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Mi corazón palpita, mi mente explota. Dolida esta mi vida, ¿qué me destroza?. Dilapidada esta mi suerte, ¿por qué no pudo ser muerte?. Maldita sea la gente que perdida esta mi mente. ¿Que tan estúpido pude ser?, ¿que tan poco pude ver?. Que superficial mi sentir que mi corazón no pudo vivir. Tengo tanta prisa, tanta y no encuentro, no puedo lograr encontrar, la vida que entre mis manos a cada minuto se va.



Se levantó muy temprano, con mucho entusiasmo y muy seguro de si mismo. Se quitó la ropa de dormir y se metió a bañar. Un delicioso baño caliente que le daba un masaje de tranquilidad a todo su cuerpo. Salió sintiéndose nuevo y renovado. Todavía con el vapor a su alrededor, se miró al espejo, se encontraba en excelentes condiciones.

Stephen Holow era un hombre de mediana edad, pelo castaño, tez blanca y con los dientes más blancos que jamás nadie haya visto. Stephen tenía la apariencia perfecta para obtener aquel preciado empleo en la Hewllet Packard de analista en sistemas de programación, que durante tanto tiempo había esperado. Para él, ese podía ser el mejor día de su vida. La oportunidad de oro que le abriría las puertas con las más grandes compañías en sistemas computacionales. Trabajando en lo que le fascinaba, obteniendo mucho dinero, y más que nada siendo feliz. Aunque en realidad, nunca se había preguntado cuál era su verdadera felicidad, solo la suponía.

No tenía tiempo que perder así que prefirió tomar algo ligero. Se preparó un licuado que se suponía nutritivo mezclando nopal, cilantro y otras cosas. No le apetecía en verdad, pero a Stephen le preocupaba mucho lo que las personas pensaran de él y de la impresión que daba a la sociedad, así que para esto su lógica le decía que si la sociedad lo aceptaba, entonces es como sería feliz, porque entonces tendría muchos amigos y toda la gente lo querría.

Mientras tomaba el licuado pensaba en lo agradable que sería trabajar en aquel lugar. Despertó de su sueño. Se dirigió al cuarto donde su perfecta y pulcra ropa se encontraba, recargada en una silla y perfectamente planchada un día antes. Consistía en un traje negro con una camisa de vestir color amarillo, una amarillo muy tenue pero que contrastaba con la negrura del traje. Su corbata también negra, pero con unos adornos en color hueso que hacían del conjunto algo magnifico, también zapatos impecables que brillaban por cualquier lado que uno los viera. Tenía la presentación perfecta y el conjunto perfecto. Tal vez él era perfecto.

Mientras se vestía, iba calculando el tiempo en que tenía que salir de su apartamento para llegar sin retraso a la entrevista. Observaba el reloj detenidamente por cinco segundos como si su cerebro lo revisara una y otra vez hasta que se convenciera de que su vista no le mentía, después continuaba y como si él mismo fuera un reloj cronometrado, tres minutos después volvía a realizar la misma operación.

Mientras hacía esto, también observaba el televisor, 25 pulgadas, control remoto, buena recepción, pero si marca, tal vez esto era lo único de su casa que no era perfecto, ya que a él no solo importaba la perfección de una buena limpieza, también tomaba en cuenta todas las cosas materiales que estaban en ella, así de esta forma, le molestaba mucho la idea de que aunque solo fuera una cosa de su casa no fuera original o de marca, o por lo menos cara.

Veía la televisión, como única cosa interesante por la mañana “las noticias”, por la tarde lo que fuera. Era un aparato que nunca le hartaba, ya que nunca le iba a contradecir y siempre le mostraría solo lo que él quisiera ver.

Stephen Holow era hiperactivo, desde niño lo fue, pero su problema disminuyó notablemente conforme los años. Sin embargo, todavía tenía que estar haciendo algo para no aburrirse y ahora que ya se encontraba arreglado no podía estar escombrando las cosas, ¡podría ensuciarse!. Prendió la radio entonces; ésta, como la tele, no le daba la misma satisfacción, pero la música calmaba sus nervios, en especial ahora que escuchaba el "Réquiem de Mozart" por su estación favorita.

Terminando de leer el artículo de una revista mientras todavía se escuchaba por la radio la bella música, se dio cuenta por el reloj de la estancia que ya casi era hora de que se fuera. Se paró del sillón, ““clac””, y se dirigió al baño para arreglar su cabello nuevamente y ponerse un poco de colonia.

De nuevo frente al espejo, esta vez mejor que antes, se dijo a sí mismo lo increíble que se veía y lo inteligente que era.

Pues bien, ya era hora de salir. Tomando en cuenta el tráfico de la mañana, a esta hora no habría ningún problema en llegar a tiempo a la entrevista.

