“¡Enloquece y mata!” Así anunciaba el Alarma el incidente en el que mis amigos y yo nos vimos involucrados. Era un gran letrero, pero claro, las fotos eran mejores. No daban espacio para la imaginación.
Era viernes y las calles se mojaban con una suave lluvia. Eva, Octavio y yo habíamos perdido la calma, porque el tráfico de aquel día era el más impresionante que habíamos visto. Una manifestación gigantesca se había apoderado de las calles, y nunca supe qué noble causa defendían aquellos hombres, así que a lo lejos estaban los hombres tamarindos silbe que silbe y mueve que mueve las manos, solo haciendo como que ponían orden, porque el mar de autos no avanzaba. Sencillamente no avanzaba.
Y ahí estábamos todos. Yo veía las caras de los conductores de los otros autos. Ví cómo pasaron de expresión de duda a la de angustia, luego llegó el aburrimiento, cambiando las estaciones de su radio, jugando con su celular, retocando su maquillaje, y por último, ví caras de enojo, ya estaban tanto o más desquiciados que nosotros tres.
En mi ocio, empecé a mover el espejo retrovisor de mi coche. En esas estaba cuando noté a la conductora del coche de atrás. Estaba luchando por calmar a un bebé que, al parecer, no dejaba de llorar. La observé por un tiempo, mientras Eva miraba sus uñas y Octavio miraba a Eva. El bebé no se calmaba y ella estaba a punto de llorar también. Lo sostenía fuerte en sus brazos, a veces le ofrecía leche, la de su cuerpo y la de la botella, le revisaba el pañal, en fin, que la mujer estaba ya a punto de volverse loca.
Y lo hizo. Se volvió loca. Sin más empezó a golpear mi coche. Se echaba en reversa y luego sobre nosotros. Su claxon le hacía música a las mentadas que nos lanzaba. Luego se bajó de su auto y yo hice lo mismo. Eva sin titubear salió detrás de mí y Octavio fue a ver cómo había quedado el coche. Todos nos miraban sin poder creer lo que sucedía, muchos también se bajaron de sus autos, intentaban calmarnos…
Empezamos a gritar ante la mirada de los espectadores. Eva era la que más gritaba, supongo que para que fuera parejo, de mujer a mujer pues. Yo le exigía que me pagara los daños y que fuera con un psiquiatra de urgencia, que era una maldita psicópata y que no debería andar libre como si no corriéramos ningún riesgo el resto del mundo, pero de pronto la mujer me dijo “eres un puto, mandas a tu noviecita a que te defienda”. Y pues que daña mi orgullo varonil, y olvidando lo que mi madre me enseñó sobre ser un caballero y no tocar a una mujer ni con el pétalo de una rosa, me le lancé a la loca esa a darle una bofetada, y la sacudí del brazo mientras le gritaba que me iba a pagar, que se iba a arrepentir hasta de haber nacido y otras tantas frases domingueras.
Mis amigos se lanzaron sobre mí y me separaron de la mujer. Fue como si volviera en mí y lo ví todo perdido, ya no importaba qué hiciera, cuánto me disculpara, el malo era yo. No podría volver a ser un hombre decente nunca más. En adelante sería visto como un golpeador de mujeres, un impulsivo, un violento y en efecto, un puto…
Pensé en ofrecerme para calmar al bebé, hasta en ser yo quien le pagara el psiquiatra, pero mis pensamientos se cortaron en seco cuando vimos que se metió al auto a buscar algo en la guantera. Cuando salió nos apuntó con una pistolota. Eva estaba inmovilizada frente a mí. ¡¡BANG!! ¡¡BANG!!Luego Octavio ¡¡BANG!! ¡¡BANG!! Y luego yo ¡¡BANG!! ¡¡BANG!!.....¡¡PUM!! Los tres al piso. Yo aún ví la caliente sangre de Eva mezclarse con la fría agua del asfalto, escuchaba mis gritos pero no los de ellos. Mucha gente, mucha confusión.
Luego, gelatina en el hospital y el encabezado del Alarma que me trajeron unos compañeros del trabajo “mira, wey, ya eres famoso.” Mis dos amigos murieron en el acto, yo quedé paralítico. Y así acabó esto, eso dije en mi declaración. Ellos muertos, y yo hago como que vivo. Supongo que pudo haberse evitado, aunque sé que no sirve de nada.
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