¿Podría afirmar que tiene el tamaño de un hombre? ¿El de una persona? Se tambalea ante mí. Una y otra vez. Se dobla sobre su propia forma, altera su grosor, su altura e incluso me atreveré a decir que por momentos toma mayor claridad u oscuridad. En ocasiones desaparece. A menudo se oculta sin que yo aún sepa donde puede ir. Lo hace como si adoptara una forma oblicua sobre sí misma. Y repentinamente puedo verla otra vez. Arriba y abajo. Toma de manera rápida y lisérgica formas extrañas, y hasta obscenas para volver a ocultarse en el vacío.
¿Es una sombra? No. Quiero decir que no puedo saberlo con certeza. Creo que es real, pero tampoco me he considerado capaz de afirmarlo categóricamente. Siquiera creo poder afirmar que algo aquí, incluido yo mismo, pueda ser una innegable verdad.
Realmente carece de importancia la certidumbre de la existencia de la sombra. Yo creo que es una sombra. Así pues me dirigiré a ella de este modo, pero no considero tampoco que sea estrictamente legítimo afirmarlo.
¿Esa sombra es real? Creo que es real. Pero quizás jamás he tenido tiempo u ocasión de alcanzarla. Vuelve a desaparecer, vuelve a la, por decirlo de alguna forma, invisibilidad, antes de que pueda decidirme a intentarlo. De encontrarme en disposición de poder moverme confío en que hubiera logrado agarrarla, si no fuera, como es, etérea. Pero hace mucho tiempo que la indefensión me pudo. Hace mucho tiempo que el movimiento es algo impensable en mí. ¿Acaso no he estado siempre indefenso e inmóvil?
Tras de ella y a ambos lados hay granito de un negruzco gris. Son ladrillos húmedos y raídos. Creo que no han cambiado un ápice de su apariencia en todo este tiempo. Me recuerdan que estoy encerrado en un cubo enladrillado. Aunque he llegado a plantearme la posibilidad de que el muro que está a mi espalda hubiera caído. No es algo que ya me preocupe, porque jamás podré llegar a comprobarlo. Hace mucho que no puedo moverme, siquiera para girarme y observar este hecho.
Nada huele en este cuarto. No alcanzo a recordar tampoco si alguna vez oí un solo ruido. Siquiera me atrevo a preguntarme si lo que veo existe de verás o es un sueño ajeno, una fantasía onírica de alguien, de la que yo mismo formo parte.
Aún creo que la única escapada, la única huida posible de este cubo es alcanzar esa sombra, si es que una sombra es. Pero desistí una vez. ¿Acaso no he desistido siempre? ¿Acaso fue posible en alguna ocasión alcanzarla? No importa ya. Asumo, he asumido, que de existir una salida, es inalcanzable para mí. ¿Acaso fue posible la huida en algún tiempo si es que el tiempo existe aquí?
A veces me atormento pensando en si esta prisión es un cubo o un pasillo. Hace tanto tiempo que estoy aquí, que no logro acertar a dar con la respuesta. No sé si es un corredor o tiene forma cúbica. No importa, porque sé que es imposible salir.
Tampoco recuerdo como llegué a él. Lo hice, supongo, sin darme cuenta. De saber como entré, habría tratado de huir por el mismo sitio. Pero ya me es imposible recapitular. ¿Acaso siempre he estado aquí? ¿Acaso no he conocido, conozco, conoceré, un lugar distinto a éste?
Creo que hubo un tiempo en que me sentí bien en este cuarto. Creo en que hubo un tiempo en que admiré y bendije a esa sombra que eternamente me acompaña. Por supuesto, solo son creencias infundadas. ¿Acaso alguna vez, cuando esto empezó, no fue una sombra, sino una forma concreta?
No puedo saberlo, como no puedo saber si yo mismo me convertí en esa pared posterior que a veces imagino caída, que hace tiempo que no logro ver. Que acaso no he visto nunca. No lo sé, y no me preocupa ya.
La sombra, si es que una sombra es, me juega a veces malas pasadas. Utiliza su atractivo contoneo para llamar mi atención. Cuando casi he olvidado si podría tocarla, se aproxima y me devuelve unos segundos la esperanza. Creo que lo hace por mantenerme vivo, aunque no creo categórico afirmar que tal cosa, sombra, tenga voluntad propia porque siquiera sé si tiene vida. Siquiera sé si yo mismo tengo vida. Siquiera sé si alguna vez la tuve. Me divierte pensar que sí.
