Esto es muy fácil, luego de un día muy caluroso la noche promete fresco, se apagó, por fin, el muy día. Ahora estamos en casa bobeando y habría que salir a la calle.
Para algunos como yo es fácil, se puede salir y ver y todo y sin moverse, porque me jacto de poderle describir a usted, con pitos y señales y ciertos mejunjes literarios, todas las cuadras desde aquí hasta la estación de tren, de modo tal que usted podría sentir hasta el olor nauseabundo de las bolsas de basura que el basurero no juntó y cuyo contenido los perros se han encargado de desparramar. Pero eso me aburre y no viene al caso. Digamos que salgo a caminar por ahí y no está ni el loro, en esta pocilga de barrio no existe un bar a esta hora abierto, no lo hay. Hay que utilizar el transporte (público en este caso) y es por ello que no me moveré de aquí. Digo pues que estoy por arribar al colectivo y mi novia, a mi espalda me increpa: --¿acaso no tendría que subir primero yo?-- Carajo (digo), si ésta no estaba en el libreto, nadie la llamó, y, para peor, viene a joderme con la cuestión de la caballerosidad que no sé quién inventó. Perfecto, empecemos entonces con el viaje, el único, a través de este pelotudismo en que suelo caer ciertas noches, y usted que lee se calla la boca o si quiere me dice... aunque no... usted no dice nada porque usted lee y para decir estoy, en esta oportunidad acaso la última que de aquí en más usted me diere, yo.
Hemos estado sumergidos en más de una espantosa patraña, en más de una desde que el mundo es mundo y el culo está ahí. Pero esta noche nos toca comentar la tenebrosa cuestión de los modales, la espeluznante discriminación de parte de Homos Sapiens machos hacia sus hembras y, por qué no, hacia sus menores también.
Partamos pues desde ese preciso instante, señor, en el que usted está por arribar al transporte y le cede el paso a su mujer, novia, cojinche, amiga, etcétera. Ese mínimo gesto nos habla de una feroz barbarie cínica, mentirosa, mezquina y antiquísima.
Porque eso de "las damas primero" o, en medio de entremeses calamitosos, eso de "las mujeres y los niños primero"... Primero las pelotas. Primero que se jodan y se acabaron los caballeros y la mesa redonda que siempre fue cuadrada sin ser mesa sino banquillo de acusados. Vamos a sincerarnos y desasnarnos. Cuando en medio del Caribe un crucero comienza a hundirse se dice que las mujeres y los niños deben ser los primeros en abandonarlo, a los botes salvavidas; lo que parece un gesto heroico y desinteresado en pos de la seguridad de aquellos que dizque son considerados los más débiles (o privilegiados). Bosta pura. Los primeros en desalojar son la carnada de los tiburones, los hombres que se las aguantan piolas en cubierta ven cómo los desgraciados son devorados por las alimañas que han acudido atentas al bullicio, cuando esos bichos están con las panzas llenas de mujeres y niños y pedazos de botes salvavidas, los machos salen campantes remando tranquilamente en sus barcas de emergencia. Chau pinela, caballeros son los terrestres y en el mar somos todos aguas vivas.
Conocido es el caso del Titanic, un catafalco atiborrado que se hundió en heladas aguas despanzurrado por un cacho de hielo. Cuando los hombres dijeron que "las mujeres y los niños primero" lograron sobrevivir ellos, mientras que féminas y menores cayeron por la borda a sucumbir a los encarnizados instintos de las morsas, elefantes marinos y demás batracios del mar ártico. Chau pinela y que se jodan, otra vez, los perejiles. Los servicios secretos nos han ocultado la verdad (para eso son los servicios secretos), no nos dijeron que la principal causa de muerte en ese terrible accidente fue la caratulada como "deceso por violación perpetrada por morsas y demás batracios marinos". Imagínese usted, que cuando las mujeres y los niños fueron a parar al agua, los agarraron los animales juerguistas y los violaron en reiteradas ocasiones. Los científicos discuten acerca de lo que provocó las muertes. Si fue o bien el asco que produce la violación a manos de un repulsivo rumiante como lo es una marsopa (práctica que los hombres de ciencias no están dispuestos a experimentar por sí mismos), o si porque las víctimas no lograron aguantar la respiración el tiempo que dura la faena reproductora subacuática de los marsupiales en cuestión (...tampoco). Caso aberrante, si los hay.
