El más frío invierno se encontraba en su plenitud, pero le era indiferente, pues de todas formas no habría de salir.
Estaba como todos los dias encerrada en el mismo espacio, que alguna vez generó una brutal enajenación a todas aquellas amigas que entraron en él, personas que no dejaron ninguna marca a no ser por la inalterable idea de ella de que no tiene ningun sentido relacionarse con nadie. Tal estigma, trajo consigo un aislamiento casi voluntario con el mundo, que intensificaba su opinión en cuanto a la injusticia del rechazo colectivo hasta tal punto, que lo creía como una característica propia de su inteligencia y tenacidad a la hora de juzgar a todo aquel que veía, según creía, con un alto grado de percepcion que solo le servía para no tener la mente ocupada en su propia desdicha.
Basicamente estas cosas cruzaban por su mente cada vez que se sentaba en el suelo encogida contra un rincon, abrazando sus rodillas que apoyaban la tez blanca de su menton. La mirada en el vacío, siempre buscaba un recodo en el cual protegerse de su propia pena, aquellos rincones, siempre eran los que estaban peor iluminados por la luz cetrina que se apretujaba desde aquella diminuta ventana, en lo alto de una pared que se encontraría desnuda si no fuese por una mancha de humedad que ya le quedaba poco para acaparar todo el espacio.
Tal rutina se hubiese prolongado, si no fuese porque aquellos pensamientos que justificaban su propia soledad se hacían cada vez más necesarios para aplacar su pena, y así dedicandole horas a teorías que no traían consecuencia alguna más que su falsa paz, procedía a usar más y más tiempo ensimismada en si misma para dedicarle el espacio de siempre a los recuerdos que se le hacian placenteros, pero en su propia rutina turbándose, por un espasmo de terror en el cual tendía a caer inocentemente. Es que en su ingenuidad, se entregaba a toda la dicha de una vida ya pasada abriendose como hacía tiempo había olvidado para experimentarla con más placer, e ingenuamente llegar al punto en que todo se interrumpió impunemente en un torrente de tortura que prolongó su suplicio sin fin, cuya única recompensa, según creía ahora, era una niña que quien sabe con que familia se encontraba.
De todas formas se habia amaestreado inconcientemente ante dichos recuerdos, y creyendo que era la única en el mundo, buscaba espacios libres en el brazo o vientre para cortarse con uno de los pedazos de vidrio que habia sabido guardar en su celda. La profundidad de tales cortes, y el vidrio que habría de causarlos variaban según la necesidad que tenía Patricia de experimentar algo intenso, algo que sabia que pertenecía al mundo, y para el cual, no se necesitaba recordar nada, como era el dolor. Pero no recordaba necesariamente cosas que pudiese vincular con su vida, simplemente imágenes sueltas, caras sueltas, de las cuales tiene conceptos generados de quien sabe donde. Las únicas caras que debía recordar con precision eran aquellas que le traían la comida con la aterradora precision característica de cualquier sistema inobjetado, y aquellas que nunca creyeron que los informes del dindrome de personalidad disociativa que habia presentado su psiquiatra pudiesen justificar el asesinato de su padre, cuyos genes solo se encontraban en ella y su forzada hija, que a partir de ese día, como si fuese una ironía del destino, pudo recordar hasta el fin de sus dias en aquella infinita soledad.
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