(Segunda parte)
Moví mi cabeza afirmativamente y urdí sobre la marcha una excusa para deshacerme de este señor tan particular pero la solución apareció desde el fondo de una calle principal ya que cuatro árabes dirigieron sus cabalgaduras en nuestra dirección y el señor voluminoso, al percatarse de ello, sacó de su bolsillo la pistola de la gringa y disparó dos veces al aire. De inmediato, los karatecas se colocaron en abanico frente a él. Perdida para siempre mi capacidad de asombro, di media vuelta y me interné en una galería oscura, atiborrada de locales comerciales, los cuales estaban cerrados herméticamente. Ya todo me parecía ordinario y si en ese momento hubiese aparecido un ser con cuatro ojos y cinco manos, ello no me habría llamado la atención. Alguien gritó de pronto: -¡Está lloviendo! Y una oleada de personas ingresó en tropel en ese que yo consideraba mi refugio de tal suerte que muy pronto me encontré asfixiado entre esa muchedumbre.
A todo esto, los locales comerciales comenzaron paulatinamente a alzar sus cortinas y aparecieron librerías, boutiques, pajarerías, zapaterías, florerías , fuentes de soda e incluso un diminuto salón de baile. Impulsado por la marea humana, fue precisamente allí adonde fui a parar. Casi sin darme cuenta, me encontré en medio de una oscuridad aterciopelada, iluminada apenas por una pequeña bujía roja que pendía de un techo aparentemente muy sucio a juzgar por las manchas que se entreveían en la penumbra. Un suave blue se deslizaba por ese ambiente tan poco propicio para un claustrofóbico. La pista de baile era tan reducida que a lo sumo aceptaría las evoluciones abreviadas de dos parejas. Me fue imposible medir el entorno ya que parecía sumido en una noche eterna, Una voz suave pero algo ronca se dirigió a mí para preguntarme si necesitaba un trago. Le agradecí, declinando su ofrecimiento ya que la mala experiencia con el adefesio me había quitado repentinamente todo atisbo de sed. En ese mismo instante se escuchó una risa estridente, grosera, tal si hubiese escapado de la garganta de un ave de rapiña. Después, la voz que me había interpelado, preguntó: -¿Quién es aquel que ingresa a La Luciérnaga y me ofende con su estúpida sobriedad? ¿O es que sólo tienes ganas de bailar? ¿Es eso?
Las palabras se atragantaron en mi garganta y sólo escapó de ella un tímido gemido. Mi amor propio sufrió un duro revés por lo que, tragando saliva, busqué alguna respuesta que pusiera en su lugar a la anónima insolente. No fue necesario.
Desde las sombras surgió una bella mujer vestida sugerentemente, que se aproximo a mí con una encantadora sonrisa en sus labios. En sus blancas manos atesoraba una enorme copa. De inmediato me embargó un extraño pensamiento: tenía la sensación que en esos instantes no era yo sino un actor que debería representar un insospechado papel. La hermosa mujer alzó su copa a manera de saludo y luego dijo con tono sentencioso, pronunciado por esa voz cavernosa que no correspondía de ningún modo a su aspecto angelical: -Tres veces tres y ello es multiplicación, así se multiplicarán esos vicios tan necesarios para la humanidad. La virtud se diseminará por todo el orbe, mostrando su hipócrita faz. Las santidades se ofrecerán en subasta y los castos crearán su propia nación. Lo siento amigo, creo que vamos a perder la batalla. Tras pronunciar estas palabras se tendió en el suelo, mostrando buena parte de sus bien torneadas piernas. Allí, empinó su copón y se bebió a grandes sorbos su contenido. Luego, prorrumpió en ahogados sollozos. Me incliné, compadecido de su pena, tratando de consolarla pero de inmediato me percaté que en su bello rostro no había señal alguna de lágrimas. Tuve la ingrata sensación que todo ello era parte de un engañoso histrionismo, mas, eso no fue obstáculo para dejarme llevar por la tentación de acariciar las suaves hebras de su cabello color miel. Pero me detuvo su voz, ese extraño acento de características masculinas, un venablo clavado en el corazón mismo de la contradicción. Tendida en el piso, estampada en esa alfombra de color indefinido, profirió nuevas profecías. Súbitamente, deseé huir de ese lugar tan misterioso pero la potente fascinación que ejercía la chica sobre mí, no me permitió mover ni un pie. El blue proseguía sonando, ahora más lento y más lánguido, tal y como si se adaptase al estado de ánimo de la preciosura. Quise invitarla a bailar sobre la pequeña pista pero algo instintivo me detuvo. Hice bien, puesto que, irguiéndose de un salto, la mujer lanzó un horrible graznido y se precipitó a las sombras. Me pareció estar en medio de un profundo abismo, aún más cuando la famélica luz roja comenzó a extinguirse lenta e inevitable, igual como se consume la vida de un cristiano. Aterrado, escapé raudo de aquel lugar. La muchedumbre había desaparecido. Todos los locales estaban cerrados nuevamente y una plácida quietud predominaba en las calles. Mientras recorría las avenidas desoladas, iba recopilando los sucesos que se habían desencadenado tan velozmente. Desconfié de todo, hasta de mi mismo, pensando que sólo había sido víctima de una alucinación a causa del enorme calor. Desfilaron en mi mente absorta aquel impensado baile en medio de la calle, el extraño ser del café y su bebida repugnante, el señor voluminoso y su descabellado discurso, los karatecas y los árabes, la atestada galería y esa enigmática chica que parecía provenir del averno. Esto me trajo a colación las extrañas e inexplicables experiencias vividas por mi abuela en su juventud. Traté de apellidar este reciente suceso y pensé en varias definiciones posibles, desde la paranoia hasta el culto al demonio, mas, imposibilitado de encontrar la palabra que definiera exactamente esta oscura parafernalia, le rogué a los cielos para que me colocara en alguna vereda que me condujese a algo que siquiera tuviera un remedo de lógica. Sólo sé que de pronto me escuché gritando a voz en cuello: ¡Dios está atendiendo sus negocios en estos momentos y por eso no nos escucha!
Aún hoy no me explico por qué pronuncié esas misteriosas palabras y menos por qué motivo comenzó a nevar en ese mismo instante, un quince de enero de 199…
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