Esquirlas de historia,
amargo pasado
que no comprendo y arrastro,
enorme desierto
con ventanas opacas
puertas distantes y cerradas,
con teléfonos que callan.
Esquirlas de mi historia
que aún me hieren,
sutiles dagas
que abren mi pecho
dejando desnudas mis entrañas
y en la sangre coagulada
las lágrimas de mi alma atrapadas.
¡Mi alma, mi alma,
niña asustada que llora acurrucada
entre diamantes que sangran!
Es mi vida un infierno,
tétrico espectro
que camina y habla
y soy su cajón,
su herramienta,
su transporte.
Soy,
un fantasma desesperado
encerrado en mi osamenta,
un fantasma ciego
esperando la luz,
esperando ver volar los pájaros
en la plenitud de los sueños,
aquellos cielos perfectos
que ya perdí
y hoy no recuerdo.
Esquirlas de historia,
balas asesinas
que buscan el corazón
de mi poeta,
lucero incrédulo
que me inventa la luz
para hacerme creer
que no estoy muerto,
que abraza a mi alma niña,
la acurrucada,
con encantadas primaveras
y mariposas atrevidas,
recitándole poemas de amor,
de lunas, zorrinos
y hechizadas noches frescas
llenas de melancolías,
para que sonría,
para que también crea
que no está yerta y fria,
que seguimos siendo parte viva
de esta convulsionada vida.
Esquirlas de amarga historia
que recuerdo y no comprendo
y el infierno
y un cielo sin memoria
y los pájaros ciegos
y las puertas calladas
y el desierto cerrado
y las ventanas que no hablan
y el teléfono distante
y tu que no me llamas
y la vida esquiva
y mi alma niña
y la muerte agitada
apretándome las entrañas
y mi poeta que grita:
-¡Acá estoy inundado de tristeza
en esta soledad mundana!-
revolcándose entre tanta nada.
Rebelde de cien soles,
el de las montañas en llamas.
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