Llueve sobre San Gervasio
El calor asfixiante de los últimos días trajo nubes gordas como bueyes que cubrieron el cielo, amenazando caer a plomo sobre las cabezas de los habitantes de la ciudad.
Llegaron traídas por vientos cálidos, húmedos y fuertes, vientos como un viejo salido. El viento te tocaba el cuerpo y te dejaba incómodo, sobado y pegajoso. El viento parecía frotarse contra los hombres. Y los hombres caminaban por la calle pegándose a las paredes.
El viento trajo las nubes durante la siesta. Los habitantes de San Gervasio se acostaron con un sol radiante, y se levantaron con la luz velada de gris. Y muchos tuvieron sueños inquietos. Y se levantaron sudando, con un amargo sabor a metal en la boca, la cabeza embotada y los sentidos fofos, malhumorados y doloridos, y con una sensación desagradable en sus cuerpos.
Y al poco, comenzó a llover.
Gotas gordas
Gotas muy gordas
Gotas que sonaban como proyectiles sobre los tejados de Uralita.
Gotas que levantaban vapor sobre el abrasado cemento de los patios de las casas.
Gotas que hacen correr como demonios a los gatos de los tejados, y a las palomas acurrucarse unas contra otras en sus nidos del campanario de la iglesia.
Llueve sobre San Gervasio.
Sentada en una silla de palo y mimbre, en el portal de su casa, casi envuelta en la oscuridad como en un chal, arrugada como un saco, con la mirada perdida y mientras afila su guadaña, la Nona mira la lluvia. El cura no ha venido a comer, hoy tampoco. Últimamente casi no sale de la iglesia. La Nona mira las gotas de lluvia formar un reguero sobre la arena de la calle. La Nona mira el reguero bajar por la pendiente, fluir, discurrir, bajar la calle y seguir hacia la plaza. La Nona mira el reguero, y mira lo que le dice el reguero, lo que dibuja con su fluir sobre la arena de la calle, las palabras que escribe y las que borra, lo que dice y lo que se calla. La Nona mira todo eso, y piensa. “Tendré que darme prisa”, susurra. Escupe sobre la piedra y sigue afilando. Y de la guadaña saltan destellos de color violeta.
Llueve sobre San Gervasio.
Y Sara, el arriero, maldice. Está en el camino. Salió muy pronto, casi con el alba. Como cada mañana, salió de su casa y tomó el camino. Andando, con su mula, pasó la estación. Paró a comer un trozo de queso a la sombra de un escuálido árbol. Caminó durante varias horas, siempre hacia delante. No abandonó nunca el camino. No tomo ninguna bifurcación. Tampoco había ninguna bifurcación que tomar. Siempre por el camino. Siempre adelante. Siempre con su mula. A él no le sorprendió la lluvia. Vio llegar a las nubes, arrastradas por un viento lascivo, que no se atrevió a frotarse contra su cuerpo. Vio caer las primeras gotas. No le importaba mojarse, pero últimamente le dolía la espalda cuando cogía frío. Así que se puso una chamarra de cuero marrón, vieja como el pecado, y pesada como un delito. Y siguió andando. Como siempre, adelante. Como hacen los arrieros. Hasta que se paró de pronto y maldijo. Y no lo hizo por la lluvia. No. Ni porque la mula remolonease y quisiera pastar cardos jóvenes en una linde. No, nada de eso. Maldijo porque a la vuelta de un recodo, Sara vio que ante sus ojos estaba San Gervasio. Otra vez. Había vuelto. Tampoco hoy lo había conseguido.
Llueve sobre San Gervasio
Y en la cantina, Arquímedes ruega a Felipe que cuente esa historia tan graciosa de los gallegos. Felipe huele mucho a gasolina, y se hace el remolón. Arquímedes llena un par de veces el vaso de Felipe, y a este se le suelta la lengua. También está Enrique, apoyado en la barra, sonriendo ensimismado. Está contento, porque mañana será su cumpleaños, y ya sabe cual será su regalo. Las cortinas se mueven y entra Roque. Hace unos días se le murió el macho. Arquímedes invoca un vasito de vino frene a Roque. Felipe deja a los gallegos subidos en una morera, a la espera de acontecimientos, y se acerca a Roque. ¿Qué llevas ahí?. Una llave. ¿Una llave de donde?. No lo se, Tengo que buscar de donde. Roque no les cuenta que también encontró un relicario. Tampoco les cuenta que ese relicario tiene una foto, de una mujer. Y mucho menos les cuenta que al ver esa foto, Roque supo que le faltaba un trocito del alma. Nunca se había dado cuenta. Al ver la foto de esa mujer, vio que le faltaba un pedazo de alma. Uno pequeño. Pero le faltaba
Y supo que tenia que encontrar a esa mujer y pedirle que le devolviese su trocito de alma.
