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Un Regalo de Valor.
Inexorable e irremediablemente se aproximaba el momento. El temblor de la parte izquierda de su labio superior se iba haciendo visible y discretamente llevaba su mano derecha para masajearlo con los dedos. Le atormentaba intensamente el diario suplicio de la espera, el sufrimiento que experimentaba llegaba casi al grado del terror.
Con la cabeza baja limpiaba el sudor de las palmas de las manos en los costados internos de su pantalón y le aparecía una creciente sensación que semejaba al estruendo de un tren que se acerca vertiginosamente.
¡Faltaba sólo un nombre antes del suyo! Miró al profesor que encorvado se disponía a pronunciarlo.
––Rodríguez Campos…
––¡Presente! ––Contestó la voz juvenil de su compañero.
––Solís Romero… ––Escuchó sus apellidos con la mirada puesta en el maestro, entreabrió sus labios pero ningún sonido salió de ellos, entonces apretó y aflojó alternadamente los músculos del tórax pero ni siquiera podía ingresar o exhalar aire. ¡Era el odioso tapón que se formaba en su garganta! Después de transcurridos cuatro segundos eternos, el Profesor Amaral levantó la vista y por sobre sus lentes para leer le clavó la mirada.
Ese era el preciso instante en que el imaginario convoy pasaba justo al lado de su pupitre. La mueca congelada en su rostro finalmente le permitió pronunciar la ansiada respuesta en una exhalación ahogada.
––¡Presente! ––El profesor dejó de mirarle y continuó pasando la lista de asistencia mientras a Solís le invadía un alivio que de cualquier forma se veía empañado con las risitas ahogadas de sus compañeros.
La amarga experiencia se repetía día a día pero el profesor ya no volvió a mirarle cuando le llegaba el turno.
Autoexcluido se refugiaba en la lectura ya que con mínimo esfuerzo dominaba las ciencias. Los monólogos que tenían lugar en su mente se convertían en diálogos con los personajes o autores de las obras leídas y se sorprendía cuando sus imaginarios interlocutores parecían tener vida propia.
Había transcurrido casi el primer mes cuando un viernes llegó la fecha del examen mensual, eran diez problemas del tema de caída libre y tiro parabólico.
El lunes siguiente llegó el profesor con la gruesa carpeta de exámenes. Permaneció de pie con el rostro endurecido y el silencio del grupo se hizo más rápido que de costumbre.
––Tengo los resultados del examen y debo decirles que me siento defraudado… pareciera que el trabajo del mes ha sido en balde. ––Soltó con lentitud las palabras en el silencio total.–– ¡Más de la mitad del grupo está reprobado!...––Después de una pausa agregó–– Solo hubo un excelente.
El profesor dirigió directamente la mirada a él y le dijo;
––Solís, salga al pizarrón…
Se levantó azorado de su lugar y sintió las miradas de sus compañeros fijas en él. La humedad de sus dedos era absorbida por el gis. El profesor le dictó dos problemas que él resolvió ágilmente como había hecho en el examen.
––¡Excelente Solís! Ahora háganos favor de explicar el procedimiento paso a paso.
Se volvió hacia el grupo sintiendo el calor en la cara. Lentamente se posicionó y con el gis en mano empezó a explicar. Le sorprendió de sí mismo que en ningún momento le apareciera el tapón en la garganta.
Cuando terminó, el profesor Amaral le agradeció su participación y continuaron los trabajos del curso.
Poco menos de tres años después tuvo lugar la Ceremonia de Graduación. El alumno Solís Romero que representó a la Generación entera, en una parte de su discurso de despedida decía:
––Ahora corresponde a nosotros agradecer a los maestros…
Cuando el espíritu logra fortalecerse.
Los demonios huyen despavoridos.
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Texto agregado el 31-10-2003, y leído por 864
visitantes. (12 votos)
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Lectores Opinan |
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02-05-2004 |
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En el final, la orquesta a pleno! Felicitaciones por tu narrativa precisa, cuidada, y con ideas!!!! Nada fácil, por cierto. islero |
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03-11-2003 |
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Esto de llegar tarde a tus relatos, me provoca ese corajito de que me han ganado los elogios por detallar! pero me uno a la lista de felices de leerte. Me uno desde la irónica sensación que provoca el pánico escénico y la confianza al fluir de maravilla en lo que es propio de uno. Es como ver a los ojos al dueño de nuestras verdades, será quizás como desdoblar la capacidad de sorprenderse a sí mismo, fue leerte entonces, como sonreir sabiendo la grandeza del pensamiento. Un abrazo aitana |
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03-11-2003 |
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Sin duda que el regalo nos lo has dado tú, con esta obra en donde lo sublime cobra valor y nos dices que quien brilla es aquel que no cabalga desbocado, muy por el contrario, el que sabe construir y posee talento siempre logrará descollar por éste y no por despreciables subterfugios que nunca lo llevarán a parte alguna. Le doy tantas lecturas a este escrito que me resulta apasionante. Por ser profesora me recuerda a cientos de niños que pasaron por mis clases y siempre la humildad, la sencillez y el talento se imponen. Mis estrellas. FaTaMoRgAnA |
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01-11-2003 |
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Yo fui un niño timido y ausente que sufri mucho en los cambios de escuela, sobre todo cuando en 6 año me perdi al cambiarme de un colegio chiquito a un cristobal colon enorme, donde yo sufri el quedarme solo en un patio inmenso, quizas todavia estoy sufriendo mis pesadillas en el bueno tu relato. Saludos. gatelgto |
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31-10-2003 |
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Falcón este es un relato que me pinta de maravillas en los primeros años de colegio. Con él me llega la maldita timidez que tantos problemas me trajo, en fin, problema de muchos. Excelente. Un abrazo. MCavalieri |
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