Qué increíble es tomarse en serio un viaje en micro. El taco, el arribo y el descenso de pasajeros hacen que la media hora diaria que comparto con asientos y tapices ajenos sea un momento distractor… ¡y cómo no! Si desde que subo noto como se me pegan al cuerpo ciertas miradas, o tal vez a los zapatos, o al pelo, mochila, blazer, a mi frío o sudor… por suerte (me digo) no pueden ver mis pensamientos, probablemente hablarían con el conductor para que me bajara de la micro… hoy en día se puede esperar cualquier cosa… Escurro entre miradas distraídas, asesinas, indiscretas, ¡qué se yo! Depende del día y de la hora… cuando hace calor todos miran si estás con polera larga o corta, si llevas pantalones o short, y en el fondo si parte de tu anatomía se vislumbra por algún recodo. En invierno es distinto, cada uno parece aferrarse a su asiento, buscando un poco de calor, sólo observan dónde te sientas, preguntándose si también te sentarás en un asiento donde justo hay una gotera sobre él. En cualquier época del año aparece el vendedor de confites, ese que me tienta el estómago, y tengo que sacar la voluntad y fabricar al instante un itinerario de consecuencias de lo que me costaría física y sicológicamente comer un dulce o un helado y continuar sentada… me siento al fin, no sin antes haber escogido a mi acompañante, es como elegir que libro voy a leer, o la ropa que me voy a poner.. me tiene que agradar. Tanto su presencia, como su aura… si al fin y al cabo todo entra por la vista… claro está que no me casaré con el gordito con cara de simpático ni con la señora elegante que no sabe qué rayos hace en una micro, pero es cuestión de ser precavida. No me pongo a pensar qué les parezco a ellos, sé que apesto a cigarrillo, o que tengo los hombros anchos, pero yo los escogí y nada nuevo tienen que hacer… ignorar simplemente, como todos lo hacen. Si no hay acompañante ¡mejor! Y uno luego se queja que está sola… es que entonces puedo pensar durante treinta minutos sin la interrupción de olores o toses en la experiencia fresca que traigo desde que arribé. Porque vamos, todos llevamos una experiencia a cuestas, al salir al mundo exterior hay de todo, aunque venga cargada de libros en la espalda, enojada por una nota, o excitada por haber visto a quien me interesa. Y ahora que estoy dentro, que pertenezco a la clasificación de “pasajera” hago lo mismo que todos… es un ciclo que nadie se atreve a romper… y tras la ventana pasan las casas, y los perros alzando la pata, las piedras, el pasto seco, las mangueras, y cosas estúpidas… trato de cerrar los ojos cuando se aproximan besos, o desazón en las miradas, señales mudas que dicen algo, palabrotas, o lágrimas… no es tiempo para detalles, pues soy aún una “pasajera”. Entre medio desciende una abuela, se tomará sus treinta segundos en tocar la acera, repetidamente me sorprendo pensando en lo alejado que deseo ese momento…no una, si no que varias veces, varios viajes, varios descensos.
Miro la hora, es temprano, creo que hice bien en tomar esta micro, tendré tiempo de llegar a escribir esto. Descender ágilmente con una sonrisa y volver a ser yo…en treinta minutos nadie se molestó en conocerme.
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