Sin embargo he llegado a una conclusión. Coherencia, causa o consecuencia no existen en sus acciones ni conductas. No se acerca por jugar conmigo, no se aleja por eludirme. Nada se deriva de nada en ella. Se mueve por impulsos o, si se me permite, azarosas casualidades. De cualquier forma con el tiempo aprendí también a distinguir esos acercamientos y así evitar la falsa ilusión. No son secuenciales. No poseen un orden lógico o matemático. Nada aquí lo tiene.
En ocasiones pienso, me pregunto si yo mismo, como la sombra, estoy flotando, apareciendo y desapareciendo. Hace tanto tiempo que dejé de sentir el tacto de la baldosa que no puedo saber si en verdad estoy sobre ella. ¿Acaso estuve alguna vez apoyado sobre ella? ¿Acaso de haberlo estado no recordaría su tacto? ¿Acaso soy yo otra sombra? ¿No será esa sombra sino mi propio reflejo? ¿No pudiera ser más bien todo esto una imaginación propia? Son todas preguntas sin respuesta. Cuestiones cuya solución no trato de buscar ya.
A veces la memoria me engaña. Creo recordar que la sombra, sí es que una sombra es, se situó en algún tiempo a mi alcance. Pero nada arriesgó porque sabía que de poder moverme no me aventuraría a tratar de alcanzarla. Y me doy cuenta de que empleo el verbo saber incorrectamente, pues no considero que dicha sombra analice mi conducta. No existe intencionalidad en ella. Es una disposición que así sucede. Que así ha de suceder.
Si alguna vez dormí, soñé con alcanzarla. Pero ya no duermo por evitarme la creación de falsas esperanzas. ¿Realmente ha habido un tiempo en que he dormido? No lo sé. Nada parece coherente aquí dentro. ¿Y por qué habría de existir coherencia aquí dentro? Y digo dentro, como si yo mismo pudiera imaginar algo exterior a esta prisión. Como si realmente lo hubiera. ¿Lo ha habido? ¿De haberlo habido cuál sería el motivo que me retuvo y retiene aquí dentro? No lo sé. Y me es ya indiferente.
Como ya he dicho, no puedo saber cuánto tiempo llevo aquí. Es posible que haya estado desde siempre. Es, desde luego, muy posible. Sin embargo no es eso lo que me atormenta, sino más bien el pensamiento acerca de los días que aún aquí me quedan, si es que el tiempo existe. Porque sé que moriré en esta enladrillada cárcel, si es que existen la vida y la muerte.
De poder articular palabra, de poder iniciar un solo movimiento, trataría de comunicarme con la sombra. No sé si con el afán del conocimiento o por entretener y acortar esta agonía. Pero no sé si aún tengo voz. Quiero decir que no sé si la tuve alguna vez. Pienso que su sonido recordaría al de las hojas secas, pero no importa porque no existe el sonido aquí. No importa porque la sombra no contestaría. O quizás sí. No me atormenta, porque es algo que jamás va a suceder. No hay opción real de que pueda darse.
Hubo una vez (Si es que algo es sucesivo y no simultáneo) en que pensé en lo que ocurriría de lograr tocar esa figura. Esa sombra. Creo que lo hice en una ocasión, pero no puedo afirmarlo. No logro recordarlo, pero tengo la sensación de haberlo hecho. Siempre he pensado que de hacerlo, todo cambiaría, que saldría de este claustrofóbico cuarto. ¿Pero acaso lo he hecho ya y nada ha sucedido? ¿Acaso la rocé una vez y todo sigue igual? ¿Sería posible pensar que entré con ella que, como yo, es también prisionera? ¿Soy yo realmente un prisionero, o nada me impide marchar?
Tampoco me preocupan ya esas dudas, porque sé que no volveré a alcanzarla. Sé que jamás podré salir de esta prisión. Sé que no volveré a rozar esa etérea forma que a modo de sombra juega a confundirme, si es que llegué realmente a acariciarla alguna vez. O quizás sí. Quizás todo lo enumerado me preocupe, y esta prisión solo sea el producto de mi tormento.
Enero 2000
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