Había dado órdenes a su secretaria de que no le pasaran llamadas y que no le molestaran bajo ningún concepto. Aún así, y para mayor tranquilidad, había cerrado con llave la puerta de su despacho. Esa tarde tenía una reunión de vital importancia para el futuro de su empresa y dedicaría toda la mañana a revisar los términos del proyecto, repasar las cifras y memorizar las conclusiones.
Sentándose en su sillón de director, John Bream colocó su maletín sobre la mesa, lo abrió y sacó una subcarpeta, sin ninguna reseña de su contenido, repleta de papeles.
- Pero… ¡Qué es esto! – La primera hoja del supuesto dossier se había convertido en un manuscrito titulado “La vida de John Bream”
Se puso en pié con tanta violencia que el sillón se desplazó hacia atrás golpeando las persianas metálicas. Sus manos recorrían, nerviosas, las entrañas del maletín, llenándose de tanto vacío como el de su perdida mirada, con los ojos a punto de salirse de sus órbitas.
- ¿Qué broma es esta? ¿Queréis jugar? ¡Pues veréis quién soy yo! – Cerró de golpe la maleta que, con su última bocanada de aire, aventó varias hojas lanzándolas hacia el suelo.
Descolgó el auricular del teléfono para llamar a su secretaria y, estirando el brazo, trató de colocar el sillón en su sitio para sentarse. Dificultando el trayecto hacia la mesa, los papeles caídos se enrollaron bajo las ruedas obligándole a agacharse para retirarlos. Colgó el teléfono y fue recogiéndolos uno tras otro, arrugando las palabras escritas con su mano, ahogándolas en su puño.
Arrojándolas de mala gana sobre la mesa y viendo como se esparcían, se dejó caer con rabia en el sillón.
Cuando se disponía nuevamente a coger el teléfono, en el pliegue levantado de una hoja, una frase llamó su atención:
“iba a coger nuevamente el teléfono cuando leí esta línea…”
Su mano, de forma instintiva, cambió de dirección hacia el folio; lo extendió ante sí y leyó desde el principio:
“en vez del proyecto, dentro de la maleta estaba el manuscrito con el relato de mi vida. No entendí nada en ese momento, me llené de cólera, de ira incontrolada, de odio. Me levanté airado, empujando el sillón hacia atrás contra la persiana y busqué compulsivamente los documentos dentro de la cartera, sin hallarlos. De forma inmediata sospeché de mis socios, el negocio podía ser tan rentable que seguro pretendían jugármela para quedarse con los todos los beneficios.
Fui a llamar a mi secretaria pero, cuando intenté colocar el sillón en su sitio para sentarme, varias hojas que habían caído al cerrar con violencia el maletín, se enrollaron bajo las ruedas entorpeciéndolo. Las cogí arrugándolas con rabia y las tiré sobre la mesa. Acomodado, iba a coger nuevamente el teléfono cuando leí esta línea del manuscrito…”
- ¿Cómo demonios…? ¿Quién podía saber…? – Las preguntas se amontonaban en su cabeza sin tener respuesta.
No pudo evitar coger otra hoja y leerla. Eligió la primera del montón que aún se mantenía ordenado:
“Montones de preguntas se amontonaron en mi cabeza. Era imposible que alguien hubiera escrito con anterioridad lo que me estaba sucediendo en ese mismo instante. Como bien pudiera ser fruto de la casualidad decidí coger otra hoja y leerla…”
- ¡Maldito seas! – No pudo continuar y la rasgó, la despedazó tan repetidamente que pareció una lluvia de confeti cuando lanzó sus pedazos al aire.
John había mantenido siempre todo su universo bajo control, era racional y equilibrado, seguro de sí mismo y dominador. Sin embargo sintió que su mundo se veía alterado, descompuesto, transformado en un inmenso absurdo, eso le produjo una sensación desconocida hasta entonces para él de impotencia, de incertidumbre, de angustia, de temor, de pánico.
Revolviendo entre las hojas, cogió una de ellas, la leyó con avidez y la arrojó al suelo. Volvió a remover los papeles, y cogió una hoja con cada mano. Entremezclaba, al azar, la lectura de su izquierda y de su derecha. Reponía los textos ante su rostro sin acabar los anteriores. Cada vez más enajenado, repitió de forma convulsiva los mismos movimientos durante horas.
- Entonces… ¿No existo? ¿Soy un sueño, de mí mismo, de otro? – Su rostro se desencajaba, se transfiguraba.
Entre sus temblorosas manos, una última hoja con cinco escasas líneas:
“No encontré descripción alguna de mi persona y no sé quién soy, no sé dibujarme. Empiezo a llorar y una mancha de tinta emborrona mi rostro, mis ojos quedan vacíos y antes de que el borrón me haga desaparecer por completo, doblo esta hoja y la guardo en el bolsillo. La próxima vez me dibujaré mejor”
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