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Casi alcanzo a ver la copa del árbol. Desde mi posición nada más distingo unas siluetas a través de los cristales de la ventana. Mis pensamientos quieren acertar a que de verdad es el final de un inmenso árbol que se encarama hacia el cielo.

Cuando llegué aquí pude verlo. Pasé por su lado. Era alto, esbelto, como si quisiera alcanzar los pájaros que sobrevuelan por encima. Al anochecer, el sol se pone por el horizonte, sus reflejos dejan entrever unas sombras que se reflejan en los cristales y pasan a través de ellos hasta la pared de mi habitación donde me encuentro y con los ojos, que intento mover hacia arriba y así poder descifrar esos monigotes negros, a veces grises, y que mi instinto me dice que es el final de la copa del árbol que entra para darme las buenas noches. Por las mañanas todo es distinto. Primero se despierta el sol y sus rayos amarillos y juguetones, son como la música que sale de una flauta tocada por mi árbol y depositando las notas sobre mi cuerpo, porqué ese es mi árbol, cada día me saluda y me acompaña y yo me lo he quedado y no quiero que nadie me lo quite. Él se mueve y yo no puedo. Mueve sus brazos agitándolos; yo sólo muevo mis ojos dando vueltas por las paredes de mi habitación. Él ve el cielo y saluda al sol y deja pasar el viento por sus ramas y apenas se queja cuando la lluvia se vuelve blanca y espesa. Los tubos que rodean todo mi cuerpo me estorban, las agujas clavadas en mis venas me duelen. Tengo los miembros entumecidos, fríos e inmóviles. Los lóbulos de los ojos igualmente me duelen de tanto moverlos. El cerebro se me cansa, pero no quiero dejar que ello ocurra porqué es lo único que tengo en mi vida y en mi cuerpo que me funciona.

Observo por el rabillo de los ojos cosas que se mueven dentro de mi habitación, entran y salen como en un acto de desesperación por salvar una vida, y sé que esa es la mía, pero mis fuerzas se acaban y mi corazón pronto dejará de latir. Veo lágrimas deslizarse por el rostro de mis seres más queridos apostados junto a mi cama que me miran mientras limpian sus acuosos líquidos con un pañuelo. Alguien coge mi mano fría y se la acerca a los labios besándola. Noto el calor e intento hacer una mueca de agradecimiento que mis labios apenas comprenden. Es como si estuviera dentro de una bola de cristal dando vueltas sobre si misma y yo intentara pararla. El silencio es total aquí adentro y los colores muchas veces dejan de tener significado para convertirse en uno solo. Ni esas ramas verdes de mi árbol tienen compasión cuando me siento dentro de la bola. Estoy en otro mundo donde todo me parece estar pintado de ese único color. Aquí adentro he visto pasajes de mi vida, mis amigos, mi familia, mi novia, Fran que lo quiero mucho y donde le pedí perdón por no haberle hecho feliz. Sé que él ha venido a verme cuando salgo de mi bola y me ha besado en los labios entumecidos y fríos y sabe que noté su calor al tenerlo tan cerca. Alguien ha dejado rosas blancas sobre mi cama.

Intento abrir más los ojos que poco a poco se cierran. Parece como si hubiera una fuerza enorme que empujara sobre mis párpados. Vuelve a oscurecer y aparecen las sombras de cada día. Monigotes desfigurados y negros, grises, moviéndose por mi pared, que también es mía. Todo es mío, mi cama, mis tubos, mi ventana. Toda la habitación es mía. Es lo único que tengo además del árbol. No quiero quedarme con el sol porque él me acompañará cuando el peso sobre mis párpados se haga imposible de batir. Quiero despedirme del árbol. No lo veré crecer como una madre ve crecer a su hijo, aunque es muy grande y puede que ya no se haga más mayor.
Todo me da vueltas y apenas muevo los ojos. Me canso de hacerlo y veo pasar la ventana cerca de mi y me sonrie. La oscuridad se me acerca y me rodea. El sol hace rato que se fue sin despedirse y creo que lo hizo para estar conmigo más tarde. Ya no me duele nada, parece que ese dolor se marchó también, ni los tubos ni las agujas. Los miembros del cuerpo ya no están conmigo, se fueron con mi sol para unirse a mí los dos juntos. Cada vez es más oscuro, más negro. No hay grises, ni sombras, ni monigotes. Se me cansa el cerebro otra vez y me cuesta mucho más pensar y relacionar cada dato que mis neuronas cerebrales van desarrollando con intenso trabajo. Sigo sin ver el árbol por la oscuridad, mi sol, mi ventana, mis sombras ,mis monigotes, mi habitación...


®Manuel Muñoz García-2001

Texto agregado el 19-01-2003, y leído por 707 visitantes. (4 votos)


Lectores Opinan
25-11-2004 Muy bueno, describes muy bien una triste situación. Mis estrellas y un saludo Eulba
06-04-2003 muy intenso y desolador.... me gusta tu estilo mujer_extragna
23-01-2003 Es bueno, aunque triste.Felicidades Anngiels simplemente mujer Anngiels
22-01-2003 El relato es bueno y para tranqulidad de todos quizas ese árbol haya muerto pero otro seguirá viviendo, ahora que lo pienso igual que casa uno de nosotros cuando no toque el tiempo de irnos de este mundo. PoetaSUburbano
19-01-2003 Excelente, me encantó, muy lindo Manuel, te felicito, un beso, Ana Cecilia. AnaCecilia
 
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