Los hombres que sobrevivieron, desde luego, hicieron la vista gorda: --no se veía un carajo-- nos comenta el señor Roger Bwrfteinsen, trompetista de a bordo y vendedor de quiniela clandestina quien fuera encontrado en alta mar mientras flotaba abrazado a una barrica de cerveza en evidente estado de ebriedad --es que si no me la tomaba se hundía el barril-- se excusaba el parroquiano.
Otro caso no menos vil es el famoso "las mujeres van del lado de la pared" cuando una pareja transita alegremente por la acera. Se dice que es por una cuestión de apoyo, de protección. Patrañas. Un hombre va con su mujer para que, mientras ella mira vidrieras como autista, él pueda observar los culos y las tetas de las jovencitas que, comparadas con el bagayo que él llevó a pastorear, oficien acaso de afrodisíaco potente y gratuito.
Además son conocidos casos fatales de transeúntes femeninos que se dieron en los mencionados paseos. Verbigracia el asunto del "perro mal llevado" que alude a aquel can desaforado que logra sacar las mandíbulas a través de la reja contenedora directo a la yugular de la señora que jubilosamente pasa por su vereda. El varón ha previsto estos casos y es por ello que se inventaron ciertas convenciones pertinentes a la famosa "caballerosidad".
Distinguido horrendo final para las doncellas que van del "lado de la pared" es el vulgar del jardinero distraído, aquél que está recortando la ligustrina con filosas tijeras y cuando la pareja de enamorados pasa por ahí ¡zas! el tijeretazo que termina desgañitando al ser que va del lado de la pared que en este caso es ligustrina, o sea: la mujer. Alpiste, cagó la fruta. Chau.
Célebres sucesos fortuitos y aislados parecen afirmar la teoría desarrollada aquí. A una pequeña y lujosa villa vacacional del Brasil habían asistido el señor Rómulo Barroso y su esposa embarazada. Según testigos, este hombre no tuvo mejor idea que ceder a su mujer la elección de la mesa adecuada en el parque externo de un pintoresco restaurante. Parece que la señora se tomó unos veinticinco minutos en tal escogencia, tiempo en que su marido desfallecía de hambre. Una vez atendidos por el personal sucedió que el señor Juan caído del cielo ("caído del cielo" no es el apellido del señor Juan, ojo) acabó con la vida de la señora de Barroso. Este hombre volaba su avioneta fumigadora y se vio obligado a lanzarse sin paracaídas debido a que su nave quedase sin combustible. "Menos mal que caí sobre algo blandito y mullido" nos recitaba el veterano aviador. El dueño del local, conmovido y entre lágrimas decía que --fue una bendición que la mujer estuviese ahí, es que Juan es el único capaz de pilotear una avioneta fumigadora aquí, y si no fuera por ello este lugar estaría atestado de mosquitos, arañas bananeras y vergachupitos, con lo que el turismo sería prácticamente nulo...-- Al señor Barroso le concedieron la "Llave de la ciudad" y quince días de vacaciones pagas amén de unas "garotas" que, según las plegarias del turista, estaban "jamón del medio".
