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de Domingos de pequeñeces y jacarandas


Un Domingo más, con ese sol tan especial de los Domingos que jugaba con nosotros en el jardín y se iba justo cuando nos llevaban a misa. Ese sol, tan nuestro, no del diario, era un sol solidario.

La mañana del Domingo empezaba en el jardín, con el beso a mi abuelito (quien yo creo que en vez de leer el periódico, leía nietos y por eso siempre tenía a alguno de los más chiquitos sentado en sus piernas) rodeándolo se encontraban mis tíos -platicando de no sé qué- a los que saludábamos de prisa para correr y apartar lugar en el columpio o en "el caballito".

Generalmente el columpio estaba ya ocupado y sólo quedaba espacio en el caballito, frente a Maritza, lugar que yo gustosamente ocupaba porque ella no le daba duro, a diferencia de sus hermanos, y más que nada de Ulises quién siempre le daba durísimo, supongo que por sus ganas de ver pasar todo muy rápido.

Mientras Mari y yo nos mecíamos en el caballito, Ulises y René estaban en contraesquina del jardín trepados en la jacaranda, no sé a qué jugaban porque en esa época nunca me pude subir, como tampoco sé quién les enseño a subirse o si aprendieron solos; lo cierto es que desde que empezaron a existir los Domingos para mí, ellos ya estaban ahí arriba y yo loca de ganas de estar con ellos.

Lo intenté varias veces, puse silla sobre sillas, pero me ganó la cobardía que mi mamá adjudicaba a ser "niña de departamento", situación que desde mi punto de vista no aplicaba porque todos los Domingos yo tenía jardín y jacaranda, creo que el problema más bien radicaba en que mis primos tenían lo mismo y como que no les gustaba que las niñas se subieran. Claro que había sus excepciones... ...Erika.

Así es, llegaba Erika, con su flequito y trenzas doradas, embobando a todos los primos, hasta decían que se iban a casar con ella; yo argumentaba que primos con primos no se podían casar, pero a ellos, eso no les importaba.

Después llegaban los Martínez, Claudia se ponía a jugar con Erika; Adrián se subía a la jacaranda, Alex invariablemente seguía a Adrián y Lore jugaba a la comidita con nosotras aplastando pétalos y hojas en alguna de las bancas de mármol del jardín. Las flores de la jacaranda eran las más cotizadas en estos juegos, aplastándolas contra la banca para sacarles "la leche".

Una vez que nuestra comidita estaba lista, venía lo bueno: el "tengo hambre" de alguna de nosotras, con la consiguiente excursión desde la banca a la puerta de cristal del jardín, pasando por la cortina de tergal en la cara, el espejo del trinchador, los respaldos de las sillas del comedor, hasta la cocina.

En la cocina había tortillas calientes con las que mi abuelita nos daba nuestros "burritos"; o sea, nos hacía tacos de sal a los que les amasaba orejas y hocico; entonces cuando regresabamos al jardín los demás primos bajaban de la jacaranda y emprendían la misma excursión para que mi abuelita les diera su burrito.

A veces, cuando el hambre nos atacaba y mi abuelita estaba ocupada platicando en la sala, siempre contábamos con Naty, quien rápido y cariñosamente nos daba fruta, otras veces pan con frijoles y en caso de que pidiéramos otro pan, de plano nos ponía un lugar en la mesa de la cocina y nos servía la comida de una vez.

Lo sabroso de los Domingos era el jardín y esto incluía la comida en la mesita de herrería negra y cristal. Se trataba de una mesa pensada en nosotros, de nuestro tamaño; era ahí en donde las respectivas mamás -o tías acomedidas- nos llevaban el arroz y el agua. Siempre había muchos colores de agua, para cumplir con los gustos de cada quien: roja, amarilla, blanca, café y de limón.

Después de la comida, el juego continuaba en un camión de pasajeros que hacíamos volteando el sillón de tiras de plástico y herrería de mi abuelito, ahí nos subíamos todos, permitiendo que los choferes (generalmente los primos mayores) nos condujeran a ninguna parte, ese sitio que se encontraba más allá de nuestra imaginación.

En mis recuerdos hay muchos Domingos especiales, como cuando venía mi tía Teté de Tampico, entonces llegaba Sonia y luego luego Claudia se iba con ella y Erika también; Sonia y Claudia se la pasaban juntas para todos lados, eran las grandes. Gaby se unía al grupo con Mari, Lore y yo. Sergio era a mis ojos el más guapo -tal vez porque era el único de mis primos que me saludaba de beso-, además era nuestro defensor, regañaba a Ulises, Adrián y René cuando nos aventaban piedras desde la jacaranda, en fin, a mí me encantaba... ...a él -casi como a todos- le encantaba Erika.

Estos Domingos especiales, supongo que también la jacaranda los percibía y resaltaba alfombrando el jardín de color lila y morado.

No sé que fue primero en mi vida, si fue el Domingo o la jacaranda, pero en mi memoria hay un lugar donde están mis abuelitos, mis tíos, mis primos, Naty, ese lugar trata de Domingos, de pequeñeces y jacarandas.

Texto agregado el 29-11-2005, y leído por 238 visitantes. (0 votos)


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