La mente es independiente. Y si no la es, yo proclamo su independencia. Le regalo su autonomía. La desligo de sus tacones altos y le desanudo el corsé. La despojo de sus joyas y de su maquillaje. Le privo de su esmalte para uñas y del rizador de pestañas. La dejo inerme, desnuda de género, exenta de cuerpo. Desoladoramente libre para pensar lo que quiera. Porque la he soñado terriblemente ligera de cargas infecundas y lista para remontar. Y ahora que la mente es libre, por decreto de urgencia, la redimo de todos sus apremios. De todo aquello que proviene de fuera. La dejo lo suficientemente lúcida como para entender, al fin, que el cuerpo es sólo un accesorio, al cual recurre en cada una de sus recaídas de vanidad.