Ladrón de campos.
El viento resoplaba y resoplaba por sobre la cornisa del viejo granero, Las gotas de lluvia se colaban por entre las pocas tejas que aun soportaban parte del techo, en ellas nuestro protagonista, ladrón de oficio y profesión trataba de mantenerse seco. Con la piel mojada después de recorrer de la casa al granero con las manos vacías. No le fue fácil el llegar allí, el camino, que bien sea dicho de paso era de unos veinte metros, estaba lleno de dificultades.
Luego de arrancar de la casa escoltado por los gritos de la gorda señora del escuálido granjero, se alegro de no recibir más que solo un sartenazo a medio traer en su recorrido por la cocina del lugar. Sabía bien que no debía hacerlo pero el hambre lo impulsa sobre todo a robar. Luego los escalones que daban al patio, resbaladizos por la lluvia, habían hecho de nuestro protagonista un digno competidor olímpico, casi dos metros de distancia lo habían hecho acreedor de por lo menos una medalla de plata. Al suelo reboto cuan largo era, sobre su espalda, mientras su cabeza azotaba el suelo mojado salpicando algo de barro hacia los lados. El tercer obstáculo, Miguel el perro, que sabia de tipos como él, lo logro acorralar unos segundos pero diestro como siempre fue, aunque un poco aturdido por el golpe, logró zafarse de la emboscada, corrió rápido al granero en busca de abrigo, la piel se le mojaba y goteaba mientras entraba sigiloso, Martín el caballo lo miro con recelo, como diciendo ¿en que andas PARA VARIAR, ladronzuelo?. A duras penas subió las escaleras del granero mientras de fondo aun escuchaba los gritos de la gorda y de su escuálido marido. No había sido fácil, mojado, sin conseguir nada para comer. Pero “así es la vida” se dijo, lamiendo una de sus patas para luego pasárselas por la cabeza. Después de todo, nadie dijo que ser una rata de campo era un trabajo para débiles de carácter o sin espíritu aventurero.
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