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La tarde era extraña.
Caminaba por las calles del centro en dirección a la plaza, donde decidí pasar el resto del día sentado en un banco observando mis zapatos. Mis manos en los bolsillos no daban señal alguna de salir a contemplar el oscuro día. Caminaba con mi cabeza abajo, pero mis ojos apuntaban a la mayor cantidad de personas que podía divisar. Todos ellos no me veían, pues nadie se molestó en devolverme la mirada que perdía en ellos. Un señor de bigotes muy negro, tenía unos ojos enormes y una mirada fija en un punto a un metro de su nariz, caminaba sin mirar al costado, su rostro me generaba desconfianza. Cerca de él, una anciana sacaba de su monedero de cuero una moneda que pareciera se le había ido al fondo, estaba frente a un hombre que vendía hierbas medicinales, y que en ningún momento dirigió su vista a la anciana de blancos cabellos. Detrás de ella, pero apoyado en una pared un hombre vestido completamente de mezclilla, apuntaba su vista a la cartera de la anciana que colgaba de su brazo. Ella aún intentaba sacar la moneda.
Volteé mi vista y un niño abría su boca queriendo abarcar todo el inmenso algodón de caramelo de color rosa, sus mejillas, sus pestañas y su nariz no le permitían que entrase en su boca, sin embargo él seguía intentando. Miré a mi frente y un joven se acercaba con sus cuadernos bajo el brazo. Cantaba en voz baja y con sus ojos cerrados, me imaginé que su hipotético examen fue todo un éxito o quizás esa noche era su primera cita con la muchacha de sus sueños, o simplemente el tema musical le agradaba.
Antes de llegar a mi destino, observo alegremente a alguien que dirige su mirada a mi, un mendigo sentado en la vereda y apoyado en un poste. Quise correr a él, pues mi alegría era inmensa, sentí que mi pasar no era inadvertido, sentí que era capaz de hacerme notar. A medida que me acerqué me di cuenta que el pobre hombre estaba recostado y con su mano sujetaba una caja de vino, su mirada era vacía y a pesar que su dirección apuntaba a la mía, no alcanzaba a fijar el punto mas allá de sus párpados.
El día era triste tal cual el paseo.
Llegué a mi destino. Me senté en un banco y observé el triste paisaje urbano y humano. Recordé que mi tarde sería mirar mis zapatos. Sin embargo, al mirar al suelo, mi vista pasa por un perro que estaba a mi lado. Él estaba sentado y me observaba detenidamente. Observé nuevamente mi alrededor y las personas no me miraban, sin embargo el perro lo hacía. Sus ojos reflejaban mi rostro, al fin pude verme.

Texto agregado el 29-11-2005, y leído por 318 visitantes. (5 votos)


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