El otro día una chica de mostrador me abordó por la espalda y con voz sensual le oí decir: ¿Qué desea que le muestre? Su voz me dejó helado y en segundos mi mente recreó el cuerpo de aquella modelo vistiendo y desvistiendo la variedad de lencería y trajes de baño que había en aquel aparador. La imaginé perfecta, única, con su perfume de almendras, mostrándome a detalle el portento de su cuerpo al desfilar sobre una pasarela; tenía el cabello recogido y el cuello alto. Palpité en silencio una vez más, tragué saliva y con una profunda excitación en las manos sentí vértigo.

–¿Qué desea que le muestre? –repitió esa mujer sin alterar el tono de su voz, prolongando de manera peculiar y sugestiva la última vocal de cada diptongo.

La imaginé en la playa, postrada sobre la arena, tenía la espalda bruñida, el cuerpo dispuesto, el tiempo inmóvil... Y el agua casi me rozó la punta de los pies mientras me refrescaba en la ola de sus poros. Pero una vez más me interrumpió.

–¿Qué desea que le muestre? –reiteró.

Si tú supieras lo que deseo que me muestres no sé si lo harías –pensé con malicia–. Decidido, di media vuelta y al tocar su talle y dirigirme a sus labios me encontré con el nuevo prototipo ERC-521 de la empresa E-Tronichs. Me quedé mudo a un centímetro de besar el modelo, en pleno centro comercial. Sin más remedio que aceptar la capacidad de sus creadores, me quedé con el predicamento vuelto frustración y en tanto la chica de mostrador repetía la misma pregunta, ahora en tono lastimero, me alejé tan rápido como pude.