En esta región de Sudamérica es convención del transporte público (de ese mencionado al principio de esto) que los primeros asientos deben ser cedidos, por decreto legal, a embarazadas y discapacitados. Ahá, una ley traicionera y demagoga. Si bien no ha podido ser demostrada en forma empírica y cabal la famosa caída de un piano de cola desde un piso elevado de un edificio, imagen ésta muy en boga en los dibujos animados de los años setenta, es claro que en un colapso de tránsito actual los más perjudicados son los que reposan en los primeros asientos del rodado. Me pregunto por qué, entonces, las embarazadas y los impedidos están situados, legislación macabra mediante, en esos lugares ¿Por qué? ¿Acaso el ser humano reniega de su condición de plaga destructora de este terruño al que llamamos "planeta"? Tal vez, mi nunca bien ponderado lector... además ¿qué analogía existe entre una embarazada y un ser humano impedido en algunas cuestiones anatómicas? Dígalo usted que lee, pero luego y a sus amigos o familiares.
En tren de preguntar, digamos que me he cuestionado muchas veces acerca del porqué de estas reglas pérfidas que atentan contra las mujeres y los niños. La respuesta parece estar en manos de los fenicios que, por si usted no lo sabe, eran unos piratas quechuas descendientes directos de los gíbaros (aunque en ciertas oportunidades se los viera descender de los árboles). Ellos, que además tenían calendario propio al que solían colorear con atractivos retratos rupestres de vaginas afeitadas, creían en la "numerosidad de sexo antes de la concepción". Sostenían que una mujer sólo quedaba preñada luego del cuadragésimo segundo coito, sin excepción. En otras palabras, decían que cada cuarenta y dos relaciones sexuales una mujer proporcionaría al hombre un heredero. Si bien actualmente sobra ciencia doméstica para refutar semejante pelotudez, me detendré en sus efectos colaterales. Es que, desafortunadamente para estos salvajes, además de saber contar hasta cincuenta, profesaban la monogamia. Ciertas creencias promueven hechos deplorables y esta civilización arcaica no estuvo exenta de ellas. El modus operandi de los sujetos varones cuando, de forma alarmante, comprobaban que su mujer estaba encinta y con sus dedos contaban, con suerte, hasta la veintiuna relación a manos de ellos, consistía en la venganza ominosa con la complicidad de sus amigos. Llevaban a pasear al bosque a la supuesta adúltera luego de regalarle una vistosa flor que la fémina lucía alegre en su mano cual niño actual con su globo. Ésa era la señal para el coadjutor francotirador de cerbatana con dardos envenenados mediante curare. Tiraban a la identificada de tal manera, y luego decían que "fue un accidente de caza". Chau pinela, a otra cosa mariposa y por tradición analógica estamos en condiciones de afirmar el origen de la no tan moderna costumbre de dedicar flores a las mujeres y a los muertos, con lo que por fin usted, lector, ha aprendido, quizás, algo nuevo: lo que se denomina comúnmente "la verdad de la milanesa".
Entonces ya es hora de que nos dejemos de joder. Usted, señor caballero, me tiene que firmar un documento en el que conste que cuando cede el paso al arribo del colectivo a una señorita es, en realidad, para tener ese culo bien cerca de los ojos, más aún, al alcance de su lengua y olfato. Que jamás se sienta en las primeras butacas del transporte por el fastidio que produce la aparición de una embarazada o una vieja minusválida. Que cuando se ha ido de putas vuelve a su lecho conyugal con una flor para su mujer, que si no a qué clase de bobo podría ocurrírsele tan absurdo gesto. Usted, señora, debe hacer lo mismo, usted sabe que es mejor que su festejante le regale un automóvil último modelo en lugar de la mustia florcita. Usted, señorita, que se jacta de ostentar un precioso orto, me tiene que contar que gusta que se lo deseen con la más apasionada de las lujurias, y, si se trata de hombres que en un futuro podrán regalarle un suntuoso rodado pues mejor.
Colofón: la principal diferencia entre un excéntrico caballero y un salvaje proletario es que al segundo no se le pasaría por la cabeza embarcarse en un crucero para deshacerse de la "conchuda ésa", porque en un mundo globalizado sólo el dinero hace la diferencia.
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