"Hay hongos en el techo", fue lo primero que atinó a decir. Muchas cosas pasaban por su mente en el último mes, y es por eso que no le prestó cuidado a los problemas estructurales de su departamento. "Tendré que comprar cloro", dijo ya al levantarse de su colcha. Dobló las tapas de tal forma que se convirtieron en una cómoda silla, y enrolló la colcha. Ese día fue especialmente apresurado.

Ya quedaban una pocas horas, y sentarse a comer era difícil con la ansiedad de que pasara el tiempo. Dentro de su ser, sabía que este era su trabajo, su vocación. Una y otra vez, dejaba su plato enfriar mientras el atardecer caía sobra su ventanita, observando su maletín. Ahí, almacenados meticulosamente, yacía todo su empeño, todo su esfuerzo. "Serán como seis u ocho horas", pensó mientras masticaba trozos de tomate, fideos y arroz. El inesperado sonido del acuario encendiendo su filtrador le sobresaltó. Sacó de su velador la comida para peces, y se dispuso a ver cómo éstos nadaban desesperadamente a comer, aún instintivamente. A pesar de que la comida llegase todos los días. Ya el sol no estaba, señal para salir. Se puso un polerón, su gorro favorito, un poco de dinero y una botella con agua. Al cerrar la puerta, una fría y fresca brisa se abalanzó sobre ella, pero no le importó. Miró los cerros, por última vez antes de que la noche no dejase ver nada más allá de la ciudad misma, la que la cobija desde hace tanto... Quizás y más de lo que ella pensó, cuando paseaba por esas calles por primera vez.

Unas cuadras más allá, Carolina compra un boleto y espera el vagón del metro, "el subte" como le dice su jefe. El pasillo estaba casi vacío, a excepción de ella y otros jóvenes. "En estas noches, priman los jóvenes", fue el comentario de rigor. Unas luces al final del túnel presagian la llegada del vagón. Ya al frenar, ella deja de presionar con fuerza su maletín, y camina hacia uno de los asientos. Y ya al cerrarse las puertas, piensa en lo que le espera cuando llegue allá...

"Espero les guste a todos"