Tenía su pisacorbatas en su lugar, una pluma en el bolsillo, su cartera, su reloj, y su portafolios con todos los documentos en orden. Todo estaba perfecto. Tal vez después de todo Stephen Holow si era perfecto.

Se dirigió a la puerta, salió, se disponía a cerrarla. Pero segundos antes, -¡que tonto!- olvidaba sus llaves. ¿Cómo abriría de vuelta? y es más, ¿como se iría?. Si las llaves del auto se encontraban junto con las de la casa.

Entró de nuevo a la casa. Revisó el arreglo de madera colgado detrás de la puerta hecho específicamente para las llaves. Pero resulto muy extraño, porque no se encontraban ahí. Fue entonces al cuarto donde seguramente debían de estar. Primero miró superficialmente en toda la habitación esperando que se encontraran sobre algún estante, en la cama o junto al televisor. Pero no estaban.

Bien…..- murmuro, con un gesto de sarcasmo. Se dirigió al baño en busca de las mismas pensando en que podrían encontrarse encima del mueble del lavadero, sin embargo, sólo encontró unos centavos y cosas inservibles. Se percató de que había algunas porquerías en su casa como papeles, basuritas, etc. Paso rápidamente la idea por su cabeza de que tal vez debía limpiar más minuciosamente el baño.

-¿Dónde podrán estar esas malditas llaves?.-

Sus sentidos no lo notaban, pero su subconsciente ya estaba gritando de desesperación por unas simples llaves. O tal vez si lo notaba pero no quería verlo.

Fue a la estancia, donde revisando el reloj en la pared, le decía que ya era hora de que se fuera. Reviso el librero, el juguetero de encima del sofá, la mesita del teléfono, la mesa grande del comedor, la pequeña de la sala, pero no encontró nada.

-¿Cómo es posible? ¿Por qué me tiene que suceder a mí? ¡En un día tan importante!.- Decía su mente mientras en su cara solo se dibujaba la desesperación.

Corrió a la cocina. En su mente maldecía cada cosa que veía y que revisaba, en la mesa, en las sillas, en la estufa, comedor, abrió cada uno de los estantes, el de los platos, topers, vasos, en la basura. Ya ni siquiera tenía conocimiento de donde se ponía a buscar. Tal vez ya no tenía conciencia ni siquiera de que es lo que buscaba.

No encontraba nada en ninguna parte, ¿cómo era posible tremendo conflicto?. Todo había sido perfecto, perfecto sin que nada pudiera detenerlo.

Corrió de nuevo a la recamara, quitando todas las cosas, aventándolas para todos lados. Quitó del estante de arriba de la cama todo lo que pudiera existir, adornos de vidrio, plantas, fotografías; los adornos de la perfecta casa volaban por todas partes con una fuerza tremenda, pero con una belleza que casi parecía que estuvieran actuando para algún público en especial y finalizando con su propia destrucción al choque de las paredes, como suicidio, ¡como un hermoso y bello suicidio!

Corrió al closet, saco cada prenda que pudiera existir buscando una esperanza en cada bolsillo, se agachó para revisar los estantes de abajo, pero sin él notarlo el constante rozar de su cabeza con las prendas todavía colgantes despeinaron su perfecto cabello.

Era increíble la forma en que se desfiguraba su cara. Sus ojos rojos y dorados, su pelo despeinado como si quisiera despegarse de su cabeza, esta no es la forma en que deseaba verse, no podía controlar su agitación, ¿cómo diablos llegó hasta ese punto?, algo de esto estaba muy mal, se reía casi como con gritos, deseaba que esto no le gustara, ¿es esto un sueño o tal vez una memoria se preguntaba?

Corrió de nuevo al baño, se miró en el espejo, repasó como en la mañana le había dicho con tanta dulzura lo guapo e inteligente que se veía. Ahora solo le decía la verdad.
“Mi mente explotaba y mi corazón latía fuertemente.
Busqué y busqué, y encontré, encontré la verdad.”

Sudaba mucho. Roja, “mi” cara de odio a todo, y al mismo tiempo de odio a nada, “su” ropa desgarrada, la desesperación fluía por las marcadas venas, “su” cabeza explotaba, el mundo giraba y “yo” gritaba.

“Dolor, dolor enorme, mi corazón, mi corazón lastimaba, mi cara desfigurada ante el dolor que no paraba….

Caminé con las manos en el pecho, hacia la mesa de la estancia, donde el teléfono reposaba, pero sin poder llegar a ésta, en el sillón caí desplomado, viendo ante mis ojos las malditas llaves que con tanta ansiedad buscaba”.


Krant

Texto agregado el 26-11-2005, y leído por 184 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
27-11-2005 perfecto, porque la locura sera tan buena , si esto va a salir bien hombre_de_fuego
26-11-2005 BUENASO, BUEN VIAJE... ANAO
 
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