La vi arrastrarse lenta, desfigurando sus facciones en un pedido de ayuda desesperado. Su rostro había quedado grabado en mí, como un despojo de ilusiones atestiguando la fugacidad del mundo. Quise ayudarla bajo mi brazo lánguido que nada ocasionaba, mientras sus uñas se clavaban sobre la tierra que arrastraba esa silueta moribunda. Ni siquiera pudo verme socorrerla, cuando su piel rozó mi vida esos instantes... Entonces la dejé ir, ante la palidez de sus pupilas quietas que nada recordaban. Luego, la mirada detenida en esa antigua fosa; un grito feroz azotando madrugadas; la luna asistiendo el encuentro de espectros, separados por un solo sino de lápidas y de tiempos...

Ana Cecilia. ©