormida. Cuando los sueños son malos, casi no puedo soportar el terror. Sueños terribles de los que crees que has despertado solo para darte cuenta que aun sigues dormida, y que los sueños continúan. Cuando tengo sueños terribles casi querría estar muerta. Pero eso no es lo malo. Lo malo es cuando tengo sueños hermosos. Lo malo es cuando sueño que soy feliz, que vivo tranquila, sueño que el mundo me quiere, sueño que soy amada, o sueño que amo a alguien, y descubro que solo es un sueño, que mis propios sentimientos no son mas que un sueño, que no quiero a nadie ni nadie me quiere, y que no termino nunca de despertar, que no hay certeza. No se si lo que siento es verdadero, si a quien veo es verdadero, si el mundo que piso es verdadero, o si yo misma no soy mas que el sueño que alguien sueña.
La muchacha paró de hablar. Apagó el cigarro en un cenicero de porcelana azul. Se levantó, y fue hacia la puerta.
- Yo no soy un sueño- dijo Juan Lucas- yo soy real
La muchacha se giró. Sus ojos no eran turbios ahora. Brillaban de oro líquido.
- ¿Cómo lo sabes?- dijo, y desapareció en la puerta.
Juan Lucas se quedó solo en la silenciosa cocina. Miró las cacerolas, miró las paredes, miró el banco de madera. Miró la ventana y miró a través de la ventana. Miró las baldosas. Miró sus manos, miró su cuerpo. Miró el cenicero. Vio las cacerolas, vio el banco de madera. Vio la ventana y vio a través de la ventana. Vio las baldosas. Vio sus manos y vio su cuerpo. Vio el cenicero.
Pero no vio el apagado cigarrillo
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