Próximo a jubilarse
José Ernesto, cuarenta y cinco años, casado y padre de dos hijos, uno de ellos adolescente y con veinte y cinco años de servicio en la policía.
Ya en su ultima semana de trabajo antes de jubilarse y este su ultimo turno nocturno de fin de semana, está muy agradecido, pues en todos estos años de carrera solo recibió una herida menor en una pierna, pero a su vez está nervioso pues sabe que los fines de semana son muy violentos.
Por eso antes de haber recibido el turno pasó por una iglesia y rezó unas oraciones, es que ahora que le falta muy poco para retirarse no quiere que nada salga mal.
Estando patrullando reciben un llamado, se trata de un enfrentamiento entre pandillas, el y su compañero atienden al llamado, se encuentran a unas pocas cuadras lo que hace que sean de los primeros en llegar.
Los pandilleros al ver las patrullas se dispersan y corren hacia los callejones, José corre tras uno de ellos, uno de baja estatura con las típicas ropas holgadas y gorro pasamontañas como los “gansters” Americanos, el chico es rápido, pero José no lo dejará irse tan fácilmente, ambos corren por las calles como si de esta carrera dependiesen sus vidas y esquivan obstáculos como mejor pueden hacerlo.
Luego de unas cuantas cuadras llegan a una calle que está parcialmente cerrada por una cerca y en penumbra, José grita “¡¡policía alto ó disparo!!” pero el chico no le hace caso y comienza a trepar la cerca, José le vuelve a gritar “¡¡policía deténgase!!” pero sus palabras no parecen ser oídas, el chico está a punto de escaparse cuando José grita por tercera y ultima vez, pero el chico no obedece, por ultimo y no teniendo más opción hala el gatillo, suena un disparo que retumba por toda la manzana y el cuerpo del chico cae inerte en el piso.
José siempre tubo muy buena puntería y este disparo fue certero, le dio en la cabeza lo que lo mató instantáneamente, se aproxima al cadáver –quizás sea por morbo- pero el quiere ver la cara del cadáver lo voltea y para su sorpresa y desgracia era su hijo mayor.
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