(A María Helena Pulido González de Velasco (abuela materna) y Francisca Valencia Restrepo de Cardona (abuela paterna), in memorian)
Mi madre acaba de decir que debo olvidarme por hoy del partido de fútbol. “Iremos a ver a la abuela. Ella nos espera”, dijo, y en ello fue enfática. Traté de abogar con mi padre y él repuso que si mamá lo había dispuesto, así sería.
No tengo más remedio que acompañarla. Mi hermanita va de buen agrado todas las veces y es la primera en arreglarse. “Ya estoy lista, mamita. ¿Nos vamos?”, y lo repite cada cinco minutos como para que ella se dé cuenta y termine regañándome por demorarme tanto. Y no es que no quiera a la abuela. ¡Claro que sí, y mucho!, sólo que ya no es igual a cuando convivía con nosotros. Ella nos daba gusto en todo y preparaba cosas ricas como galletas, gelatinas, pasteles de arequipe y arroz con leche. Ahora vive solita y con mayor razón debemos visitarla. Ella nos extraña y se pondría más triste de lo que está, si no nos ve —al menos—, cada domingo. Mi mamá dice que los ancianos, los enfermos y los muertos merecen mucha consideración y respeto. Mi papá a ratos nos acompaña, pero no va tan a menudo. Yo he oído decir que a los suegros casi ningún yerno o nuera los quiere. No sé por qué. Mamá, en cambio, comenta que la abuelita sí es una buena suegra y de ningún modo molesta o estorba para nada. La última vez que salimos juntos fue hace seis meses para celebrarle su cumpleaños. Allá nos encontramos con casi toda la familia y aproveché para jugar con mis primos; sin embargo, a mi mamá le disgustó que hiciéramos bulla en presencia de la abuela. “A ella le molesta. Tengan consideración, niños”, nos reconvino con dureza. Pero ese día fue triste y todos lloramos al despedirnos de la abuelita.
“Bueno, ya estoy listo, mami”, le digo para que no siga peleando conmigo. Mi papito me prometió que el próximo domingo sí me llevará al fútbol, así mi mamá quiera ir de paseo donde la abuela, pues nunca deja de acompañarla. A las dos les gusta mucho conversar y recordar cosas. Sus hermanos reconocen que es la más cariñosa y la que vive más pendiente de ella. Debe ser porque es la mayor de todos mis tíos y tías. Yo la entiendo, pues soy el mayor de la casa y debo darle ejemplo a mi hermanita.
Estamos próximos a llegar. Hace un día bonito, muy soleado, y eso pone feliz a mamá. “A la abuela le dará mucha alegría verlos, niños”, nos lo ha reiterado por el camino. “La última vez que vine sola —el lunes pasado—, me preguntó a cada momento por ustedes y yo le prometí que hoy seguro los traería”, complementó antes de bajarnos del carro.
Ella desciende primero y luego nosotros. Avanza rápido y es la primera en saludar a la abuela, que desde siempre nos espera: “Hola, madrecita. ¡Mire quiénes están conmigo!”, dice muy orgullosa con una sonrisa que le ilumina muy lindo el rostro. Entonces, mi hermanita camina solemne hacia ella llevando un ramo de flores. A continuación, y como de costumbre, yo saco mis tijeras, me agacho sobre el césped y comienzo -despacio- a cortar la hierba que cubre su fría lápida...
GerCardona. Bogotá-Colombia, abril 20 de 1997 |