Un elote y un koala se ríen de mi vecino debido a que usa reloj. El posee un mecanismo suizo, que es absurdo: sirve para dar la hora exacta de su muerte. El doctor al ver a mi vecino en su lecho de muerte podrá saber el minuto preciso en el que murió el hombre y dirá que se debe capitalizar ese invento inútil.
Más allá de los arbustos de mi jardín se ve la imagen ajetreada de mi vecino que voltea a ver con preocupación la cuenta regresiva que carga en la muñeca izquierda.
Cuándo el tiempo no ocupa su mente, lo hacen otras cosas de menor importancia; a saber: su esposa, sus hijos, su trabajo, y su jardín. He escuchado que él envidia que su jardín no esté tan lleno de vida como el mío.
El secreto del éxito de mis plantas es simple: conseguí que un buen pelicano lo arreglara; esa ave sí que sabe de jardinería, lo comprobé al seguir su consejo de regar unas florecillas con lágrimas de gato.
¿Dónde consigo lágrimas de gato? Fácil, del gato de mi vecino. No siempre se sabe con seguridad la razón por la que un gato llora, pero el gato de mi vecino llora de pura solidaridad al ver llorar a su dueña; su dueña que llora porque su esposo lleva un reloj de defunción.
Yo me río de todos porque sé que el reloj del vecino no sirve, no le digo para seguir aprovechando las lágrimas de su gato que mantienen tan bien a mi jardín. He pensado contactar a un doctor que me diga como capitalizar unas útiles lágrimas de gato.