LA AMPOLLA
En la palma de la mano, justo en el centro de la M, se había formado por la escoba. No es que yo no trabajara en casa, barriendo, lavando y cocinando, sino que se me había hecho costumbre no hacerlo.
Desde que mi marido se fue de casa con la empleada, los quehaceres quedaron para mí. Claro, eso si fue para mí. No el auto, ni las tarjetas de crédito. Si los hijos y las letras de pago del televisor en el que ahora ve las novelas, Nangelly, así se llama ella, Nangelly Girlein Quirumbay Gonzabay, es de Palmar, antes olía a jabón de rosas y ahora a L`Air du temps.
Soy su madrina de bautizo, primera comunión, confirmación y lo único que falta es que uno de estos días me llame a invitarme a su matrimonio con mi ex marido y me pida que sea su madrina.
Voy al baño, me lavo la mano antes de reventarme la ampolla, limpio con alcohol una aguja y pincho la bombita de agua que lentamente empieza a segregar el líquido acumulado bajo la piel. A ella nunca se le hacían ampollas, ni callos ni nada de estas cosas que han aparecido en mi piel últimamente. O será que si las tenía y yo nunca se las vi.
Nangelly usaba la ropa que ya no me quedaba o que pasaba de moda, mis zapatos, mis carteras, mis binchas, y otras cosas. A veces le regalaba frasquitos que aun tenían un poquito de perfume. Ella los iba juntando todos en un frasquito azul con tapa plateada, uno de los perfumes de José Francisco e inventaba deliciosas fragancias que se las ponía el sábado de noche cuando José la iba a dejar a casa de su tía Benemérita. Después de eso, José se quedaba jugando cartas con sus amigos y regresaba de madrugada. A veces me llamaba para decirme que como estaba lloviendo muy fuerte, se iría a dormir a casa de Leonardo o de Rubén.
Ya me he reventado tres ampollas en menos de un mes. ¿Hasta cuándo salen ampollas?
25 de enero de 2005
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