EL DESPRENDIMIENTO
“Pasar por la vida como por la superficie de un lago: sobre una barca y remando hasta la otra orilla. Sin mojarse” (Proverbio chino)
“Mojarse” es sinónimo de tener adherencias a uno, sean del tipo material, sentimental, emotivo, dependiente.
Estar prendido a algo o a alguien lleva consigo dolor, ya que tarde o temprano la vida te obliga a desprenderte y entonces sufres la pérdida.
Hay pérdidas muy dolorosas como las de los seres queridos.
Otras que por no estar vinculadas a sentimientos no dejan de hacer daño: perder la juventud, perder vitalidad, facultades de todo tipo, belleza...
Quien pierde la esperanza o la ilusión, sufre en el alma.
Pérdidas materiales, casas, vehículos, joyas, dinero...
La espontaneidad, la inocencia, la creatividad, la picardía, cuando nos abandonan sentimos su falta.
Si no podemos darnos los pequeños o grandes placeres que teníamos por costumbre, sufrimos.
Sin embargo venimos a la vida con ansias de vivirla intensamente desde que nacemos.
Parece un contrasentido esto último y todo lo anterior, pero básicamente es el DESPRENDIMIENTO la medicina que se nos hace tragar en nuestro paso por la tierra.
Nos vemos obligados a abandonar el seno materno, tan cálido y mullido, tan amoroso y acogedor, cuando más a gusto estamos.
Abandonamos la niñez, la dulce e inocente niñez, para entrar en la pubertad compleja y contradictoria, llena de cambios físicos y psíquicos. Se pierde libertad de acción cuando, con la juventud, la vida nos exige más responsabilidad: estudios, trabajo, compañer@ sentimental.
Al ser padres comienza la fase de desprendimiento más aguda.
Se abandonan hábitos que ahora impedirían una dedicación mayor hacia el bebé, se desprende uno de más tiempo libre, aumenta la responsabilidad y con ello se van soltando placeres como viajes, salidas nocturnas, vida social...
Cuando los hijos crecen, se casan y tienen hijos, después de la fase de crianza, estudios y pareja, entramos en la fase del desprendimiento físico por la edad y hemos de colaborar con la crianza de los nietos, lo que nos deja más tiempo libre pero nuestra salud y fortaleza física no acompañan el momento.
Ya grandes los nietos, aumenta el tiempo libre, viene la jubilación. A estas alturas, casi ni se acuerda uno de su cara de los treinta años, ese desprendimiento lo tuvo que ir haciendo paulatinamente, igual que la innata tendencia a seducir físicamente.
El promedio de medicamentos mensuales aumenta proporcionalmente a la salud que se pierde, a la memoria que nos abandona, a la agilidad, al gesto.
Qué decir de la vejez y senectud.
Cuando hablamos con alguna persona de más de ochenta años cuyo estado de mente es bueno, podemos observar “el peso” de sus palabras. Su grado de desprendimiento es tal, que alcanzan altas cotas de humildad, lo que se aprecia en sus pocas palabras bien dichas y en la sonrisa fácil y perenne.
No he planteado antes esos desprendimientos violentos, por lo momentáneos y duros de digerir, como abandonos amorosos, despidos laborales, grandes traumas físicos y psíquicos, porque vienen aleatoriamente, sea en la edad que sea.
Este inmejorable medicamento del DESPRENDIMIENTO, de la desposesión inducida o voluntaria, ataca directamente al virus del egoísmo y el orgullo, la contraparte del amor y de la humildad. Se nota si la prueba ha sido superada cuando ya falta poco para llegar a la otra orilla del lago del proverbio chino, en el ejemplo del anciano sabio cuya palabra es oro de ley y cuya sonrisa proyecta en la mente de quien lo observa que la ancianidad no tiene por qué ser fea ni triste.
Saber de antemano el carácter curativo del DESPRENDIMIENTO es saber que cuenta, sobre todo, la actitud ante las adversidades.
Limpiarnos de egoísmo y orgullo nos dará nuevas posibilidades de mayor paz y alegría, lo que en definitiva redunda en la disminución de cuotas de dolor y aumento de sabiduría de vida.
Ser conscientes del sometimiento de aquello que un día tenemos y otro lo podemos perder, ayudará al DESPRENDIMIENTO.
Aprender a entregarse por completo al segundo de vida y, con esa misma intensidad, poder despegarse de él.
Juan Antonio Torrijo : GRAJU
Noviembre de 2005
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