Y supo que tenia que usar esa llave.
Y supo todas estas cosas de golpe, él, que siempre había sido una persona sin muchos conocimientos.
Y por eso, no les contó nada de esto a Arquímedes ni a Felipe.
Que le miraron por un segundo, sin preguntarle nada
Y siguieron con la historia de los gallegos, que ya estaban subidos a la morera, cuando aparecen unos ladrones...
Y llueve sobre San Gervasio
Y por el camino que va a la ermita de San Illán, saliendo del pueblo, a la derecha, entre unas cañas, hay un camino. Es un camino muy pequeño. Solo para una persona. Es tan pequeño, que si no lo buscas, no sabes que está ahí. De hecho, el camino podría ser casi una alegoría de, por ejemplo, casi todo en este mundo. Si no lo buscas, nunca lo encuentras. Otros podrían decir que, al contrario, solo lo encuentras cuando estas preparado para encontrarlo. Sea como fuere, es un camino demasiado pequeño como para ser una alegoría. Escasamente podría soportar el ser una vereda. Es una vereda que sale del camino que va a la ermita de San Illán, a la derecha, entre unas cañas- Atraviesa las cañas y pasa entre unos árboles, y llega a un prado. Y en medio del prado, hay una colina. Y sobre esa colina, una casa. Y dentro de esa casa, una mujer. La Mujer Lobo mira por la ventana, y escucha. Escucha el tictac de la lluvia, el canto de las plantas, el susurro de las hojas. Escucha al aire lascivo. Escucha lo que dice. La Mujer Lobo conoce al aire lascivo. Y sabe que en las tardes del verano en que aparece el aire lascivo con nubes de tormenta, el ambiente se vuelve tenso y eléctrico. La luz se vuelve plomo, las cabezas se embotan y la gente su vuelve desdichada. Y alguien acaba matando a alguien. En la cantina o en sus casas. No falla. La Mujer Lobo olfatea, y sabe que ha venido alguien de fuera, y piensa que quiere conocerle. Y piensa que ella hará que no la olvide. Ni él, ni nadie. La Mujer Lobo.
Llueve sobre San Gervasio
Y llueve bastante. Don Alfonso, el cura, pasea por entre las sombras de la iglesia. No se sabe dónde acaban las sombras y donde empieza el cura. El cura pasea por la iglesia. Y el eco de sus pasos retumba por las paredes, y se clava en las tallas, acentuando las caras de dolor de Santos en el momento de su martirio, y Cristos agonizantes en su cruz. La iglesia se estremece cuando el cura susurra como una serpiente, una palabra, que se derrama de sus labios como veneno en los oídos de un dormido rey.
“Castigo”, susurra el cura.
Castigo
Llueve sobre San Gervasio
Y Aurorita, la hija de Aurora Rojas, tiembla cuando ve que se acerca la noche. Se difumina el mundo, se desdibuja. Su mundo se acaba durante unas horas. Llega el miedo
Llueve sobre San Gervasio
Y Francisca, la jefa del burdel, mira a Laya, la chica nueva. Laya está fregando el suelo, de rodillas. Y mueve el cuerpo con cada vaivén de la bayeta. “Esta negrita, con esa piel de ébano y esa voz de madera, me va a traer problemas, con esa exacerbada sensualidad, y con el colesterol como lo tienen mis clientes”, piensa Francisca.
Llueve sobre San Gervasio
Y Laya, la chica nueva del burdel, friega el suelo de rodillas. Y siente que la está mirando Francisca. Y no sabe si la esta mirando el culo, pero por si acaso, se levanta para ir a cambiar el agua.
Llueve sobre San Gervasio
Y Juan Lucas, en su cuarto, saca el folio de la máquina de escribir y lo vuelve a leer. Es el final de una historia, y dice así “Roque irá al veterinario, que no podrá ir hasta después de mediodía. Cuando salga de la cuadra, don Servando le dirá que la mula tiene mal apaño, y la mula se le morirá el miércoles. El martes por la noche, Roque se dará cuenta de que la baldosa del pasillo está hueca. El jueves, descubrirá bajo la baldosa una caja de hierro con una llave dentro, y una foto de una mujer en un relicario de oro. Pero eso pasará el jueves. Ahora mismo, Roque mira a su mula enferma. Y se caga en todo lo cagable.” Lo vuelve a leer. No le gusta. No parece una historia creíble. Lo deja con los demás folios. Bueno, piensa, de momento ya tengo 8 episodios. Ya los corregiré. Juan Lucas mira por la ventana. Y ve que está lloviendo.
Así que mete otro folio en la maquina de escribir portátil
Y empieza a escribir: “Llueve sobre San Gervasio...”
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