Salí a caminar a las 10 de la noche, sólo una suave brisa cubría mi rostro en ese momento. Me entretuve en un local de drugstore ubicado sobre la Av. Pueyrredón. Terminé comprando nuevos bártulos que ya ni sé si realmente son de mi menester. Media hora después me encontraba en una farmacia de turno. Pareciese que mis días guarecieran detrás de un mostrador por horas y sólo voy de shopping en horas inciertas, en lugares absurdos de los cuales salgo de ellos con unos pesos menos en el bolsillo y una bolsa más que cargar. Me hago mimos con productos que siquiera sabré si le daré utilidad y sólo así mi depresión baja un porcentaje menos con cada uno de ellos.
El día de ayer fue la noche más fría...
Después de tanto caminar y ya no encontrar lugares abiertos regresé a mi casa, para sentarme en una habitación vacía esperando sumarle unas horas más a mi vida. Tomando mate, de un termo que no era el mío. Fumando sin cenicero, echando cenizas de sueños al viento. Provocando movimientos con mis pies para calentarme el cuerpo.
El día de ayer fue la noche más triste...
Me encontraba sin agua en el termo, con los pulmones limpios, quieta en posición horizontal y con la mirada fija en un rincón vacío sin ningún bártulo. Eran las cuatro de la madrugada y sólo atiné a apiñar las frazadas de mi cama desparramadas sobre la alfombra.
Texto agregado el 24-11-2005, y leído por 138
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